Agradecimientos

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Estar una mañana sentada frente al jardín no le parecía mala idea a Regina cuando Cora la sacó a la parte exterior de la casa. Le prestó atención a todas aquellas plantas que había alrededor de la casa, flores que jamás habían tenido otro sentido para ella sino el de embellecer el sitio. Ahora, observando cómo el sol, a las nueve de la mañana, besaba los pétalos de las violetas y de las margaritas se preguntaba cómo es que nunca había percibido que las flores eran mucho más que un símbolo de belleza y de buen olor. Regina vio a Leopold regar el jardín y lavar el coche como si el vehículo fuera un hijo. En realidad, todo lo que él hacía llevaba un envidiable esmero, entonces recordó cómo su ama de llaves trataba los asuntos de la casa con el mismo cariño. Las cocineras preparaban su almuerzo, la merienda y la cena, además de ayudar a mantener impecable aquella casa inmensa. Ciertamente reconocía el trabajo de todos antes de sufrir el accidente, sin embargo jamás fue capaz de elogiarlos. Así que, decidida, trató de llamar la atención del chófer para que se acercara.

‒ ¿Sí, señora?‒ él la ve y para lo que estaba haciendo en el mismo instante

‒ Solo quiero decir que todo está quedando muy bien, Leopold. Siga haciendo el trabajo exactamente como lo está haciendo‒ elogia la mujer, cosa que ciertamente cogió por sorpresa al chófer.

Él le sonrió retirándose el sombrero y volvió a lavar el coche. Regina pensó que estaría bien recompensarlo con un extra a finales de mes, pero no le diría nada, dejaría que lo descubriera y se llevara una buena sorpresa.

Cuando Cora reaparece, trae un vaso con limonada para la señora y parece notar que Regina había acabado de tener una idea.

‒ Sea lo que sea que esté pensando, estoy de acuerdo‒ comenta, limpiándose las manos en la falda.

‒ ¿Cómo sabe que lo que he pensado es algo bueno?

‒ Por su cara. La conozco, Regina

‒ Es verdad, a veces me olvido de eso. Me estoy dando cuenta de que he sido una persona muy mal agradecida todos estos años.

‒ Era su manera, querida, nos acostumbramos.

Regina la mira de pie a su lado, está agarrando el vaso de limonada y ya le había dado dos sorbos.

‒ ¿Qué más saben de mí que yo todavía no sé?

Cora ríe discretamente, mira a Regina, piensa si es una buena idea hablar sobre ella.

‒ Sabemos que era una mujer muy enérgica, una criatura temible, pero muy amable con sus hijos y marido. Tenía dos caras, y nosotros debíamos estar preparados para lidiar con ambas. Cuando bajaba feliz y de buen humor, sabíamos que había hecho las paces con Daniel. Eso no quiere decir que pelearan con frecuencia, eran apenas diferencias en cuanto al trabajo. Usted misma decía que trabajar con el marido era algo complicado. Una de sus exigencias era que, al menos, necesitaba una hora para estar con sus hijos todos los días. Se divertía mucho con aquellos dos, ellos la adoraban.

‒ Tengo la sensación de que luché mucho por quedarme embarazada. La misma sensación de que no fue una buena época en mi vida.

‒ Oh, sí. Usted y Daniel visitaron muchos médicos y llegaron a la conclusión de que no podía quedarse embarazada de forma natural. Felizmente la inseminación salió bien, y tan bien que vinieron dos bebés en vez de solo uno.

‒ Imagino su felicidad cuando se enteró de mi embarazo. Le debo mucho, Cora. Perdóneme por todas las groserías que seguro le he hecho a usted y a los demás.

‒ Vamos a olvidar eso, fingir que nada de aquello ha ocurrido‒ puso una de sus manos en el hombro de Regina y le sonrió, pidió permiso y volvió adentro.

BuryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora