Capítulo 13: ¡Alarma número tres!

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🎶Money-Lisa

Hansel

Maldito sea mi padre.

Me había llamado con urgencia a primera hora de la mañana, tenía que hablar conmigo con suma urgencia. Debe ser otra de sus molestas charlas motivacionales de por qué tengo que heredar la empresa familiar, que es mi responsabilidad como hijo mayor y tenía el deber de asumir un cargo al que me rehusaba a obtener.
Estar en un edificio con una docena de pisos y con un montón de ejecutivos a mí el rededor no era lo mío.

Me gustaba la paz y tranquilidad de mi casa, podía estar dormido hasta la hora que quisiera y tomar descansos cada vez que se me pegará la gana. Al ser mi propio jefe no había quien me mandara, y ganaba mucho más dinero que sentado en el escritorio de mi padre dando órdenes. Las investigaciones que aceptaba no eran nada fáciles, y en algún punto se enredaban, pero de alguna manera terminaba dando en el clavo y encontraba los trapos sucios. Mis casos favoritos eran los de infidelidad, el infiel siempre cometía el acto con la persona que menos me esperaba, y me resultaba divertido la forma en que siempre mentían e intentaban salir bien librados cuando ya se sabía toda la verdad. En conclusión amaba mi trabajo y no solo por el placer de investigar, sino por el chisme bien pagado del que me enteraba.

Llegué hasta la empresa de mi padre en donde estaba con el ceño fruncido con un puro en la boca, levantó la vista y dijo:

—llegas tarde. —tenía la amabilidad de venir hasta aquí y en vez de recibirme con un cálido abrazo paternal, me regañaba como si fuera un niño.

—lo siento.

Dos palabras para dar zanjado el asunto de la regañada. La relación padre e hijo nunca había sido buena, sobre todo ahora que él estaba a punto de jubilar. Ya no gastaba energía en discutir con él, de todos modos jamás entendía razones que no fueran las suyas.

—supongo que ya sabes que tu madre llegará la próxima semana de Londres.

Mi madre Anastasia vivía hace tiempo lejos de él, se separaron cuando acababa de irme de la casa de mi padre, ya no se soportaban, no podían respirar el mismo aire sin pelear, aún me preguntaba como diablos habían engendrado a mi hermana si se llevaban tan mal. Solo se trataban una vez al año y eso era cuando estaba obligada a volver por mi hermana Estefanía. Ella era más sentimental y cada vez que papá la llamaba por teléfono diciendo que quería verla ella venía corriendo.

—¿qué? Como diablos no me avisa, la esperaba dentro de dos meses, no ahora. —me senté frente a él mientras que papá firmaba unos papeles.

El jardín ya no parecía de mala muerte, se veía bastante bien para ir a la mitad de trabajo, pero la idea inicial era que llegaran cuando mi jardín no fuera un desfile de hombres rudos cargando sacos de tierra. Eso era demasiada masculinidad para mi hermanita de veintidós años, que de seguro estará desde temprano pegada en los ventanales de la sala viendo como sudan bajo el sol.

—ya la conoces, cambia de idea cada cinco minutos y no hay quien la entienda. —en eso nos parecíamos mucho.

—Hansel, sabes que no te he llamado para hablar de tu madre. Ya es hora de que madures y pongas los pies sobre la tierra, vas a cumplir treinta y cinco años y aún tienes actitudes de un veinteañero.

Aquí vamos de nuevo.

—padre ya sabes la respuesta, no insistas. —me levanté de la cómoda silla giratoria dispuesto a irme, no seguiría escuchando a un hombre que no quiere entender.

—¡a donde crees que vas muchachito insolente! Juro que si cruzas esa puerta te desheredaré y se lo dejaré todo a tu hermana. —me detuve para que creyera que con eso había logrado convencerme.

—puedes dejárselo todo papá, no me importa tu dinero. —salí como un ganador de la oficina haciendo que la secretaria de papá casi se cayera al abrir la puerta, de seguro estaba apoyada en la puerta tratando de escuchar.

Antes de irme a casa pasé a comprar una docena de velas aromáticas de vainilla con canela, bombas de burbujas, sales de baño con olor a vainilla y todas las tonterías con olor a vainilla que le gustan a Estefanía.
Era la luz de mis ojos y la única mujer con la capacidad de manipularme a su antojo con dos miraditas, la tenía demasiado consentida. Mi madre no se quedaba atrás, esa mujer me daba escalofríos, tenía una capacidad de manipulación casi a mi nivel.

Entré corriendo en la casa dispuesto a poner a medio mundo sobre aviso de la avalancha de ruido que se nos venía.

—¡Jaime! ¡Esto es grave! ¡Jaime! —era imposible que no me oyera con mis gritos.

El mencionado se asomó con un delantal de cocina y un bol de vidrio en las manos. Me acerqué con bolsas y bolsas de tiendas con cara de preocupación.

—Jaime, da el aviso de emergencia. —el pobre hombre siguió batiendo su mezcla sin prestarme atención.

—sé más específico, ¿cuál de todas? —dijo Jaime con aburrimiento.

Al estar siempre metido en algún drama de faldas, había preparado al personal para dar avisos de emergencia de última hora. Alarma uno, una nena encontró la guarida y necesito que me escondan, alarma dos, algún marido furioso me busca en la entrada, y la última y la más importante de todas, alarma tres, el diablo y su secuaz vienen en camino.

—¡tres con un demonio, tres! ¡Llegarán la próxima semana! —dije soltando las bolsas en los sillones y correr al auto por las demás.

A Jaime se le había desfigurado el rostro, eso era grave, tenía cuatro días para convertir toda la casa en una mansión de lujo, y hacer que pareciera como si fuéramos a recibir a la mismísima realeza. Jaime de seguro pondrá a todo el servicio en alerta, deben estar preparadas para atender a mi berrinchuda hermana y todos los caprichos que de seguro querrá.

Mientras sacaba el resto de bolsas del maletero vi a Isabella de reojo, ahora que lo pensaba mi madre nunca en toda su vida había visto una mujer en mi casa, si la veía aquí pensaría que me acuesto con ella, cosa que quería, pero aún no corría con esa suerte, o quizás piense que es mi novia. La palabra me recorrió el cuerpo en un escalofrío, hace mucho tiempo que no entablaba algo serio con alguien. La idea de tener a una persona con la que pudiera pasar mis días era algo a lo que le temía, me aburriría y terminaría inevitablemente como mis padres, alejados y evitando lo más posible el contacto con el otro. Sin contar que mi miedo al compromiso seguía latente, no quería confiar en alguien y luego equivocarme.

Cerré el maletero con fuerza alejando esas ideas de mi mente, lo último que necesito es una mujer mandona, gruñona y que siempre me lleve la contra. Pero cada vez que veía a Isabella sonreír terminaba mirándola con ojos de bobo ena... ¡No! Basta Hansel concéntrate, solo quieres acostarte con ella y nada más. Recuerda tu espíritu de mujeriego.

Entré en la casa para ayudar a Jaime con la preparación de la habitación de mi madre y mi hermana. Mientras hablábamos sobre como personalizar la habitación de Estefanía, Jaime sacó al baile un tema que me producía nerviosismo.

—invitaste a la paisajista a la fiesta de compromiso o ¿te faltaron huevos?

—si lo hice.

—¿y aceptó tan fácil?

—por su puesto que no, al principio se negó, pero finalmente aceptó luego de que prometiera que no haría nada que ella no quisiera. —Jaime soltó una carcajada exagerada que hizo que le salieran lágrimas de los ojos. Sabía muy bien que no cumpliría mi promesa

—deberías darle algo que de verdad le guste y sea valioso para ella, quizás así no se enoje tanto cuando te la lleves a darle cariños a algún rincón de la fiesta.

La idea de Jaime era buena, tener un gesto con Isabella no era malo, se vería como que realmente me fijo en ella. Y lo hacía, le daría el mejor puto regalo que le hayan hecho en su vida y estoy segura de que lo amará tanto que no podrá rechazarlo.

Espero que les haya gustado el capítulo, no olviden dejar su voto y comentarios para apoyar la historia.

Xoxo, la autora. 🌸

Intenta no enamorarte de mí, florecitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora