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Como de costumbre, tenía la cabeza en otra parte, pero esa vez era diferente. Claro que estaba ocupado con lo que se le venía encima; cada vez quedaba menos tiempo para que al fin el gran día llegara.

Ning se encontraba escondida entre las gigantescas plantas del invernadero. A pesar de no gustarle demasiado, era el único trabajo que parecía estar conservando algo más de tiempo que los otros, siendo consciente que no encontraría demasiadas puertas abiertas si no daba su brazo a torcer para cambiar el temperamento algo antisocial que corría por sus venas.

Daba las gracias por todo; no podía quejarse, pero sentía que la vida no la estaba tratando bien, de la misma forma que ella no había tratado bien a la vida nunca. Lo que recordaba de su adolescencia no tan lejana eran las noches llenas de alcohol y de numerosos ligues. Se pasaba todo el tiempo protestando y queriendo a odiar a todo el que se le acercase para intentar ayudarla; todo eso había dado sus frutos y llegó un momento en que perdió lo más importante: la familia y los amigos.

En verdad, Ning nunca había necesitado tener a nadie a su lado para sentirse realizada; miraba por encima del hombro a toda persona de su alrededor, sin hacer excepciones, pero hasta ella tenía un límite. Por suerte, todo ese mal comportamiento lleno de desgracias, decepciones y errores, terminaron por desaparecer cuando por fin logró darse cuenta de que ese no era el modo correcto de hacer las cosas. Centró sus energías en encontrar un trabajo con el que pudiera mantenerse por sí misma.

Con veinte años recién cumplidos, se marchó de la isla para probar suerte en la ciudad; quería encontrar un empleo y una casa decente donde poder empezar desde cero, en todos y cada uno de los sentidos. Sin embargo, y tal como sus padres habían predicho, Ning no tardó demasiado tiempo en volver ya que, en el fondo, cumplir la veintena era algo que no la hacía convertirse en una mujer totalmente preparada para enfrentarse a la vida real, esa que se encontraba más allá de la protección de los muros de la casa de sus padres.

Aún recordaba la manera tan sencilla en la que había conseguido el puesto de ayudante en el invernadero de las afueras. Wendy, cansada de ver la gran improductividad de su hija, decidió hacer unas cuantas llamadas, y en un abrir y cerrar de ojos le consiguió una entrevista de trabajo. Y todo por conocer a las personas adecuadas.

El primer día de Ningning metida dentro de ese mundo vegetal fue algo asombroso; por primera vez en mucho tiempo no se quejaba, al menos no tanto como solía hacerlo. Era como si hubiera encontrado un poco de paz entre las raíces, tallos y hojas de esas miles de plantas que parecían alegrarse por su llegada.

Con el paso de los meses, Ning se fue adaptando con facilidad, agradando a los clientes y en especial a su jefa y dueña de aquel sitio, Yoona, una mujer
a la que había acabado por adorar.

No obstante, los cambios de temperatura además de la humedad y un montón de factores más, hicieron que la pobre Yoona enfermase y tuviera que retirarse urgentemente de la profesión que amaba.

Semanas después de aquello, los padres de Ningning volvieron a intuir un mal comportamiento en el día a día de su hija; como si hubiera vuelto atrás, avanzando un paso y retrocediendo dos. La explicación era sencilla: Ning no soportaba a la sustituta de Yoona, y todo porque Giselle, que así era como se llamaba, era la mismísima hija de su antigua jefa, razón demás para tragarse sus palabras y evitarse así un despido inminente. Y es que no aguantaba su comportamiento: daba órdenes a diestro y siniestro, además de pasarse el día recordándoles a todos los empleados que ella era la dueña y señora de todo eso, y por ello tenía la opción de hacer prácticamente todo lo que le pareciese bien. En el fondo, y lo que ni Giselle ni Ning sospechaban, es que ni una ni otra eran tan distintas.

Por una vez, Ning tenía que hacer una excepción.
Sus pensamientos no estaban dirigidos a imaginarse nuevas formas de acabar con su apreciada jefa, si no en asuntos mucho más personales. En su hermano, por ejemplo. Aún seguía de piedra por el
comportamiento inexplicable que Renjun había tenido la noche de la cena. Ning sólo había querido que su hermano del alma y su prometido se conocieran de una vez por todas, ¿qué tenía de malo? Sus intenciones habían sido las mejores, pues quería sentirse unida a las personas que más apreciaba en la vida. Sin embargo, todo pareció complicarse aún más cuando Renjun les dejó atropelladamente en el restaurante, cuando ni siquiera habían probado el postre.

No quería hacerlo, pero comenzaba a pensar que las maniobras de evasión de Ren tenían un componente algo más secreto, como si su hermano mayor detestara verla feliz por haber logrado encontrar a alguien a quien querer mientras él estaba tan ocupado en el teatro que ni siquiera podía disponer de una vida de las de verdad cuando el telón se bajaba.

Jaemin tampoco es que presentase mejor aspecto; últimamente se pasaba más horas de las necesarias en el estudio, y ella acababa quedándose dormida con el teléfono en la mano con la esperanza de que comenzase a sonar de un momento a otro, pero al final eso nunca pasaba.

¿Acaso era la única que no se estaba volviendo loca? Todo a su alrededor estaba algo cambiado, pero por nada del mundo quería que las cosas se torcieran. No podía echar la vista atrás porque se lo había jugado todo a una sola carta, y después de tantas jugadas perdidas resulta que había acabado por encontrar el mejor premio de consolación: Jaemin.

En definitiva, era feliz y mucho. No consentiría que nada ni nada le arruinara los planes, ya que vestirse de blanco era algo que estaba deseando hacer.

Con algo de nervios, podía visualizarse al lado de él, con los anillos recién puestos y la promesa de que sería para siempre escrita disimuladamente por todas partes.

Los ángeles también lloran [ADAPTACIÓN JAEMREN - NCT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora