Solo cuando estoy contigo

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Regina está sola, y todo está en silencio. Sabe que siente un frío en la barriga, perturbándola, desde que se sentó a desayunar el domingo. Emma no está con ella, sentada frente a ella saboreando tostadas con queso suizo. Hace una falta tan grande, piensa. ¿Por qué la semana corría tanto para llegar al domingo cuando Emma no podía descansar observando el jardín como lo hacía ella? Todo el mundo tenía derecho a un día libre, especialmente Emma que estaba con Regina casi 24 horas seis días de la semana. Regina mira de nuevo hacia el jardín. El sol volvió a brillar intensamente después de cuatro días fríos. Pero no estaba concentrada en la fotosíntesis. Regina siente el calor de los brazos de Emma en su cuerpo. Un abrazo que la había sujetado cuando había perdido el equilibrio en el parque. Finalmente, se había puesto de pie y hecho algo tan sorprendente que Emma estuvo hablando de eso todo el tiempo en los últimos dos días.

Tras otros dos intentos de levantarse, Mills reconocía que el esfuerzo la dejaba exhausta y que haberse levantado por cuenta propia de la silla en el parque había sido un milagro, solo porque no tenía duda alguna de que lo conseguiría. Sus piernas aún necesitaban ser enseñadas como un cachorrito para que entendieran que tenían que aguantar su peso. Era algo que hacía que ella no pensara en nada más que no fuera estar en pie. Pero cuando Emma le pidió que lo hiciera delante de Cora, el miedo volvió a impedírselo. Ella sabía que lo haría otra vez, cuando nadie estuviera mirando o cuando Emma estuviera a punto de llegar. El hecho era que necesitaba estar delante de Emma, como si esta fuera su motivación. "Lo conseguí". Se dice a sí misma. Lo había conseguido porque Emma esperaba que ella lo consiguiera. O porque quería de verdad probar que era aquella la sensación que la enfermera le causaba. Estaba curada.

Cora entró en el cuarto tan soterradamente que el ruido de sus zapatos no molestó los devaneos de la mujer. Regina sonreía sola, mientras se rascaba la nuca. Y aquella expresión de alivio mezclada a una felicidad enorme no era extraña para el ama de llaves. En realidad, era la expresión que tenía desde que Emma había aparecido. Cora ya lo había notado y se lo había dicho a la muchacha. Pero, ¿sería solo la gratitud lo que causaba tanto cambio con respecto a lo que todos conocían? De hecho, la gratitud hacía cosas fantásticas, solo que Regina nunca había aparecido tan transparente a todo el mundo y ya hacía algunos días que Cora quería entender de dónde venían las tímidas sonrisas de Regina cuando no había nadie cerca.

‒ Hola. ¿Puedo recoger las sobras?‒ cuestionó el ama de llaves, y Regina se asustó

‒ Ah, disculpe, Cora. No la vi entrar. Sí, puede recoger, ya terminé‒ parece que la señora Mills no se sintió feliz al ser sacada a la fuerza de sus sueños despiertos. Intentó disimular.

‒ Regina, hace días que vengo observándote. Como tu ama de llaves y como trabajadora que lleva en esta casa muchos años, creo que tengo libertad para preguntar sobre esa sonrisa inocente que intentas esconder‒ Cora comienza a recoger lo que estaba en la mesa.

‒ ¿De qué está hablando?‒ Regina siente que fue cogida in fraganti

‒ La misma que llevabas en el rostro cuando entré en el cuarto. Sé cuando estás feliz, cuando estás triste o lamentándote de algo en silencio. Te olvidas de que te conozco desde pequeña‒ para y observa a Mills que la recrimina con los ojos.

Regina suspira, no ve salida. ¿Y si le dijera que no tenía otro pensamiento que no fuera Emma? ¿Cómo sería todo de allí en adelante? Cora sabría portarse ante una revelación. Ah, sí sabría si de verdad fuera fiel a su función de tantos años.

‒ Tiene razón. Es algo que se está volviendo normal, me dan tantas ganas cuando pienso en ella...

‒ ¿En ella?

BuryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora