Capítulo 1

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Las suaves olas chocaban contra la delicada sirena de madera tallada en el mascarón de proa, mientras que El Trevil navegaba a toda velocidad a su siguiente destino. El navío, hecho desde cero con los mejores materiales del océano, surcaba majestuosamente con sus velas infladas por el viento. En el palo mayor flameaba la bandera negra con una calavera y espadas blancas, que marcaba su identidad. Mientras que en el palo de trinquete se elevaba imponente la bandera blanca con una cruz roja en el centro, perteneciente a El Trevil.

La tripulación corría de lado a lado siguiendo las órdenes del segundo al mando, un chico alto y esbelto que intimidaba a cualquier persona al pasar. Lo que muchos pensaban, pero ninguno se atrevía a decir, era que el segundo de El Trevil sobresalía por sus delicadas facciones, cabellos dorados que caían hasta más abajo de sus hombros y ojos celestes tan claros como el cielo. Sin duda, era uno de los hombres más bellos de los siete mares.

El contramaestre se paseó lentamente por cubierta para verificar que todo estuviera como él había solicitado, mientras que el tonelero, un chico con trenzas decoradas y ojos color turquesa que jugueteaba por todos lados, le informaba sobre las noticias más recientes entre los tripulantes y sobre cualquier tema que pudiera interesarle. El rubio aún recordaba cuando el chico era pequeño y temeroso, ocultándose de todo lo que a su parecer fuera peligroso, pero había crecido. Flounder era inteligente y astuto, siempre se enteraba de todo, quisiera o no. La mayoría de las veces, esa información era valiosa, por lo que rápidamente se ganó el respeto de la tripulación.

Cuando el segundo se aseguró de que todo estuviera en orden, subió las escaleras hasta llegar al puente y encontrarse a la persona que estaba buscando. Se quedó en silencio para ver cómo el chico de cabello rojo como el fuego observaba por su catalejo blanco un destino que era invisible para cualquier navegante, pero no para el capitán del barco. Sonrió levemente al recordar sus días de juventud, donde el pelirrojo le contaba de heroicas aventuras y de tesoros escondidos en tierras desconocidas. Sin duda, seguir al curioso chico fue la mejor decisión que había tomado en toda su vida.

— Entonces —comenzó a hablar llamando la atención del pelirrojo—, Tortuga.

— Tortuga —confirmó decidido y bajando el catalejo—. Tenemos que vender todos los cachivaches que encontramos.

— Tesoros, Ariel. Oro, diamantes, plata...

El pelirrojo se llevó una mano al pecho y observó ofendido a su segundo. Negó levemente con la cabeza antes de contestar.

— Mi querido Alana, no creo prudente que digas esas palabras. —miró hacia los lados asegurándose de que nadie oyera lo que estaba por decir—. ¿Y si te escucha el loco Scuttle?

— ¿Si yo escucho qué?

La voz del más cuentista y distraído de la tripulación sorprendió a ambos chicos, quienes lo miraron con ojos tan abiertos como un pirata descubriendo oro entre la arena. Cruzaron miradas dudosas y el primero en hablar fue el capitán del barco.

— Mi querido Scuttle, estábamos pensando en cuánto nos pagarían por todos nuestros... eh, cachivaches. —dijo para regalarle una sonrisa.

— ¡Ah, capitán! Déjemelo a mí, soy un experto.

Dijo para darse media vuelta y dirigirse a cubierta. Su cabello blanco brillaba bajo el sol y bailaba al son del viento. Se acomodó uno de sus mechones rebeldes detrás de la oreja y con una mano en el pecho se preparó para comenzar a cantar palabras sin sentido y en tonos desafinados. Alana instintivamente se tapó los oídos para así no escuchar los alaridos de Scuttle. El resto de la tripulación decidió hacer lo mismo, mientras que Ariel se reía a carcajadas de la situación.

𝙻𝚊 𝙵𝚞𝚎𝚗𝚝𝚎 𝙳𝚘𝚛𝚊𝚍𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora