Capítulo 12

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Cuando el príncipe Eric habló de preparar un baño, Ariel se imaginó la bañera en su cuarto. Pero, al parecer, el príncipe y el pirata tenían una idea totalmente diferente para ese momento. El pelirrojo estaba anonadado, sus ojos observaban con atención cada detalle.

El lugar era completamente de mármol color almendra, decorado con flores y enredaderas que se crecían libremente por el techo y bajaban por los pilares. En el centro se extendía una amplia piscina, de la cual sobresalían otros pilares. Ariel solo tenía un pasillo para caminar, el cual rodeaba el centro.

Mientras caminaba, sus ojos recorrían la cristalina agua cubierta con pétalos y flores. El aroma del lugar era relajante y el pelirrojo no sentía ni una pizca de frío. Ocultó su sonrisa para que Eric, quien lo seguía de cerca, no notara lo complacido que estaba ante sus acciones.

— Entonces... —comenzó a decir Ariel—, preparaste todo esto solo por tu afán de ver una cola de pez que no tiene gracia alguna.

Dejó salir una risa socarrona, su intención era hacer un chiste al respecto, pero al parecer el príncipe se lo había tomado en serio. Se detuvo extrañado y se giró lentamente para lograr observar al pelinegro, pero no pudo descifrar su expresión.

Tal vez era lástima, o tal vez estaba molesto, o incluso podría ser una mezcla de ambos sentimientos, Ariel no estaba seguro. Pero sí sabía que no le gustaba esa expresión, el pelirrojo le regaló una de las mejores sonrisas, y la más sincera, que podía ofrecer.

— No digas eso. —habló Eric.

— Era una broma, su alteza.

El pelinegro lo observó unos momentos, como si esperara encontrar en los ojos del pirata la respuesta a todas sus dudas. Asintió con la delicadeza que lo caracterizaba y respondió.

— Mientras lo sepas... entonces está bien. —dijo pasando por su lado para continuar con la caminata alrededor de la piscina.

— Mientras sepa... ¿qué?

— Que no eres un simple pez. Eres el príncipe de Atlántica —dijo para luego detenerse—, y eres maravilloso.

Ariel sintió como su pecho se agitaba y como un calor nacía desde su corazón para envolver todo su cuerpo. Sabía que era una criatura única y extraña para un ser humano, pero era la primera vez que alguien le decía que era maravilloso.

A decir verdad, al pirata nunca le importó el amor, ni mucho menos ser importante para alguien que no fuera su tripulación, y solo como una figura de liderazgo. Era distinto, el sentimiento que recorría su cuerpo cada vez que Eric era sincero con él solo le indicaba una cosa, que deseaba enormemente importarle a Eric.

Pero, el astuto capitán pirata estaba omitiendo un pequeño gran detalle que podría cambiar todo, para el príncipe heredero Ariel ya era importante. Y aún más, estaba dispuesto a interponerse entre él y el peligro mismo con tal de verlo sonreír otro día más.

Ariel nunca había querido tanto que alguien lo viera en su verdadera forma, que alguien supiera que ese era su verdadero ser. Mentiría si dijera que no le aterraba la idea, pero quería que Eric viera todo lo que él era y que lo aceptara así.

Asintió con firmeza, más para sí mismo, y dejó caer su chaqueta. El ruido se extendió como eco por el lugar y logró que el príncipe se sobresaltara.

— No voltees hasta que te lo diga.

Sentenció Ariel, Eric tensó los hombros pero obedeció. Ariel se quitó los zapatos y con delicadeza apoyó los pies sobre el mármol. No estaba completamente seguro de lo que iba a hacer, pero eso nunca le había importado. Su razón le decía que tal vez no era la mejor opción, pero su sexto sentido le decía que era ahora o nunca. Y se negaba a que su relación con el príncipe no avanzara.

𝙻𝚊 𝙵𝚞𝚎𝚗𝚝𝚎 𝙳𝚘𝚛𝚊𝚍𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora