En honor a la verdad, Daeron Targaryen nunca había sido una persona impaciente.
Había crecido con Aegon II Targaryen, quien sí que era muy impaciente. El hombre se desesperaba con una rapidez inimaginable cuando una nota violínica sonaba más aguda de lo normal o, en su defecto, más grave de lo que debería de ser. Se frustraba a tal grado que se rascaba la cabeza con fuerza, desacomodando todas sus hebras platinadas y luego, las acomodaba de nuevo con un suspiro hastiado. Para cuando la nota volvía a salirle mal, gruñía en frustración y bueno, gritaba. Le gritaba a su violín, o a sus manos, a veces hasta a sus dedos, llamándolos inútiles e insensatos y que cómo podían hacerle eso.
A menudo, Daeron pensaba que su hermano artista estaba medio loco.
También se había criado con Helaena Targaryen. Quien era dulce y sumamente inteligente, siempre callada, pensando agudamente cuando no lo parecía, dedicada a sus estudios con vehemencia. Pero la joven era rara, tenía que admitirlo, aunque sea en su cabeza. De momentos, hablaba en código, mezclando el valyrio con el inglés y susurraba sobre sueños extraños y deja vùes sin sentidos. Pero Helaena era, dentro de esa rareza que la caracterizaba, muy paciente en cuanto a esa extraña intuición, había veces en la que se los comentaba en la mañana, o les advertía de algo que solo podían entender cuando sucedía.
A menudo, Daeron solía admirar como su hermana se desenvolvía en cada ámbito de su vida.
Después de todo, era la más inteligente de los cuatro y la que más paciencia le tenía a madre, porque, claro, era la hija favorita de Alicent desde que ella descubrió que Aemond se acostaba con Lucerys.
Ah, cierto, Aemond.
Su otro hermano mayor, Aemond Targaryen tampoco era la reencarnación de la paciencia. Era analítico, sumamente controlador y algo, algo, frío. Contraria a la creencia popular, su hermano era masilla en manos de su novio y por lo general, cuando estos pelean, se volvía tan intratable que Aegon o Helaena tenían que intervenir para que no termine por echar la mansión a punta de portazos y zancadas furiosas. Al final del día (o de la semana, dependiendo de la intensidad de la pelea) su hermano terminaba por sonreír ligeramente y tamborilear los dedos en cada superficie que estuviera a su alcance mientras tarareaba una melodía divertida. Era ciertamente inquietante lo mucho que cambiaba su actitud cuando las cosas en su relación iban bien, o mal, o simplemente iban fluyendo por ahí.
A menudo, Daeron solía pensar que su hermano mayor, el más cercano a él, era el más emocionalmente aceptable de los cuatro.
Pero como siempre le recordaba su padre con una sonrisa bonachona, a sus hermanos mayores solo había que tenerles paciencia.
Aegon suspiraba tranquilo cuando le dedicabas palabras de apoyo, se acomodaba los mechones platinados y sonreía con suficiencia cuando la nota se deslizaba perfecta sobre el instrumento. Helaena dejaba de susurrar y pensar cuando le tomabas de la mano con sutileza y la ayudabas a respirar, mostrándose infinitamente agradecida cuando la ayudabas a conectar sus cables suelos. Y Aemond solía bufar para luego soltar una risa cuando le hacías chistes sobre su gata y la supuesta paternidad compartida con su novio sobre esta.
Por lo que Daeron Targaryen no era una persona impaciente.
Al contrario, consideraba que tenía un temple envidiable en comparación a la sarta de locuras y estupideces que significaban sus hermanos mayores.
—¿¡Por qué mierda crees que el Azul de Prusia es mejor que el Azul Turquí!?
Pero cuando Joffrey Strong se paraba junto a él, alegando que su elección de colores para los manteles del Baile de Invierno eran, en sus propias palabras, un montón de mierda absurda...
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Fucking Hightower
FanfictionDaemon Targaryen ha estado fuera de casa durante cinco años debido a su servicio militar. Cinco. Malditos. Años. Y Alicent Hightower había encontrado la manera de meter a sus hijos en la cama de los niños de Rhaenyra, es decir, en la cama de sus n...