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—¿Quieres cenar una pizza en el bar? —preguntó Namjoon —. ¿O ir a un puesto de comida rápido por una hamburguesa?

Observé su perfil desde el asiento del copiloto. Conducía mi Tahoe, relajado y sexy al volante. Le había crecido el cabello en los últimos dos meses desde que había vuelto, pero se había dejado la barba corta y eso hacía que sus labios parecieran suaves y carnosos. El suéter que se había puesto esta mañana estaba recogido, dejando al descubierto sus antebrazos. Su muñeca colgaba descuidadamente sobre el volante mientras sus grandes dedos colgaban sobre el tablero. Nunca me cansaría de verlo en ese asiento, conduciendo.

Miró y levantó una ceja. Atrapado. Últimamente babeaba mucho por él y la mayoría de las veces me pillaba.

Sonreí pero no aparté la mirada.

—Vamos a casa.

Durante los últimos dos meses, Namjoon y yo habíamos estado jugando a las casitas. Por fuera, parecíamos una pareja feliz que esperaba la llegada de nuestros gemelos. En el interior tampoco estaba lejos de esa imagen.

Namjoon incluso había levantado su prohibición de socializar. Me llevaba al bar para pasar el rato con Tae y Kook los fines de semana cuando ellos trabajaban. Cuando no tenía ganas de cocinar, íbamos al único restaurante de la ciudad, el Suway. Y en ocasiones, Namjoon y yo íbamos a a cenar a un buen restaurante.

Como lo había hecho en nuestra primera cita.
Había coqueteado conmigo a la luz de las velas y con pasta en un pintoresco restaurante italiano. Luego me había llevado al cine. Fue simple y dulce, incluso un cliché. Cena y película. Namjoon no había planeado nada extravagante o exagerado. Sólo había planeado una noche en la que yo fuera el centro de su atención. Fue la mejor cita que había tenido en mi vida, y desde entonces tenía una sonrisa casi constante en la cara. No hubo otro momento en mi vida en el que me hubiera sentido tan apreciado.

Namjoon me apreciaba.

Me obligué a apartar los ojos de su apuesto perfil y miré al exterior, a los árboles cubiertos de cristales de hielo. Mi primer invierno en Daegu llegó antes de lo normal para la región. Apenas estábamos a mediados de septiembre y todos los días de la semana pasada habían estado bajo cero. Todavía no había caído una gran nevada, pero pensar en ella me hacía temblar.

Namjoon vio cómo me temblaban los hombros y subió la calefacción de mi lado del coche.

—¿Qué quieres cenar? —pregunté.

Se encogió de hombros.

—Lo que sea. Podemos buscar las sobras.

Me froté la barriga. No parecía estar embarazado todavía, sino más bien como si hubiera comido demasiado durante el último mes. Lo cual, por supuesto, había ocurrido. Ahora que había pasado el primer trimestre, mi apetito había vuelto con fuerza. Había ganado todo el peso que había perdido durante los meses en los que vomitaba y sobrevivía a base de galletas saladas.

—Tengo hambre.

Namjoon se rió y buscó en una de las bolsas que había puesto en el suelo detrás de su asiento. Su mano regresó sosteniendo una barra de granola. Luego rebuscó y encontró una botella de leche con chocolate.

—¿De dónde has sacado esto?

—Fui a la pequeña cafetería del centro comercial.

—¿Fuiste a la cafetería? ¿Cuándo?

—Mientras te probabas tu centésimo par de vaqueros pre-papá.

—Ahh. —Asentí con la cabeza y desgarré el envoltorio de la barra—. Bien pensado.

—Tengo que asegurarme de que te alimentas cada hora. Como un oso.

Sonreí y abrí el envoltorio. Un minuto después, la barra se había acabado y yo seguía con hambre. Hoy habíamos ido al médico para que nos examinara y nos hiciera una ecografía, y luego habíamos ido al centro comercial a comprar cosas para la guardería. Había pasado una hora en el probador de la única tienda de paternidad, familiarizándome con más spandex del que había tenido en mi vida. Con toda la actividad, estaba hambriento.

—¿Cuánto quieres apostar a que mi madre nos hace llegar un paquete de bodies azules?

Namjoon se estiró a través de la consola y tomó mi mano, entrelazando sus dedos con los míos.

—Ella ya lo hizo.

—¿Qué? ¿Cuándo? Acabamos de descubrir que íbamos a tener niños hace una horas.

Llamé a mis padres justo después que saliéramos del consultorio del médico. Y aunque mi madre seguramente ya era la mejor amiga de los empleados de la tienda de envíos, estaba seguro que ni siquiera ella podría conseguir algo para Daegu desde Seúl en menos de una horas. El pulgar de Namjoon acarició el dorso del mío.

—Me envió una caja del tamaño de Gamnnag la semana pasada llena de ropa de niño y niña, junto con una nota para que te la ocultara hasta hoy. Entonces podría darte las que fueran adecuadas y enviar el resto de vuelta.

Con la mano libre, me aferré al corazón. No sólo mi madre era increíblemente considerada, sino que me encantaba que ella y Nam hablaran. También hablaba con mi padre. Y con mi hermano. No era por largos ratos, pero todos lo conocían y en ocasiones, charlaban si respondía a mi teléfono o los llamábamos juntos.

—Deberíamos probar con tu madre de nuevo —sugerí—. Puedes hablarle de las mini cajas de herramientas que encontraste.

Eran, de lejos, los juguetes más bonitos que había visto nunca. Los niños no podrían jugar con ellos durante un tiempo, pero Nam los había comprado en la juguetería de todos modos.

—Quizás debería haber esperado a comprarlos —murmuró.

—¿Por qué?

—No hay razón.

Había una razón. A Nam le preocupaba que algo malo pudiera ocurrirles a los bebés. Lo había sorprendido perdido en sus pensamientos muchas veces en los últimos dos meses. Lo encontraba en la habitación del bebé, sosteniendo un patuco blanco o una manta suave, con la mirada perdida en la pared. Estaba completamente perdido en su propia cabeza, luchando contra sus miedos. Cada vez, hacía lo único que se me ocurría.
Lo abrazaba.

Ni una sola vez le había prometido que todo iría bien. La vida era imprevisible y dura, algo que él entendía mejor que nadie.

—Llámala. —Sabía que hablar con su madre lo ayudaría aliviar algunos de sus temores.

Kim Hwasa se había convertido en una presencia sólida en nuestras vidas. Nunca había conocido a la mujer. Nunca había visto su foto, así que no tenía ni idea de cómo era. Pero se había convertido en una de las personas más importantes de mi vida. Porque era muy importante para Nam.

La tragedia que nos unió.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora