Capítulo 9

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PASADO 8

1:09pm

Me agarro de la baranda en las paredes del ascensor en un instante de pánico, hasta que me doy cuenta de que nada se está moviendo y de que Salomón parece estar a punto de mearse de la risa.

Relax, solo fue mi barriga. —Sus hombros se sacuden con una risa que sale como ronquidos por su nariz.

—Ah. —Me suelto de la baranda—. Nunca me hubiera imaginado que el estómago de alguien podía sonar así.

—¿Vos no tenéis hambre?

Salomón se agacha sobre sus bolsas de supermercado, dándome la espalda. La cintura de su pantalón se abre un poco ante el estiramiento de la tela y se ve la elástica de su ropa interior. Debiera advertirle, pero las fibras de músculos de su espalda me tienen distraída.

—Sí tengo —confieso y trago grueso.

Me paso una mano por la cara y froto mis ojos. Ni que fuera la primera vez en mi vida que veo algo de cuero de cerca. Lo que pasa es que ninguno de mis novios tenían lo que tiene Salomón. Eran chamos normales, no hiperatractivos con feromonas que alborotan a toda la cuadra.

Eso es lo que pasa. Estar encerrada con él y no poder huir es lo que me tiene perdiendo los sentidos. Nada ha cambiado entre nosotros. Él sigue siendo un mujeriego que no se puede comprometer a una sola relación. Yo sigo siendo demasiado sensata e inteligente como para caer presa de ese juego. Tengo que poner la mayor distancia posible, y en los confines de esta caja de zapato solo puedo hacerlo de una forma.

Emocionalmente.

—Lamentablemente informo que la mayoría de las cosas que compré no se pueden comer crudas —anuncia Salomón sin una pizca de saber lo que estoy pensando—. Hay pollo crudo, un cartón de huevos, verduras y frutas... Bueno, esas quizás se pueden comer crudas, pero es mejor lavarlas primero. Lo único a lo que le podemos entrar es al jugo de naranja y a esta caja de Corn Flakes.

Pronuncia esto último como «conflei» como hacemos todos y casi me desinflo.

«No, Valeria. Pon una raya».

Pero primero, supervivencia.

—Pues nada, conflei con jugo.

Hace algo más de ruido con las bolsas hasta que se reincorpora con la caja de cereal. La abre de un tirón de la solapa de cartón, cosa que a mi normalmente me cuesta. Para mi horror, saca la bolsa del cereal de la caja.

—No puede ser, ¿sois uno de esos animales que sacan la bolsa de la caja cada vez que se van a servir cereal?

—Yo sé que estoy cometiendo un crimen pero no soy así normalmente. —Sus ojos brillan con una sonrisa de la cual, si pudiera, saldría corriendo físicamente—. Pero como no hay platos, no queda más remedio.

Sostiene la caja entre su codo y su costado mientras abre la bolsa. Decanta al menos la mitad del contenido dentro de la caja y me ofrece la bolsa con lo demás.

—Con que sois capaz de inteligencia de vez en cuando —murmuro al aceptar la bolsa.

—Sí, la uso al menos una vez a la semana. —Se ríe aunque intenté sonar bien odiosa. Es uno de los mecanismos que uso siempre para mantenerlo a raya.

Retrocedo hasta que llego a la esquina del ascensor que tiene el panel de control y tropiezo con algo. Junto a mi pie yace el periódico que me regaló la señora en la mañana y me despierta la inteligencia que tenía durmiendo. Recojo el periódico y lo desenrollo hasta extraer varias páginas juntas. Las aplano contra el suelo y me siento encima. Del alivio que sienten mis piernas me sale un suspiro.

Salomón me observa todavía de pie, sus ojos entrecerrados.

—No sé si ofenderme de que te sentaste sobre mi futuro trabajo o si hacer lo mismo.

Hago un ademán de que haga con el resto del periódico lo que quiera, si leerlo o ponérselo encima. Yo que sé.

Al final, acomoda las bolsas contra la pared del medio y hace otro mantelito con el periódico para sentarse sobre el suelo. Yo tengo mis piernas recogidas pero Salomón estira las suyas hasta que cada uno de sus pies queda a un lado de mí. Y aún así tiene que doblar un poco las rodillas.

Batallo con la bolsa de cereal para decantar un poco del contenido en mi boca abierta. No me atrevo a meter mis manos porque las tengo mugres. De hecho toda mi ropa, y eso incluye la franela de Salomón, tiene manchones de polvo o grasa o no se qué. Salomón esta igual, sus jeans tienen tremendas manchas en las rodillas, y tiene manchones y raspones en sus brazos y su pecho.

¿Cómo es que aún sentado se le marcan los abdominales? Yo estoy segura de que debajo de su franela tengo dos tremendos cauchos.

—¿Te gusta lo que veis? —pregunta Salomón y me ahogo con el cereal.

Con total tranquilidad me pasa el pote de jugo de naranja.

—No, sino que veo que estáis mugre y con raspones, y yo debo estar igual —respondo con sorprendente naturalidad después de bajarme un buen trago.

Mi respuesta lo agarra masticando un bocado de cereal. Se tarda tanto en tragar que pienso que no va a contestar, pero en eso habla otra vez.

—Pues sí, pero igual te veis bella así toda salvaje.

Tomo otro trago del jugo y pongo el pote ya medio vacío en medio de los dos como si esto fuera un picnic en el parque. No como si estuviera atrapada con el único chamo capaz de alterar mi ritmo cardíaco con el mínimo gesto. Y ahora que está coqueteando abiertamente me tiene al borde de un precipicio.

En vez de lanzarme, doy un paso atrás. Lo miro a los ojos.

—¿A tu novia le gustaría que estuvieras portándote así con otras chamas?

La pregunta hace que Salomón se convierta en una estatua de mármol.

La pregunta hace que Salomón se convierta en una estatua de mármol

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Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora