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Quizás Namjoon me dejara ponerle nombre a la alfombra de oso. Tendría que ser algo varonil, como el propio dueño. Un nombre como Boris o Baran o Boryenka. Al parecer, la alfombra imaginaria de Namjoon era rusa. Demasiado ocupado pensando en nombres, no me fijé en el brillante sedán negro aparcado detrás de mi Mini. No hasta que una voz familiar me sobresaltó, y supe exactamente a quién vería al asomarme entre los anchos hombros de Namjoon.

—¿Quién eres tú? —Ken estaba de pie junto al coche, con las manos puestas en las caderas mientras le ladraba la pregunta a Namjoon.

—Esto es propiedad privada —respondió Namjoon. También podría haber dicho vete a la mierda, imbécil.

—Sé de quién es esta propiedad —espetó Ken—. Lo que no sé es quién eres tú.

—Jae Hwan—espeté, acercándome al lado de Namjoon. Fui a dar un paso más, pero antes que pudiera, Namjoon me agarró el codo y me aseguró por la cadera.

Ante el gesto, Ken dio dos pasos furiosos para alejarse de su coche.

—Seokjin, ¿quién es este tipo?

—Mi vecino. —El agarre que Namjoon tenía en mi brazo se tensó, casi como si no le gustara mi respuesta—. ¿Qué estás haciendo aquí, Ken?
Lanzó una mirada a Namjoon.

—Jinji, ¿podemos hablar en privado?

—No —ladró Namjoon.

Aprecié su actitud protectora por segunda vez en el día, pero no había forma de escapar de un cara a cara con Ken. Así que tiré de mi brazo lo
suficiente como para que Namjoon me liberara.

—¿Te importa?

Me fulminó con la mirada. Mis ojos se abrieron de par en par en una súplica silenciosa para no empeorar las cosas, hasta que refunfuñó: — Bien.

Esperaba que caminara pisando fuerte por el camino hacia la cabaña, pero para mi sorpresa, cruzó mi camino de entrada, directo a la puerta de la caravana y entró en mi hogar temporal. La caravana se balanceó cuando cerró la puerta de golpe y se dirigió a la mesa, sentándose para poder observarnos a través de la ventana.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté mientras me acercaba a mi ex marido.

Ken miró hacia abajo con los ojos azules que una vez habían tenido poder sobre todos mis estados de ánimo. Ya no inspiraban mucha lealtad. Su cincelada mandíbula estaba cubierta por la barba de un día, algo que Ken hacía porque era popular en la industria, no porque le gustara. Prefería afeitarse todas las mañanas y no lo pillarían con una barba espesa como la de Namjoon.

—Te dije por teléfono que teníamos que hablar.
Crucé los brazos sobre el pecho. —Y te dije que no vinieras aquí.

—¿Por ese tipo? —La mandíbula de Ken se tensó mientras miraba hacia la caravana.

Namjoon estaba sentado en la mesa de mi comedor con un tenedor lleno de pastel de arándanos posado en sus labios, masticando simultáneamente otro en un bocado furioso.

El bastardo se estaba comiendo mi pastel.

—Qué bien —articulé.

Namjoon se metió otro bocado en la boca. La mirada que me envió decía: Si quieres un poco de tarta, deja al imbécil y ven aquí. Puse los ojos en blanco y volví a mirar a Ken.

—¿Es ése el tipo que estás viendo? —preguntó con los dientes apretados.

—No. Es mi vecino. —Y mi amigo—. Eso no viene al caso. ¿Qué estás haciendo aquí?

Ken le dio la espalda a Namjoon y me tomó por los hombros.

—Quiero que vuelvas. Me siento miserable. Te necesito, Seokjin. Ven a casa.

La tragedia que nos unió.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora