Epidego

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Dos años y medio después...
-¿Dónde ha ido Piper?
La madre de Piper se encogió de hombros desde el sofá de cuero. Su padre hizo lo mismo desde el sillón que había hecho el verano pasado. Ambos estaban demasiado ocupados arrullando a mi sobrina jugando en el suelo como para levantar la vista y responder a mi pregunta.
Hoy mismo, Piper había estado aquí también, sentada en su rincón del sofá. Pero incluso con el bebé en brazos, esta mañana había estado apagada. Había estado callada y distante. Supuse que era porque estaba cansada. Habíamos tenido compañía la semana pasada y, además, los gemelos habían estado de un lado para otro toda la noche. Gabe y Robbie acababan de aprender a gatear fuera de sus cunas, así que habíamos recibido visitas nocturnas en nuestra habitación tres veces.
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Pero cuando salí de casa hace una hora, llevando a Isaías conmigo a la tienda, Piper estaba sonriendo en la cocina. Parecía haber vuelto a ser la misma de siempre.
Pero ahora no podía encontrarla y tenía la sensación que algo iba mal.
Como sus padres no me ayudaron, los dejé y continué por la casa. Ya había revisado la habitación de los chicos y nuestro dormitorio sin suerte. Me asomé a la habitación de invitados, pero ella no estaba allí. Su hermano y su mujer estaban dormidos en la cama, aprovechando una siesta mientras los abuelos cuidaban a su hija de tres meses.
Me arrastré por el pasillo, pisando suavemente hacia el lavadero.
-Maldita sea. -No estaba en ninguna parte de la casa.
Salí por la puerta trasera del garaje y exploré el patio. Todo lo que vi fueron juguetes esparcidos por el césped y una pila de madera junto al otro lado de la valla.
El patio era una nueva adición a nuestra casa. El verano pasado habíamos traído una mini cargadora y habíamos allanado un lugar para poner césped. Luego cambiamos las ventanas del comedor por puertas francesas y construimos un porche, y ahora teníamos un lugar donde los niños podían jugar afuera.
Estaba construyendo la madre de todas las casas en los árboles, en una arboleda de la esquina más alejada del patio. Iba a tener una escalera. La casa en sí sería lo suficientemente grande para ellos, sin importar la edad que tuvieran. Con cuatro paredes y un techo resistente, podrían acampar aquí cuando fueran mayores.
Caminé por el patio, recogiendo pistolas de agua, balones de fútbol y
un bate de béisbol amarillo de plástico. Después de depositarlos en la
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caja de juguetes de exterior, me acerqué a la puerta y salí para dirigirme a mi antigua cabaña.
Al mismo tiempo que habíamos despejado un área para el patio, también había decidido que el sendero entre la cabaña y nuestra casa no era suficiente. Así que había excavado un estrecho camino de grava entre ambas. Ahora, si alguien subía por un lado de la montaña para ir a una de las casas, no tenía que volver a bajar para llegar a la otra.
A mitad de camino, sonreí cuando las risas y los ladridos resonaron desde el interior de la cabaña. Los chillidos y las risas se hicieron más fuertes a medida que me acercaba.
Subí las escaleras de un salto y sonreí al ver las marcas de la motosierra en las tablas del porche. Había sustituido la silla que había cortado en pedazos, pero las marcas habían permanecido. Me recordaban lo miserable y solitario que había sido mi vida. Me recordaban lo afortunado que era ahora.
Sin llamar, abrí la puerta de mi antigua casa.
En medio del piso, Robbie y Gabe estaban trepando sobre Koda, nuestro perro.
Lo habíamos comprado como cachorro poco después que nacieran los niños. Empezó siendo pequeño, pero cuando creció, era una bestia. Pesaba algo más de cien libras y se parecía a un lobo, aunque los niños lo trataban más como un caballo y lo montaban constantemente.
Robbie se encontraba en ese momento sobre el lomo de Koda mientras Gabe hacía todo lo posible por arrancar el juguete de cuerda trenzada de la boca de Koda. El perro me miró, reconociendo mi presencia, y luego tiró con más fuerza de la cuerda, haciendo que Gabe cayera al suelo entre
risas.
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No había creído que los perros pudieran sonreír antes de ver a Koda jugar con los niños. Pero estaba sonriendo de oreja a oreja, feliz de estar con sus dos humanos favoritos.
Mientras tanto, mamá estaba sentada en el suelo con ellos, con el teléfono afuera y la cámara haciendo clic mientras tomaba probablemente la milésima foto del día.
-¿Has visto a mi esposa? -pregunté.
-No. -Ella sonrió-. Lo siento. He estado ocupada tratando de mantener a estos dos vivos.
Me reí. -Es un trabajo a tiempo completo.
Excepto por los ojos marrones profundos que coincidían con los de Piper, los chicos eran mi viva imagen. Con mi cabello oscuro y sus propias sonrisas traviesas, Robbie y Gabe encontraban problemas más rápido de lo que Koda podía conseguir persiguiendo una ardilla hasta un árbol.
A los dos años, la seguridad no era un concepto que ellos comprendieran todavía. Si había una mesa para trepar y saltar, la encontraban. Si había un cajón o un armario en la casa con objetos afilados, lo abrían. Si había una escalera o una colina por la que pudieran tirarse, se lanzaban.
Buscaban el peligro, mientras se peleaban entre ellos. Uno de ellos, o los dos, siempre tenían un moretón o un ojo morado. Las rodillas estaban siempre despellejadas y los codos raspados. Se empujaban y luchaban constantemente.
-¡Papá! -Gabe finalmente se fijó en mí y abandonó el juguete de
cuerda. Se puso de pie y corrió hacia mí. Sus pies no pudieron seguir el
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La tragedia que nos unió.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora