PASADO 16
6:03pm
Estoy catatónica en mi cama, acostada boca arriba con la mirada perdida en el techo.
Fueron siete horas en total encerrada con Salomón, y cada una de ellas ha quedado grabada entre las arrugas de mi cerebro para siempre. Cada insulto, cada mirada, cada chiste, cada toque. Todavía siento sus manos en mi cintura una hora después. Logré llegar al baño sin hacer el ridículo. Me bañé. Comí lo que mamá me guardó del almuerzo. Me puse mi bata favorita de estar en la casa que parece como de ancianita ochentera. Y todavía siento el calor de sus manos como si fueran los hierros que marcan una vaca.
Abruptamente me empiezo a reír por el chiste bobo de la vaca que me echó Salomón intentando vengarse de mí.
¿Habrá logrado llegar al baño sin percance?
No, mejor no pienso en eso. Él me lo pidió. ¿Por qué no me pudo haber pedido también que lo besara? ¿Por qué tuvieron que rescatarnos justo en ese momento? ¿Por qué nos interrumpieron cada vez que se ponía interesante el asunto?
Es como si el universo no quisiera que nada pasara entre nosotros.
La puerta de mi cuarto se abre sin la cortesía de avisar primero, y gracias eso sé sin mirar que es mami.
—¿Cómo te sentís?
—Bien, ma. Cansada.
—Bueno, descansa por hoy y estudiáis mañana. —Su sombra cae sobre mí y se agacha para darme un beso en la frente de esos que solo dan las mamás, demasiado húmedo y chillón como para ser tierno—. Me alegra que no te haya pasado nada. Sí me preocupé, pa' que sepáis.
Sonrío.
—Pa' la próxima manda el rescate más rápido, porfa.
—¿Segura? —Mami levanta las cejas y se pone las manos en las caderas—. Porque no te vi sufriendo así mucho con el hijo de Gabriela.
Espero no estar poniéndome roja como un tomate.
—Mami, no nos matamos el uno a la otra por un milagro.
—Ajaaaa. Decile eso a alguien que no te haya visto muy abrazadita de él.
—Quiero descansar.
Me doy la vuelta para quedar de espaldas pero no la engaño. Al menos su risa se aleja y eventualmente cierra la puerta, dejándome en un silencio que solo lo perturba el zumbido de mi aire acondicionado. Me abrazo de mi almohada pero no la siento tan cómoda como siempre.
No, no es eso. Es que lo que quisiera estar abrazando es otra cosa.
Hundo mi cara en la almohada. ¿Ahora qué? Cuando vea a Salomón la próxima vez, ¿cómo actúo? ¿Como si nada? ¿Como si no hubiera pasado las siete horas más descabelladas de mi vida con él? ¿Y medio desnudo?
Pataleo contra el colchón y ahogo mis chillidos con la almohada. Cosquillas corren por mis venas ante acordarme de ese abrazo al final. De ese casi beso.
Alguien toca a la puerta. Esta vez tiene que ser Valentina.
—Entra.
Me acomodo sobre la cama tal como me consiguió mamá hace un minuto. Boca arriba, serena. Aquí no ha pasado nada. Nadie se ha portado como una preadolescente empepada.
Mi hermanita entra y cierra la puerta. Se sienta en mi cama con una sonrisa de Mona Lisa que puede significar cualquier cosa entre diversión y maldad. Con ella nunca se sabe.
—Mami me dijo que queréis descansar, así que naturalmente vengo a molestar.
—Naturalmente. —Asiento. En su posición yo haría lo mismo.
—Decime la verdad —empieza ella—, ¿qué pasó en ese ascensor entre Salomón y vos?
Este es el peligro con Valentina. Apenas con catorce años de edad sabe demasiado y tiende a usarlo en tu contra cuando menos esperas. Algún día se apoderará del mundo.
Pero hoy no se va a apoderar de mis secretos.
—Miarma, ¿a qué te referís?
—No me vais a cortar con ese vaso de cartón —espeta como dice mami a cada rato—. Nadie se cree el cuento de que un chamo y una chama de la misma edad se pasaron siete horas encerrados solos y no paso nada.
—Bueno, sí pasaron muchas cosas. —Me remuevo hasta sentarme sobre la cama con la espalda contra la almohada. Los ojos de Valentina brillan ante el prospecto de un buen brollo que le pueda llevar a Bárbara y Dayana—. Gritamos por ayuda hasta ponernos roncos. Nos comimos una caja de cereal entre los dos. El jugo de naranja nos dio ganas de ir al baño. Y ahora quedamos con un lindo trauma pa' el resto de nuestras vidas.
—Eso no. —Me da un manotazo en la pierna—. ¿Se jamonearon o qué?
Me ahogo. Ella no tiene compasión ni para darme golpes en la espalda.
—Mija, o sea, la vida no es como las novelas de RCTV —escupo entre toses.
—¿En serio? ¿Ni un besito? —Su simiente se enseria hasta parecer molesta.
«Somos dos, hermanita».
—Deja de pensar en pajaritos preñaos que estáis muy chamita pa' eso, y déjame descansar.
—Qué chimbo. —Se levanta sacudiéndose como hacen los niños en berrinche—. Y yo que pensé que al fin se iban a empatar.
—¿Cómo que al fin?
Cualquiera pensaría que ella es la de veintiuno y yo la de catorce, con la expresión que me pone de pena ajena.
—Pero si los dos andan prendaos el uno de la otra y todos lo sabemos.
—¿Ah? —Respingo hasta sentarme al borde de mi cama—. ¿Cómo?
—Sí, o sea. Los dos se hacen ojitos sin que el otro se de cuenta pero todos los demás sí que nos damos cuenta. Dan lástima.
—¿Salomón me hace ojitos?
—¿No te habías dado cuenta?
—Este... no. —Paso una mano por mi cabello todavía medio mojado.
—Bueno, a lo mejor son ideas nuestras porque sino te hubiera besado. —Valentina levanta un hombro y se marcha a la puerta—. Descansa pues.
Imposible. No es momento de descanso. Es momento de la acción.
NOTA DE LA AUTORA:
Me desaparecí porque básicamente he estado más enferma que un perro callejero desde la última vez que actualicé a principios de enero. Todavía me siento como un camión de basura pero mejorandito, así que aquí les traigo este capítulo. Porfis comenten pa' alegrarme la vida 🫠🩵
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Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)
RomanceValeria y Salomón son vecinos de toda la vida que no se soportan... hasta que se quedan atrapados en un ascensor. *** Valeria es odiosa y Salomón es mujeriego. Si no fuera porque sus mamás son amigas, ella no lo querría ni ver en pintura (aunque en...