Capítulo 7

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El Trevil y el barco real habían puesto rumbo a las Bahamas a primera hora de la mañana. Las tripulaciones de ambos podían ver el amanecer en el horizonte, manchando el oscuro cielo con tonos naranjos y rosados. El sol se reflejaba en las aguas que comenzaban a brillar ante la súbita aparición de la luz.

Ariel no le había dicho a nadie, pero él prefería la noche. Ver como la luz de la luna iluminaba la superficie del océano y cómo la grane estrella lo acompañaba en cada uno de sus viajes. Para él, la luna era especial y se sentía identificado con ella. Lo había visto derramar lágrimas la noche que dejó su hogar y lo había acompañado hasta que sus pies tocaron la tierra. La luna era su fiel compañera.

Ariel sabía que Alana, a diferencia de él, prefería el día. Divisó a su hermano en proa, estaba observando con atención el amanecer, grabado en su memoria cada segundo. El pelirrojo sonrió hasta que sintió una presencia detrás de él. Se dio media vuelta, esperando ver a alguien, pero no había nada. Estaba solo y se sintió incómodo ante la mirada fantasmal.

Agarró con fuerza el timón y siguió rumbo a las Bahamas. Había ido unas cuantas veces, era cálido y las playas eran hermosas, arena blanca y agua traslúcida, definitivamente de otro nivel. El problema no era el lugar, sino sus nativos. Ariel había entablado una buena relación con ellos, pero su forma de ser era muy incierta.

Despejó su mente de las preocupaciones e intentó ignorar sus preocupaciones, disfrutando cada uno de los movimientos que hacia el barco sobre las olas.

Cuando cayó la noche, James le hizo señas a El Trevil para que se acercaran un momento. Alana, quien estaba al timón en esos momentos, esperó a la respuesta de Ariel, quien aceptó sin muchas ganas.

Para sorpresa del pelirrojo, el príncipe y Grimsby también estaban esperando. Le ofreció a él y a su segundo cenar con ellos en el barco real, pero apenas dijo esas palabras, tanto la tripulación del barco real como la de El Trevil hicieron notorio su malestar. Ariel miró de reojo a su gente y vio como muchos se giraban a hacer sus labores, otros solo ignoraban la conversación y el resto se encontraba observando atentamente a los dos capitanes.

Ariel sintió como su pecho le apretaba. Era una buena idea ir a cenar con el príncipe y James, de esa manera podrían aclarar sus diferencias y seguir adelante como si nada. Pero por otra parte, nunca podría darles la espalda a los suyos. Sabía que a Flounder, a Sebastián y a Scuttle no les importaría, o por lo menos no les molestaría en gran medida, pero sentía que dejarlos fuera por tanto tiempo era descortés y desleal de su parte. Después de todo, ellos lo siguieron hasta la superficie y ni una sola vez se quejaron.

Regresó la mirada al frente y logró detectar la mirada de molestia en el rostro de Eric. Al parecer, al pelinegro aún no se le pasaba el enojo. Eso bastó para que Ariel denegara, de la manera más cortes que él pudo ofrecer, la cena con los tres. Les explicó que ese día iban a celebrar con la tripulación.

— ¿Celebrar qué? —preguntó Eric con desdén.

Ariel era bueno improvisando, tan bueno como Sebastián en sus canciones, pero en ese preciso momento no tenía ni la más mínima intensión de esforzarse y pensar en algo. Sonrió con tranquilidad y Eric elevó una ceja.

— La vida... —dijo para luego agregar—. La vida de un pirata.

Eric entrecerró los ojos y antes de que pudiera contestar de la misma manera que Ariel, Grimsby intervino. Le indicó que era lamentable no poder compartir una cena juntos, pero que tal vez podrían hacerlo la próxima vez.

Luego le indicó al príncipe que cruzara él primero, pero antes de que lo hiciera, avanzó un paso hacia Ariel y le habló en un tono tan bajo que solo los que estaban cerca pudieron escuchar.

𝙻𝚊 𝙵𝚞𝚎𝚗𝚝𝚎 𝙳𝚘𝚛𝚊𝚍𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora