Brillo de esperanza

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Después de aquel baño dado con tanta atención, Regina tuvo una cena agradable y la compañía de Emma para ver una película. No aguanto mucho tiempo, pues tal como una adivina, la enfermera le dijo que se quedaría dormida antes que The kid, con Bruce Willis, acabara.

Swan se acomodó en un sofá-cama, el mismo en que dejó la mochila cuando llegó, y Cora le dejó ropa de cama y una almohada tan olorosa que le daba pena usarla. Se dio cuenta cuando Regina cayó dormida y la película ya estaba llegando a su fin. No quiso continuar viéndola, así que apagó las luces y la tele del cuarto en absoluto silencio. Observó a Regina a distancia mientras respiraba bajito esperando que tuviera aquel mismo sueño agradable con los hijos y el marido que había tenido por la tarde. Pero pensó en sí misma, si no sería interesante imaginarse en un lugar siendo plenamente feliz como deseaba. Emma no buscaba la felicidad, pero deseaba ser feliz en algún momento de su vida. Siempre pensaba "al menos hago lo que adoro hacer y las personas están agradecidas por eso"

Se despertó a las seis y media con su reloj sonando para la hora de la medicación de Regina. Se giró, estiró el brazo y detuvo la débil alarma del reloj de muñeca antes de que Mills se asustara. Pero Regina aún dormía, y dormía tan bien que parecía una santa inmaculada en la posición en que se encontraba. Emma se levantó, se cambió el pijama por el uniforme blanco y arregló el sofá. Le dio mucha pena cuando tuvo que despertar a Regina, pero intentó hacerlo de la forma más suave posible.

‒ Buenos días, creo que ya es hora de despertar. Sé que el sueño parece muy bueno, pero tiene que tomarse un medicamento muy importante‒ dijo de forma casi inaudible

Los ojos de Regina se giran hacia la enfermera de pie al lado de la cama, agarrando un vaso de agua y aquella pastilla blanca para los dolores. En fin, no estaba soñando, solo despertó tras escuchar la voz de Emma como si se hubiera quedado dormida hacía poco tiempo.

‒ Es verdad, el sueño era bueno‒ su voz transmitía alivio. Regina aún tenía la sensación de que no iba a despertarse más, que volvería a un coma interminable. Si eso sucediera, por un lado, estaría bien no tener que enfrentar tantos problemas que la vida real presentaba a una Regina que sentía que ya no era más.

Se sentó, aceptó la pastilla y la tragó deprisa con la ayuda del agua.

‒ ¿Soñó algo?‒ preguntó la enfermera

‒ No recuerdo haber soñado. Fue como apagar y haber despertado ahora. ¿A qué hora me dormí?

‒ Poco después de la mitad de la película.

‒ Tenía usted razón, no aguantaria mucho después de cenar

‒ Su cuerpo aún está recuperándose, necesita reposo. A propósito, tiene una consulta con el Dr. Gold hoy. Voy con usted al hospital.

‒ Está bien‒ observa a Emma, ve aquellos hermosos cabellos dorados recogidos y casi le pide que se los suelte solo para admirarlos ‒ ¿Cora ya está de pie?

‒ Sí, está preparando el desayuno. En un momento traerá la bandeja.

‒ Por favor, coma conmigo cuando ella llegue.

‒ No. No puedo, estoy trabajando, no es correcto.

‒ Es una orden, Emma, no una petición. Va a desayunar conmigo. Y cuando pueda sentarme sola, también almorzará y cenará.

Emma se sintió tan avergonzada que su rostro tenía el color del tomate, pero Regina no le prestó atención a eso. Al menos algo de su comportamiento anterior había sobrevivido al accidente, aquel carácter impositivo al que Cora se había referido el día anterior.

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