Capítulo 14

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Ariel dejó que el viento salado arrastrara lejos cada una de sus preocupaciones y se permitió disfrutar del relajante movimiento del barco surcando el mar y del intenso calor del sol.

No entendía cómo pudo pensar en quedarse en palacio y no salir al océano, debió haber sido solo un momento de debilidad, porque desde que posó sus manos sobre el timón supo que jamás dejaría de ser el capitán de El Trevil.

Los barcos habían zarpado hace ya varias horas y el sol del atardecer se posaba en frente de ellos. Según Scuttle, si se seguía hacia el oeste se podría tomar la ruta más rápida para llegar a su destino, y Ariel confiaba ciegamente en su cartógrafo.

A pesar de la distancia que había entre El Trevil y el barco real, Ariel podía sentir la vigilancia del príncipe desde la distancia y de vez en cuando se giraba para observar en su dirección. Sabía que no lo vería, pero esperaba, por lo menos, que lo sintiera.

Al caer la noche, ambos barcos se juntaron para darles a los marineros y a los piratas un poco de paz, para que cada uno de los hombres disfrutara de la noche y compartieran. Alana se paseaba por cubierta dando órdenes, mientras que Flounder le seguía los pasos y se aseguraba de que todo estuviera tal cual su segundo había solicitado, como de costumbre.

Scuttle estaba en el camerino del capitán, ordenando los mapas, organizando nuevas incursiones y analizando mapas que aún no lograba resolver. El peliblanco podría aparentar ser despistado, pero amaba su trabajo y pasaba largas horas con la cabeza metida en los mapas.

Sebastián ya comenzaba a organizar la pequeña fiesta que tendrían y Lúa, quien se había convertido en su más fiel aprendiz, le ayudaba en todo lo que el pelinegro le pedía. Era como su sombra, solo que Lúa brillaba con cada paso que daba. Ariel se alegraba de haberla ayudado, la pálida chica necesitaba encontrar su lugar y ese lugar era El Trevil.

Cuando todo estuvo listo, Ariel bajó a cubierta y saludó a Eric y James, quienes se habían unido a su barco. Se acomodaron en una de las bancas y disfrutaron de las bromas de la tripulación, de las conversaciones sin sentido de aquellos que ya tenían alcohol en el cerebro y de la música ambiente que tenía Sebastián.

— ¡Capitán! —le llamó Flounder.

Ariel giró la cabeza rápidamente hacia el lugar que apuntaba el menor y vio a Lúa tomando el lugar de Sebastián y al pelinegro sentado al lado de Scuttle.

La chica sonrió nerviosa y los músicos a su alrededor la alentaron a seguir, carraspeo suavemente y comenzó a tocar junto a ellos, para luego regalarle a la tripulación un grato momento.


Y la gente se refugiaba en su piel, ay-oh

Desde el principio no supieron exactamente por qué, por qué.

Llegó el invierno y lo hizo para que todos se parecieran,

se parecieran.

Debajo crecería la hierba, apuntando al cielo.


Fue rápido, fue solo otra ola de milagro.

Pero nadie, nada en absoluto iría a matar.

Si llamaran a cada alma de la tierra, en la luna

Sólo entonces conocerían una bendición disfrazada.

𝙻𝚊 𝙵𝚞𝚎𝚗𝚝𝚎 𝙳𝚘𝚛𝚊𝚍𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora