Capítulo 3

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Ambos barcos se mecían al son del oleaje a la vez que el atardecer iluminaba de tonos cálidos las cubiertas. La tripulación de El Trevil podía escuchar las carcajadas y conversaciones de los marineros de la realeza, y, si prestaban atención, podían divisar los movimientos de cada uno. Alana tenía una buena vista, así que sin esfuerzo logró ver los preparativos para la fiesta de esa noche.

Flounder se encontraba sentado sobre uno de los mástiles, observando y vigilando. El tonelero podía ser muy juguetón y risueño, pero cuando se trataba de su tripulación, era muy protector. Nada se le escapaba, sabía todo lo que ocurría en el barco o alrededor de él.

Scuttle se encontraba en el camarote del capitán buscando la mejor ruta para llegar a la isla Bonko. Tenía el mapa extendido sobre el escritorio y revisaba todos los pasos marinos en él. Se encontraban en el océano atlántico y debían llegar al occidental, era un viaje de al menos tres días, pero Scuttle estaba buscando una manera de llegar lo antes posible.

Sebastián se encontraba sentado en la silla junto al experto en mapas. El peliblanco lo sacaba de quicio muchas veces, con sus travesuras, sus cantos desafinados y su mala costumbre de tomar todo a la ligera, como un juego, pero debía admitir que le encantaba verlo trabajar. Observaba como el chico fruncía el ceño cuando se concentraba en un punto específico, como sonreía de lado cuando lograba descifrar una encrucijada y como sus pesadas manos marcaban lugares específicos en el mapa. Por supuesto, el músico no admitía nada de eso, pretendía estar cansado y por eso se sentaba junto a él, con la excusa de que el camarote era el lugar más silencioso del barco.

Ariel se encontraba frente al experto en mapas, observando la servilleta con el dibujo que había hecho Flounder. Se preguntaba cómo sería capaz de mostrarle eso al príncipe sin sentir que lo asfixiaban sus propias palabras. Si Scuttle estaba en lo correcto, en un mínimo de dos días estarían cerca de la isla, pero no sabían cuánto tiempo tenían en realidad. No conocían el momento exacto para encontrar Bonko, pero el príncipe sí. No había duda, debían tener esa conversación lo antes posible.

El pelirrojo regresó su atención al gran mapa sobre su escritorio. Estaba tranquilo, a pesar de todo. Su tripulación estaba bien, tenían comida y ron, y ahora un destino. Sentía que sus inquietudes desaparecían a medida que se acercaba la noche, pero lo que no logró identificar fue la punzada en su nuca. Miró hacia atrás, en busca de algo, de alguien, pero solo vio el vasto océano a través de su ventana.

Ariel era conocido por ser el capitán más audaz, famoso no solo por sus grandes logros, sino también por su belleza. Y él lo sabía, el océano lo sabía, y las criaturas que habitaban en él también, sobre todo una de ellas.

La criatura vigilaba a Ariel desde lo más profundo del océano con ayuda de su oscura esfera de cristal. Su rostro estaba lleno de disgusto y envidia, sentimientos que envenenaban cada día más su vil corazón. Alguna vez, hace mucho tiempo atrás, la criatura había sido la bruja más famosa del mar. Todos la respetaban y la adoraban, incluso tenía el amor que ella tanto deseaba, pero todo eso se esfumó con un chasquido de dedos.

La bruja era conocida por ser una de las criaturas más bellas y exóticas de los siete mares, sus largos cabellos plateados brillaban bajo la luz de la luna y sus esbeltos tentáculos rozaban con delicadeza la fina arena del fondo marino. Cada noche se podía ver a la bella bruja pasear por su territorio, cantando una dulce melodía, tan embriagadora como el canto de una sirena.

Fue precisamente su belleza y su dulce voz lo que llamó la atención del tritón más codiciado del reino marino. La bella bruja tuvo los mejores años de su vida junto a él, era feliz, como nunca antes lo había sido. Toda la fama que tenía no se comparaba al amor que sentía por él.

𝙻𝚊 𝙵𝚞𝚎𝚗𝚝𝚎 𝙳𝚘𝚛𝚊𝚍𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora