Cómo viven los Swan

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Los Swan vivían en una villa alemana a algunos kilómetros de Amber City. Emma le comentaba a Regina cómo el sitio no cambiaba nada cada vez que iba a visitarlo. Era siempre de esa manera, la tranquilidad de las ciudades de interior, donde todo el mundo se conoce y la vida parece haberse detenido en el tiempo. Regina nunca había visitado un lugar tan alejado, pero tan cercano a Amber City. Era el precio que pagaba por trabajar mucho y querer salir del país durante las vacaciones. Emma le contó que sus padres habían planeado vivir en la región hace años, que les bastó que ella se graduara en la escuela de enfermería para tomar la decisión. Por lo visto ninguno de los dos estaba arrepentido y por más que los echara de menos, había sido mejor salir de la rutina urbana al jubilarse. No era algo que Emma planeara hacer cuando se hiciera más vieja, pero era algo que secretamente pensaba hacer cuando quería huir de las sorpresas que el hospital proporcionaba. Un día tendría una casa como la de los padres, en las montañas, cerca de haciendas, donde poder criar animales y despertar temprano sin sentir en la barriga el frío de los compromisos.

Una hora después llegaron a una casa con grandes tejados que casi rozaban el suelo. Madera por todos lados. Un jardín digno de las pelis románticas y árboles que escondían la casa de la curiosidad de la gente. Casi todas las semanas, los Swan recibían la visita de alguien interesado en comprar la casa, y casi se estaban viendo obligados a poner un cartel en el jardín que dijera: "¡Esta casa no está en venta!" A pesar de la incomodidad, lo encontraban gracioso y tenían la certeza cada vez más de que habían hecho la mejor elección al mudarse a ese pueblo turístico. Emma estacionó el coche en el sendero de grava, y fue recibida por un perro mil leches que dormía en el felpudo de bienvenida del porche.

Cuando ella salió del coche, él ladró dos veces y se dio la vuelta poniéndose en su camino.

‒ Hola, ¿eres nuevo por aquí?‒ acarició al animal y él se tranquilizó hasta ver a Regina a la que estaba costando salir del coche.

‒ Emma, ¿puedes echarme una mano?‒ aún tenía dificultades para levantarse. Emma dio la vuelta y la sacó del coche sin muchos problemas. En ese momento una pareja salió de dentro de la casa y corrió hacia la rubia.

Una mujer mayor, de cabellos cortos y oscuros y llevando una blusa de lana, abrazó a Emma inmediatamente como si no la viera por lo menos desde hace cinco años. Ellas se miraron y Regina entendió de quién se trataba. Detrás, un hombre alto, con los cabellos empezando a blanquear, bigote rubio y los ojos muy azules hizo lo mismo cuando las dos se apartaron brevemente.

‒ Vista la hora casi te llamo para ver por dónde estabas. ¡Estás tan linda, mi amor!‒ dijo la señora que no tardó en fijarse en Regina apoyándose en el bastón ‒ ¿Es ella?‒ preguntó, mirando por encima del hombro de Emma

Swan soltó un momento al padre y se giró hacia Regina, atrayéndola a su lado.

‒ Sí, es ella‒ dijo Emma, ansiosa ‒ Mamá, papá...Esta es la mujer de la que os hablé. Regina Mills. Estamos juntas y la he traído para presentárosla.

La pareja quedó boquiabierta cuando escuchó el nombre de la mujer. Sabían quién era ella y lo que hacía, la fortuna que tenía y sabían que había sufrido un grave accidente hacía algunos meses. Las malas noticias corren, aún más tratándose de una persona como Mills, que durante dos años seguidos fue considerada una de las mujeres más influyentes del espíritu emprendedor americano. El señor Swan era el más asombrado de los dos, porque era un gran admirador de los negocios. Tenía una pequeña ferretería en el pueblo y frecuentemente leía los periódicos electrónicos, donde el nombre Mills & Colter era muy publicado. Regina Mills era dueña de una empresa importante, que vendía al país entero, y donde además creen haber comprado algo cuando vivían en Amber City, pues era excelentes productos importados los que se encontraban en esa tienda.

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