Capítulo 8

99 29 1
                                    

PASADO 7

12:50pm

—¡Ayuda!

—¡Estamos atrapados!

—¡Por favor, alguien que nos socorra!

Mis manos se deslizan por el borde del piso del edificio, cansadas de sostener mi peso mientras aúllo. Pero en eso las manos de Salomón se ciñen por mi cintura y me mantiene en mi sitio. Sigo gritando a todo pulmón a pesar de que él hace lo mismo sobre mi hombro, su pecho caliente pegado a mi espalda.

Nada de eso importa cuando los pasos se oyen más cerca. Son rápidos y ligeros, y en eso aparecen unos piecitos pequeños frente a mí. La sombra se acrecienta mientras el niño se arrodilla hasta que su carita aparece a nuestro nivel.

—Hola, Roberto —saluda Salomón a nuestro vecinito—, no sabéis qué gusto me da verte, campeón.

—Hola, Salomón. —El niño sonríe como si le hubieran dado un caramelo—. ¿Qué hacéis ahí?

—El ascensor se quedó —respondo yo—. ¿Le podéis decir a tu papá que nos busque ayuda, por favor?

—Mi papá no está.

—¿Tu mamá, entonces? —agrega Salomón.

—Tampoco. —El niño sacude la cabeza y si no fuera porque Salomón me sostiene, desfallecería—. Pero está mi abue.

—Ah, perfecto. Dile a tu abue que hay dos personas atrapadas en el ascensor y que necesitan ayuda —instruye Salomón.

—Sí, señor. —Robertico saluda como un militar y se reincorpora. Lo observo hasta que se pierde por las escaleras con el mismo sentimiento que tendría si alguien robara mi comida y saliera corriendo con ella. Como se sintió Salomón cuando se lo hice hace años.

—¿Creéis que de verdad nos va a buscar ayuda? —Porque al final de cuentas, Robertico lo que tiene es seis añitos.

—Eso espero porque sino... —El resto de su respuesta se esfuma en el éter. Ahí me doy cuenta de la razón.

Estamos bien pegaditos. Su cuerpo me tiene apretada contra la pared. Sus manos siguen firmes en mi cintura y su aliento acaricia mi cuello. Sé que si volteo la cabeza solo un poco más sentiré su cara contra mi oreja. Pero no lo hago.

—Te voy a dejar ir, ¿okay? —me dice él.

Casi le digo que no.

Lentamente me baja de nuevo a mis pies y el calor de su cuerpo se aleja. Me doy la vuelta, pensando que es seguro hacerlo, y me llevo tremendo infarto al verlo todavía tan cerca. Mi boca se abre para decir no sé qué. Todo pensamiento coherente se tira por un abismo cuando sus ojos se deslizan hacia mis labios.

¿Son ideas mías o su cara está más cerca?

No, no son ideas mías. Su nariz roza con la mía y de la impresión inhalo entre los dientes.

Sus ojos se abren de golpe, como si se despertara de un sueño. O de una pesadilla, juzgando por el brinco que pega Salomón para poner distancia.

Pero el hecho de que se horrorice por casi haberme besado no es lo peor. Sino que con el súbito movimiento, el ascensor chilla y de pronto siento vértigo. En reflejo me agarro de Salomón y cierro los ojos hasta que pasa la sensación.

—Salomón, ¿seguimos vivos? —pregunto entre bocanadas de aire rápidas.

—Sí, de vaina. Y menos mal que te habíamos sacado del hueco.

Abro los ojos. Lo primero que veo es mis manos en el pecho de Salomón. La manzana de Adán de su cuello sube y baja con un trago grueso. Mantiene su mentón alto, como si estuviera observando algo detrás de mi.

Volteo sobre mi hombro. El agujero entre el techo del ascensor y el piso del edificio se ha reducido al menos un tercio. Es decir, el ascensor bajó otro poco.

—Me hubiera muerto —digo con un hilito de voz.

—Tranquila, no ha pasado nada.

—Si me hubiera quedado atorada ahí ya estaría muerta y de forma horripilante. ¿Cómo carajo me puedo quedar tranquila?

Lo siento encogerse.

—No penséis en eso, que no somos los protagonistas de una película de terror.

—Pero, y si...

—Chito. —Sus brazos me rodean y me atrae hasta fundirme con su pecho. Con una mano enredada entre mi pelo corto, Salomón acomoda mi cabeza entre su cuello y su pecho y lo siento reposar su quijada sobre mi cabeza.

Mi mejilla queda cerca del palpitar de su corazón, tan acelerado como el mío. Ciño mis brazos alrededor de su cintura como si él fuera la boya que me mantiene flotando. Y de cierta manera es así, si no hubiera interrumpido mi espiral fatalista con este abrazo estaría en caída libre mentalmente. Acaricia mi cabeza y eso me relaja más aún.

—Gracias, pero... —balbuceo en voz baja.

—¿Qué?

—Es tu culpa. Si no hubierais brincado de horror ante el prospecto de besarme, esto no hubiera pasado.

—¿Horror? —Bufa sin separarse ni un poquito de mí—. Bueno, sí fue horror. Pero porque pensé que me ibas a dar una patada en las bolas o algo así.

—Yo sería incapaz.

Sobretodo porque estaba totalmente dispuesta a besarlo también, pero esto me lo guardo.

—Tuyo me espero cualquier cosa.

—¿No será porque sabéis que te lo merecéis?

—Concedo el punto. —Se aleja un poco—. ¿Ya te calmaste?

—Sí —contesto al levantar mi cara a sabiendas de que es una mentira total. Es imposible estar calmada ante esta cercanía con él.

—Ah, bueno. Menos mal, porque estoy disfrutando muchísimo este apapucho pero si seguimos así voy a tener el problemita otra vez.

El hecho que dice esto con una sonrisa que podría sentir contra mis labios tan solo con levantarme de puntillas es demasiado para mí. Me aparto antes de que pueda percatarse de que mi corazón late al ritmo de un caballo en hipódromo. Eso sí, lo hago con mucha más delicadeza que él y el ascensor no se mueve ni un milímetro.

Salomón se pasa una mano por la cabeza mientras me observa. Quisiera saber en qué está pensando. Quisiera saber si yo soy la única que está perdiendo los sentidos con todo esto. Abre su boca para decir algo y en vez de eso, suena un estrépito.

NOTA DE LA AUTORA:

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

NOTA DE LA AUTORA:

¡Feliz navidaaaaaad! ¿Cómo les está gustando la historia? ¿Les ha sorprendido Salomón o es como se lo esperaban? 😂

Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora