Capítulo 2

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La exquisita brisa marina revoloteaba el rojo cabello del capitán de El Trevil. Hacía buen tiempo, lo que significaba que llegarían a buena hora a la isla donde residía la bruja.

Su cuerpo estaba ahí, sus pies pisaban la madera de popa y su visión se posaba en el vasto océano ante él, lleno de maravillas, criaturas místicas y misterios sin resolver. Recordó, con pesar, que alguna vez estuvo cerca de todo eso. Mucho más cerca que cualquier hombre haya podido estar, pero él decidió dejarlo y adentrarse a un mundo totalmente diferente. Allá abajo, él lo era todo para otros, acá arriba, él era todo para él. Y eso era su único consuelo.

Despegó la vista del océano y la dirigió a su tripulación, algunos trabajaban, otros dormían, otros apostaban. Estaban ahí, vivos y esperando por sus órdenes.

— Ay, padre... Si tan solo me hubieras entendido cuando te hable de esto. Estoy seguro que lo hubieras amado.

Dijo en voz baja, un susurro que rápidamente se lo llevó el viento y esperó que aquellas palabras llegaran a él. Un súbito movimiento en cubierta llamó su atención, miró hacia el lugar y pudo ver a Sebastián acomodarse en uno de los barriles y, con su laúd afirmado en su regazo, comenzó a cantar la canción favorita del capitán.


Todos están a bordo, yo-ho

El rico y el mendigo, yo-ho

Corazones solitarios, yo-ho


Espera, aún no has visto nada

Así que huiremos al mar

Y nos encontraremos con el capitán


Escuchen mis palabras, zarpemos, aye

Porque somos todo lo que necesitamos

Para que este barco no se hunda, aye


No sabes nada, niño solitario

Te mostraremos las maravillas del mundo

Manos a la obra, abraza el océano y di

¡Por las barbas de Neptuno!

Una vida pirata para mí


Ariel veía como la tripulación bailaba al son de la melodiosa voz de Sebastián, todos contentos, dispuestos a seguir a bordo de El Trevil, y eso hacía feliz al pelirrojo.

Definitivamente era un buen día, Sebastián cantaba, Flounder bailaba, Scuttle sonreía, su tripulación era feliz. Todo iba muy bien, hasta que sus ojos no lograron identificar a la persona que buscaba. Recorrió la cubierta con la mirada unas cuantas veces más, hasta que se estuvo seguro de que no estaba ahí.

Rápidamente bajó del puente y se dirigió a su camarote. Les sonrió a los piratas que lo veían y luego entró sin llamar la atención. Ahí estaba, tendido en su cama y con un brazo cubriéndole el rostro. Era raro, al rubio nunca le daban nauseas, después de todo, era un pirata.

— Alana

Lo llamó y este solo hizo un sonido con la garganta, confirmando que lo escuchaba. Ariel entrecerró los ojos y avanzó hacia su hermano. Pasó por su lado y se sentó en la silla frente a su escritorio.

— ¿Qué es? —preguntó.

Después de unos minutos, su segundo respondió.

— Algo se aproxima.

𝙻𝚊 𝙵𝚞𝚎𝚗𝚝𝚎 𝙳𝚘𝚛𝚊𝚍𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora