ⅫⅠ: Las máscaras de la perdición

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Aquello que hace daño no es la pérdida del ser amado, si no el hecho de seguir amándolo más intensamente que antes, cuando lo sabemos irremediablemente perdido.

SIGMUND FREUD


De forma simultánea a medida que se acerca a la zona residencial, aletargó su carrera y frenó antes de cruzar la puerta, llevando su mano hacia su pecho que sube y baja frenéticamente por el esfuerzo que su cuerpo dada la debilidad que lo aqueja le permitió llevar hasta culminar su recorrido.

El recuerdo de la sonrisa de corazón lo impulsó a atravesar el campo árido que busca detenerlo, las palabras y los poemas comenzaron a mezclarse en sus recuerdos, tratando de aliviar la pesadumbre que de alguna forma le advierte lo que está a punto de encontrar, un presentimiento que aunque lo niegue y se aferre a creer en todo lo vivido, una sola fotografía que dejó olvidada en medio de su corrida, le muestra todo lo que están haciendo para separarlos.

―Tae, mi cielo, es momento de despertar ―enunció llegando a la habitación tan rápido que ni cuenta se dio del recorrido hasta que giró la manilla de la puerta y tuvo que retroceder cuando su cuerpo fue empujado por el impacto de lo que ve. De la soledad sombría y burlesca que allí aguarda.

La impoluta orfandad lo recibe, no hay nadie, ambas camas siguen unidas, pero los tendidos están arreglados y ningún cuerpo duerme sobre la superficie, a la cual se aproxima con velocidad para comprobar por medio del tacto la temperatura que deja el cuerpo después de pasar cierto tiempo allí, y considerando esos minutos que no ascienden a más de veinte, debería estar mínimamente tibia, pero el frío más abrazador lo recibe.

―¿Dónde estás? ―llamó―. TaeHyung, nos quieren separar y solo tu presencia puede acabar con esto ―dirigió sus palabras a la nada misma que es lo único real que allí habita. Porque el tamaño de la habitación no da espacio para zonas ciegas en las que ocultarse.

―Te necesito demasiado ―susurro moqueando y desesperado al mirar con mayor detenimiento lo que lo ha rodeado durante meses. Logra reconocer sus pertenencias, las cuales han estado desde el comienzo mismo, siempre él, fue él mismo quien se encargó de darle vida a la habitación gracias a la opinión de TaeHyung que siempre tomaba en cuenta.

Pero si se detiene por un momento aunque las heridas en su corazón se desgarren aún más, el castaño nunca trajo algo propio de su vida en el exterior, nunca le pidió nada a su madre que iba a visitarlo, viviendo con lo justo y lo que recibía de su pareja como regalo. TaeHyung nunca dejó su huella allí.

Salvo por la piedra ámbar que cuelga de un hilo transparente, que situó en la vara metálica que sostiene las cortinas, en el espacio entre ambas, desde que llegó, ese pequeño colgante ya estaba ahí exhibido.

―Es lo único que me queda de él ―musitó JungKook perdido en sus recuerdos y atormentado por sus sentimientos. El colgante no está suspendido en donde lo vio cada día de los últimos meses―. ¿Qué te han hecho mi cielo? ¿Dónde te han llevado? ―no comprende lo que está pasando, ni por qué se empeñan en erradicar la presencia de TaeHyung.

Se supone que ambos estaban progresando en su tratamiento, pero parece que no fue suficiente y pasaron al ataque directo.

A medida que camina frenéticamente de un extremo de la habitación al otro, más señales aparecen, dejando una sola posibilidad que a donde quiera que pose su mirada los colores que ve son una amalgama variada entre el gris y el blanco, porque en ocasiones creía ver objetos que no le pertenecen decorando el interior y ahora que los busca aparecen de forma intermitente.

―Por lo que más quieras Tae, necesito que vuelvas, vuelve a mí una vez más ―susurró―. Una vez más... ―comenzó a repetirlo varias veces como si estuviera desentrañando un misterio que emergió a través de esas simples palabras.

Clemencia Psicótica || TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora