Capítulo 5

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La noche fue relativamente tranquila para la tripulación de El Trevil, o lo que quedó de ella. Durante la tarde, la guardia real les había llevado provisiones suficientes para dos semanas de viaje, lo que incluía, por supuesto, ron de sobra.

Mik recibió la carga, un chico alto con cabello gris con mechones lila al que siempre le confiaban el mando cuando ninguno de los cinco chicos estaba a bordo de El Trevil.

Uno de los guardias le comentó que parte de la carga había sido enviada para que celebraran durante la tarde, como agradecimiento por su sacrificio por el heredero de la corona. Mik arrugó levemente la nariz ante las palabras del desconocido, pero recibió la carga con entusiasmo y les informó a la tripulación de lo sucedido.

Para cuando llegó Ariel, la mitad de los hombres estaban rendidos en el suelo o sobre los barriles y cajas. Habían comido y bebido hasta no poder más y, aun así, muchos siguieron bebiendo. El capitán analizó a cada uno de sus piratas y luego divisó al pálido chico sosteniendo a uno de los hombres que ni siquiera distinguía quién era ni dónde estaba.

Mik se percató de la presencia del pelirrojo, dejó rápidamente al hombre afirmado en un mástil y le informó a su capitán de lo sucedido. Ariel solo asintió y le dio la orden de retirarse. Cuando cayó la noche el capitán le indicó a su tripulación, o la que quedaba consciente, que descansaran y que se prepararan para zarpar temprano en la mañana.

Apenas entró a su camarote, se sacó las botas negras y sus armas, se aflojó el cinturón y se recostó en su cómoda cama, estirándose en el proceso. Alana lo había seguido y se había acomodado en el sillón. Como era de esperarse, a los segundos comenzó a hablar y le preguntó sobre su desaparición en Palacio.

Ariel no tenía muchas ganas de conversar, pero era Alana de quien estábamos hablando. Era excelente escuchando a las personas, y aún mejor aconsejándolas. A pesar de que a veces era bastante analítico, el rubio también era bastante flexible y podía adaptarse sin problema a las situaciones, lo que lo ayudaba a comprender mejor a las personas.

El pelirrojo se rindió ante la intensa mirada de su hermano y comenzó a relatarle lo sucedido, omitiendo, por supuesto, cualquier detalle que pudiera poner en juego su imagen. Por su parte, Alana escuchaba con atención, con el semblante totalmente relajado y sin expresión alguna. Asentía de vez en cuando para indicarle a Ariel que estaba siguiendo el hilo de la conversación y le realizaba preguntas cada cierto tiempo.

Después de despejar la duda existencial de Alana, porque para él sí era importante lo que había hecho y si se había metido en algún problema, comenzaron a hablar de cualquier tema sin sentido. Recordaron algunos momentos que les había causado gracia y también a diferentes personas que los habían ayudado durante su estadía en el mundo humano.

Así continuaron hasta que el rubio tomó una actitud más seria y le habló con tono confidente a su capitán.

— Investigué lo que me pediste.

Le dijo, provocando que Ariel centrara toda su atención en el rubio.

— ¿Y?

— Como era de esperarse, era brujería.

Ariel sintió como su corazón amenazaba con salir de su pecho y se levantó rápidamente para sentarse frente al rubio.

— ¿Qué te mostró la arena?

Alana dudó por unos momentos antes de dirigir su atención a su hermano.

— Anguilas.

— ¿Anguilas? —preguntó de vuelta.

— No fue una tormenta natural, en la arena pude ver a El Trevil y al barco real juntos, flotando, hasta que una criatura enorme apareció debajo de nosotros y comenzó a agitar las aguas.

𝙻𝚊 𝙵𝚞𝚎𝚗𝚝𝚎 𝙳𝚘𝚛𝚊𝚍𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora