11.

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Tiempo Presente
Una semana (y un día) después del arresto de Baela Targaryen-Velaryon.

El día había empezado bastante tranquilo, demasiado, de hecho.

Cuando bajó a desayunar en el silencio de la mañana, supo instantáneamente que algo andaba mal.

Nada de Lucerys y su palabrería alegre, ni de Jacaerys y su café negro espeso, mucho menos de las peleas maritales de sus padres, ni pensar en rastro de las gemelas o siquiera un suspiro del pequeño Aegon.

Algo andaba realmente mal.

Cuando llegó a la mesa del comedor, solo encontró a su padre, Daemon Targaryen, acompañado de su miniyo durmiente, mirándolo con una expresión inteligible, aunque si le pedían adivinar, él diría que era una expresión malvada.

Algo se traía entre manos (además del pequeño Egg), eso seguro.

—Tengo un plan.

Ni siquiera lo saludó como solía hacerlo; con un abrazo y un beso en la coronilla. Tal cual lo hacía con las gemelas y con sus hermanos mayores cuando estos se dejaban.

Daemon le había soltado esas palabras y Joffrey, extrañamente, se sintió entusiasmado.

Porque cuando su padre tenía un plan y se lo comentaba...

—¿En qué soy útil?

El rubio sonrió de lado, en su regazo un dormido Aegon le daba un aire paternal en vez del atemorizante que debería de dar en un momento como este.

Decidió ignorarlo.

—Creeme, no te haces idea de lo útil que eres para este plan.

El menor sonrió triunfal, la anticipación vibrando en todo su cuerpo ante esa mirada violeta que le demostraba que iba a destruir el mundo a puro fuego y sangre con ese bendito plan.

...la diversión estaba asegurada.




Driftmark siempre se ha caracterizado por ser un pueblo costero, lleno de vida, alegría e infinita tranquilidad de la buena. Las personas en esa isla eran alegres, todas llevaban un estilo de vida casero y tranquilo, de clase media-alta. Y por poco creíble que parezca, las noticias que salían desde Dirftmark nunca eran escandalos para la prensa.

Le encantaba Driftmark por eso. Era perfecto. Sin habladurías ni responsabilidades estúpidas. Solo la playa y las festividades recurrentes. Definitivamente era su ambiente ideal.

—¿Sabe tu madre que estás aquí?

Y luego estaba Laenor Velaryon, quien lo había encontrado mientras paseaba en bicicleta por la costa y no había tardado segundos en reconocerlo y llevárselo con él hasta su residencia en el centro de la isla.

Aguándole la fiesta, valga la redundancia.

—¿Tiene que saberlo?

La mirada de desaprobación apareció enseguida —Joffrey...

Se llevó uno de sus largos rizos a un lado; había decidido dejar crecer a su cabello y este se había vuelto completamente rizado. Crecía tan rápido que ahora era lo suficientemente largo como para que le cubra casi por completo las orejas, así que para la mayoría de las clases había comenzado a usar una liga para atarlo en una coleta baja.

—Tío Laenor... — repitió, con el mismo tono de voz

—No es gracioso, Joff. — el mayor se cruzó de brazos —Si tu madre se llegara a enterar de que estás aquí sin su autirización...

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