Capítulo 3

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PASADO 2

10:40am

No sé si es efecto de la oscuridad o porque no hay electricidad en todo el edificio, pero las bolsas hacen un estruendo cuando Salomón las deposita en el piso del ascensor.

—Que no panda el cúnico —bromea con voz que se resquebraja en signo claro de nervios. Tampoco sé si es porque estamos atrapados o por lo que dijo hace un instante.

Me aclaro la garganta.

—Yo estoy tranquila.

—Ah, bueno, menos mal. No soy muy bueno lidiando con las lágrimas de las chamas.

—Primero —interrumpo—, no toda emoción la expresamos llorando. Segundo, quién te manda a andar de mujeriego y rompecorazones.

Su inhalación exagerada hace eco en mis oídos.

—Con permiso, pero es injusto llamarme mujeriego cuando todas ellas están de acuerdo en salir conmigo. Y entonces si ellas tienen varios arrejuntes, ¿qué? ¿Son hombreriegas?

Me molesta que tenga un buen punto. Pero tampoco me voy a poner a defender estándares dobles. Cruzo los brazos aunque solo yo lo sepa. Ni un hilito de luz se filtra por el ascensor así que él no puede ver mis gestos ni viceversa.

—Ah, pero no niegas lo de rompecorazones —asesto, cambiando de táctica.

Salomón hace un ruido de lo profundo de su pecho, parecido a como si estuviera saboreando algo delicioso. Me pone la piel de gallina y agradezco que no sabe el efecto que tiene en mí.

—No lo niego, pero que conste que prácticamente por cada corazón que yo he roto, otra vez me han roto el mío.

Bufo.

—Es en serio —recalca.

—No me lo creo. Te he visto ir de la una a la otra en cuestión de días. Además, siempre tenéis esa sonrisa de Colgate fastidiosa.

—Eso es solo lo que veis por fuera, por dentro es otra historia. Eso te lo enseñan en tus clases de psicología, ¿no? Cómo las personas son complejas y más profundas de lo que se ve en la superficie.

—Sí, bueno...

Detesto cuando se pone filosófico como su papá y el mejor amigo de su papá, que también es nuestro vecino. A veces Salomón tiene unos momentos de madurez que son los más peligrosos, porque durante ese instante me hace pensar que es el chamo más interesante que he conocido.

Lo malo, pero definitivamente bueno, es que no dura mucho.

—Eso sí, catira, si queréis ver lo que hay más allá vos solo tenéis que decirlo y yo me quito todo. —Se carcajea.

—Por favor asegúrate de mantener toda tu ropa puesta en su sitio. —Exhalo con fastidio—. Y mantén tus manos en tus bolsillos.

—Tranquila, si te tocara sería porque vos lo queráis.

Froto mis cienes con fuerza porque ya siento un dolor de cabeza centellear en mis nervios.

—Sois insoportable, Salomón Rodríguez.

—Y vos tampoco sois tan chévere, Valeria Machado. Uno te tira cumplidos y le devolvéis insultos.

—Los cumplidos son pa' quién se los merece. El día que no digáis guebonadas como estas te tiraré todas las flores del mundo.

En eso vuelve la luz. Es como si me golpeara los ojos y tengo que apretarlos para que no me estalle aún más dolor en mi cabeza. A tientas los abro de nuevo y pestañeo hasta adaptarme.

Consigo a Salomón en la esquina opuesta, casi fundido con las paredes del ascensor. Se tuvo que haber instalado ahí desde que puso las bolsas en el suelo, porque aparte de su voz no escuché ningún otro ruido. Sus manos están en sus bolsillos, y también debe haber sido desde ese momento o hubiera captado el roce de su piel con la tela gruesa de sus jeans.

Y su expresión es más de molestia hacia mí que hacia el súbito regreso de la luz. Así como si lo hubiera ofendido.

Algo en mi pecho se estruja.

—Este... —Me vuelvo hacia el panel de control del ascensor y presiono nuestros botones otra vez—. No te preocupéis, ya pronto no vais a tener que compartir más espacio con esta no chévere.

—Excelente —gruñe Salomón—, así tampoco te calais más a este insoportable.

Presiono los botones con más fuerza.

Pero algo inesperado ocurre. O mejor dicho, no ocurre. Porque el ascensor no se mueve. No hace ruidos. No siento ese jalón clásico de cuando arranca.

—No me digais... —masculla Salomón.

—'Ta bien, entonces no te digo que el ascensor sigue parado. —Mi intento de bromear sale por la culata porque la confirmación lo amarga más aún. Lo sé por como se pasa la mano por su cabeza pelada al ras.

—¿Y si gritamos?

—La verdad tengo tantas ganas de que me reventéis los tímpanos como de seguir aquí. —Asiento y me tapo los oídos lo mejor que puedo—. Dale.

Salomón se mueve hacia las puertas cerradas, expande su pecho con un aliento profundo, y suelta una serie de gritos a todo volumen. Los típicos «auxilio», «ayuda», «por favor» y «alguien» salen en varias combinaciones. Si tenía leve indicio de dolor de cabeza hace unos minutos, ahora sí explota.

Al rato se cansa y cesa la gritería, con lo que me da un leve alivio. Eso sí, se pone a apretar los botones otra vez.

—No porque los apretéis más fuerte que yo te va a hacer caso el ascensor —espeto totalmente amargada.

Solo me lanza una mirada igual de dulce sobre su hombro.

—¿Qué sugerís? ¿Que me quede sin hacer nada?

—A lo mejor es lo que toca.

—No, algo hay que hacer pa' que se den cuenta de la situación. Además más tarde tengo planes —murmura mientras observa cada rincón del ascensor en búsqueda será de una puerta mágica que lo saque de aquí.

—Tranquilo, seguro que alguien se percata rápido. —Me respaldo contra la pared del ascensor.

—Es más, ¿sabéis qué? No me deben haber oído porque estamos como en un Toperguare —dice más para sí mismo que para mí—, pero si lo abro...

—Ya va...

Pero no terminamos de hablar ni él ni yo cuando Salomón se posiciona contra la puerta. A pesar de lo ancha de su franela, los músculos de sus hombros y brazos se marcan con el esfuerzo que hace.

—Cuidado...

Mi advertencia se oculta entre su gruñido. Y luego caigo en la cuenta de que el ruido no salió de la boca de Salomón sino del ascensor. Con fuerza que no sabía que podía tener, Salomón abre la puerta de par en par.

 Con fuerza que no sabía que podía tener, Salomón abre la puerta de par en par

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Todo lo que sube tiene que bajar (Nostalgia #2.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora