Cita [Apoleo]

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La hamaca se movió un poco cuando Leonidas dio un largo trago a su café, dejando la taza a un lado antes de volver a ponerse los lentes y retomar su lectura. El rey se concentró en las palabras de la novela que, un poco cursis para su gusto, seguía siendo lo suficiente interesante para capturar su atención.

Sentado en una silla muy cerca de él, Apolo alzó una ceja golpeando el piso con el pie rítmicamente, pero no consiguió atención. Con toda la dignidad que tenía, se aclaró la garganta, echándose el pelo hacia atrás con un gesto que planeaba ser evocador. El espartano le miró como si fuera una plaga.

— Esta es una cita muy aburrida~.

La respiración fuerte del rey se detuvo por un segundo, notándose en sus facciones como controlaba la ira.

— Esto no es una cita.

— ¿Y qué hago en tu habitación entonces?

El rey bajo el libro, dejando este a un lado mientras se acomodaba los lentes. Apolo no pudo evitar sonreír mientras se inclinaba hacia adelante, jugando con uno de sus largos mechones rubios mientras veía a su “cita” enderezarse sobre la hamaca.

La camisa hawaiana abierta de par en par, parecía como si le invitará a tomar un bocado.

— Te metiste a mi habitación a la fuerza y te niegas a irte desde hace horas. He intentado sacarte cuatro veces y me has ahorcado con tus hilos. Esto no es una cita y no quiero que estés aquí.

El Dios levantó la mirada, dejando de ver el abdomen del humano con mucho esfuerzo.

— ¿Dijiste algo?

La mano de Leonidas golpeó la mesa más cercana, haciendo que la taza de porcelana se balanceara de un lado a otro. Apolo fruncio el ceño, sabiendo que no debería estar allí, pero no queriendo irse, el rey era más entretenido que su habitual compañía de ninfas, incluso cuando lo ignoraba.

Leonidas agitó la cabeza, volviendo a su postura en la hamaca y leyendo de su libro, sin darle atención al Dios del Sol que se balanceaba de un lado a otro sobre su silla, mirando a todos lados y a ninguno.

— ¿De qué va tu libro?

Por tercera vez en los últimos veinte minutos, Leonidas soltó un gruñido agresivo de advertencia que solo hizo que Apolo formara un pequeño berrinche cruzándose de brazos y mirándole con un reto evidente en sus ojos porque, podría estar delante de un rey, pero seguía siendo un dios.

Uno bonito.

— Si te dejó leer conmigo, ¿te vas a callar?

— Si es un libro interesante, no… Es muy probablemente que no porque me gusta mucho compartir, pero puedo intentarlo.

Leonidas resopló cansando, rindiéndose por mucho que le costará hacerlo y se movió a un lado para hacer espacio en la hamaca. Apolo pensó que le lanzaría el libro por la cabeza a la primera oportunidad, así que se encontró gratamente sorprendido cuando no fue así; se levantó de su silla caminando rápidamente e ignorando el espacio libre para obligar a Leonidas a darle espacio sobre su regazo.

No funcionó y el espartano le empujó contra la hamaca lo más lejos posible, manteniendo el libro frente a ambos sin una palabra. Una pequeña risa salió de la garganta del dios del sol cuando eso pasó y de igual manera se inclinó hacia Leonidas, casi descansando sobre su pecho.

«Se inclinó hacia mí, envuelto en bronce, oliendo a sudor, cuero y metal. Cerré los ojos al sentir sobre mis labios los suyos, la única parte aún suave de Aquiles. Después se marchó.»¹

Apolo puso los ojos en blanca, haciendo un sonido muy audible de frustración mientras empezaba a mirar a otro lado. La guerra de Troya no era algo que quisiera leer, y menos sobre esos dos. Se separó causando que el espartano le mirará con incredulidad.

— ¿Ahora qué?

— Nada. No esperaba que leyeras esa clase de libros.

— ¿Y? — el humano rechisto molesto.

— No me gusta. Así no sucedieron las cosas.

Leonidas cerró el libro de golpe, dejando descansar este sobre la mesa donde su taza de café estaba vacía. Por un momento, pensó que el hombre solo se levantaría e iría, dejándole solo en la habitación, pero Leonidas se giró para mirarle fijamente, acomodándose en la hamaca.

— ¿Y entonces qué paso?

— Si me dejas contarte con sinceridad y sin esos libros humanos tan románticos…

Apolo se inclinó hacia el humano, colocando una mano en el borde del tejido con cuidado. No le gustaba hablar de Troya, fue un lugar molesto, pero Leonidas tenía una mirada interesada más que molesta.

— Bueno, no estoy seguro con esos dos, no estuve tan cerca para saberlo, pero todo el teatro de amor. Aquiles estaba asustado, pero no por Patroclo, por Tetis. Esa perra marina manipuladora.

Alzó la mano como si pudiera tocarla, alcanzarla y retorcerle el cuello. Desde abajo, el espartano se rio suavemente.

— Era un plan, su plan, para reivindicarse como creía merecerlo. No lo hacía. Todo lo que hizo fue intentar meterse en la cama de la mitad de los dioses importantes. Aquiles no era inocente, pero sí una víctima de su madre y Patroclo solo fue un daño colateral.

Se acostó con cuidado en el espacio libre que dejó Leonidas al inclinarse sobre un costado y miro arriba mientras sentía los ojos del hombre sobre él. Apolo disfrutaba hablar, más que eso, disfrutaba tener atención y por primera vez…

Leonidas estaba realmente, y sin mala intención, interesado en dársela.

— Yo solo no quería al muchacho escalando la muralla, no sabía que iba a ser tan torpe para continuar y continuar escalando.

Los detalles desfilaron delante de ellos por sus palabras, contando a detalle lo que había sido la guerra, la muerte. La Luna se estaba moviendo en el firmamento, bajando, mientras Apolo solo hablaba de una guerra que era parcialmente olvidada por la humanidad, y el rey que tenía a un lado se entretuvo en sus palabras.

Troya avanzó, contó Apolo, contó mucho. El final, el inevitable descenso y como incluso él se apiadó del sufrimiento de los amantes, por mucho que odiara a esa Tetis de palabras ponzoñosas. Leonidas solo le detuvo dos veces, una para preguntar que tal mala era Tetis y otra para ofrecer café.

Ambos bebieron, medio sentados en sus sitios, y Apolo se inclinó sobre Leonidas para dejar su taza, permaneciendo el resto del relato sobre el pecho del humano, golpeando con la punta de los dedos los bíceps descubiertos de vez en cuando.

Leonidas se movió lentamente durante la historia, en especial a partir del momento en que Aquiles se negaba a pelear por su pueblo, pasando un brazo sobre los hombros del dios sin darse cuenta y escuchó con atención, un poco de regocijo que no iba a demostrar, el tono de victoria que el rubio ponía en sus palabras.

Un primer rayo de Sol les golpeo cuando Apolo recitaba que no había sido Tetis quien marcó el nombre de Patroclo, y la oración se quedó a medio terminar.

— ¡Por dios, por mí, si estoy aquí…! ¿¡Quién!? — Se separó de Leonidas. — Me tengo que ir. ¡Gracias por la cita, Sol!

Leonidas se dejó caer sobre la hamaca, maldiciendo.

— Esto no fue una cita.

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¹ Se trata de un fragmento del libro “La canción de Aquiles”.

Love in... [One-shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora