PASADO 3
11:03am
Hasta ahí llega el logro porque no podíamos tener la suerte de que el piso del ascensor quedara alineado con el de una planta del edificio, claro que no. Quedamos por debajo de una planta con ni siquiera la mitad de espacio abierto.
—La buena noticia —comenta Salomón entre jadeos—, es que ahora podemos respirar mejor.
—¿No será porque ya no estáis haciendo esfuerzo?
—Eso también. —Se pone las manos en su cintura—. Dame un segundo y pego otros gritos a ver.
—Este, relax. Yo no tengo prisa.
—Pues yo sí.
Dice esto sin siquiera la cortesía de una mirada, lo que me hace pensar que es por mí. Que no puede esperar a escaparse de tener que sufrir la presencia de la única chama que no se babea por él abiertamente.
Solo admito para mí misma que la clave está en esa última palabra. En privado sí me babeo.
Una cosa es que Salomón sea un payaso intragable, pero hay que reconocer que otra cosa es cómo se ve. Mientras él recupera su aliento, desde detrás observo su espalda fuerte, los brazos con venas pronunciadas bajo una piel bien tostada que se ve suave como terciopelo. Incluso debajo de sus jeans anchos se nota que tiene tremendo culito.
Subo los ojos otra vez y los clavo en su nuca. El problema es que hasta su cuello tiene músculos que dan ganas recorrer con los dedos. Salomón no es ningún atleta ni nada, de hecho estudia Periodismo y se la pasa con la nariz en libros, pero siempre ha sido activo. Desde chiquito era parte del club de deportes no oficial de la residencia, y a veces se sigue sumando a las caimaneras del vecindario.
La primera vez que lo vi sin camisa ya grandes fue hace cinco años, cuando estábamos en cuarto de bachillerato. Llegaba yo con mami y mi hermanita de comprarnos unos helados y varios de los vecinos estaban jugando fútbol en la calle. Recuerdo que me tropecé con mis propios pies al ver los abdominales marcados de Salomón. Simultáneamente mientras componía mi camino, observé a algunos de los otros y no les noté esa definición.
Simplemente, Salomón es uno de esos chamos bendecidos con una genética intachable. No tiene la culpa de que se le tiren encima tantos prospectos. Si yo no tuviera alto sentido de auto preservación, me le hubiera tirado encima varias veces.
—Aja, tápate los oídos —instruye de pronto y cumplo al instante.
—Dale pues.
Empieza su diatriba otra vez, pero ahora sí tiene que funcionar. Con esos pulmones mínimo lo oyeron hasta Barquisimeto.
—¿Ya? —indago cuando hace una pausa larga y asiente.
Con dos pasos cortos se devuelve a su esquina para agacharse sobre sus bolsas. Saca un pote de jugo de naranja de un litro y toma un buen trago.
—¿Queréis? —Me lo ofrece.
—No, gracias. —Me pongo de puntillas para asomarme por el hueco con esperanza de que aparezca alguien de pronto, y nada—. Pero bueno, ¿acaso el edificio está vacío o qué?
Me agarro del borde del suelo y me impulso un poco para sacar la cabeza. A la distancia oigo algunos pájaros. Me hace pensar que no estamos tan relativamente lejos de la planta baja. Pero no oigo nada de voces ni pasos. Eso sí, huelo algo.
—¿Oléis eso?
—¿Ah? —Salomón suena distraído.
—Me huele a comida de almuerzo. —Olfateo como hacen los perritos—. Eso significa que en algún apartamento hay alguien cocinando, así que si seguimos gritando puede que haya chance de que nos oiga.
De repente siento calor a mi lado, y resulta ser Salomón que se asoma también.
—Bueno pero ya me estoy quedando ronco —explica y en efecto su voz suena áspera y gruesa—. Grita conmigo esta vez.
—Okay. —Igual me tapo los oídos y me uno a la alharaca.
Hacemos escándalo por al menos quince minutos, con pausas de por medio para respirar y para escuchar en caso de que alguien se acerque y podamos parar.
Y nada.
¿Será que todos en el edificio unánimemente decidieron ponerse a oír changa o algo?
Salomón inhala y pone las manos alrededor de su boca para reiniciar el esfuerzo y pongo mi mano sobre su brazo.
—Aguántalo —gimo—, que me duele la cabeza de tanto grito.
—Pero... —Una arruga aparece entre sus cejas y suspira—. Está bien. Tampoco es que tengo tanta prisa.
Me desinflo contra la pared que tiene el panel de control y hago presión en mis cienes con mis manos.
—¿No tenéis Ibuprofeno o algo? —pregunta.
—No. —Como no tengo el período ahora, no metí el pote de calmantes en mi morral. Pero esto no se lo explico.
—A mi mamá le ayuda si se pone algo frío contra la cabeza, toma.
Brinco cuando algo gélido hace contacto con mi frente. Abro los ojos y veo que es el pote de jugo de naranja. Me relajo un poco y esta vez sí lo acepto, porque el frío me da alivio casi instantáneo.
—Gracias.
—De nada.
Nos quedamos en silencio un rato. Yo poso el pote frío contra mis cienes, contra mi frente, y hasta contra mis ojos. Por su parte, Salomón observa el hueco entre el techo del ascensor y el suelo de la planta del edificio como si fueran un problema de matemáticas.
—¿Cabré por el hueco? —Se soba el mentón afeitado.
—Ahora sí tuviste una buena idea. —Devuelvo el pote de jugo a su puesto en la bolsa y me planto junto a Salomón para analizar la situación—. Pero hay varios problemas.
—¿Cuáles? —La pregunta sale con ladilla inocultable.
—Primero, ni soñéis con que te puedo levantar.
—Este, un momento. ¿No demostré ya que soy fuertecito?
—Y segundo, fuertecito, que sois muy grande pa' el hueco.
Salomón entrecierra los ojos. Sus labios sufren espasmos ante las ganas de sonreír. Cuando aparece el brillo peligroso en sus ojos es que caigo en la cuenta de lo que pasa por su cabeza.
—Cochino.
—Yo no he dicho nada.
—No lo tenéis que decir, se te ve en la cara de sádico.
—En fin. —Voltea la cabeza hacia el frente otra vez—. Yo puede que sea muy grande pa' el hueco...
—Por favor. —Gimo de dolor en el alma. No debí haber dicho eso, aunque fuera verdad.
—Pero vos no lo sois —remata.
Nuestros ojos se encuentran. Esta vez los suyos no llevan rastro de lo anterior. Sino que son serios.
—Ni lo soñéis —anuncio.
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Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)
RomanceValeria y Salomón son vecinos de toda la vida que no se soportan... hasta que se quedan atrapados en un ascensor. *** Valeria es odiosa y Salomón es mujeriego. Si no fuera porque sus mamás son amigas, ella no lo querría ni ver en pintura (aunque en...