Un día especial que no olvidarían nunca. Un inicio, una nueva aventura.
Cuando Finley le contó sus fantasías a Cruz, se le vinieron a la mente tantas ideas, tantos lugares... Pero todo parecía tan lejano, tan... pues eso, fantástico, inalcanzable. Jamás pensó que sería tan sencillo y que le llenaría tanto.
Hacía relativamente poco que habían empezado a explorar su sexualidad. Les gustaba incluir juegos, algunos roles, juguetes improvisados y una dinámica de poder muy clara. Cruz, tan tímida y callada en su día a día, tan invisible incluso para algunos... sentía cómo todo su interior hervía y se disparaban sus sentidos al ponerse sobre Finley y guiar sus movimientos. Su voz suave y calmada se volvía directa, imperativa, imposible de desobedecer. Sus pasos eran decididos y atronadores y no titubeaba al decir lo que quería.
Finley adoraba esa faceta que había descubierta en ella desde la primera noche. Le encantaba cederle el control, dejarse guiar y no pensar en nada que no fueran sus deseos. Sus manos sabían encontrar caminos dentro de ella que le descubrían nuevos placeres. Sus labios, sobre todo sus dientes, desataban cualquier tensión dejándola en calma, dispuesta a todo. Por supuesto, habían ido cogiendo confianza e intensificando sus juegos en consecuencia, no es que el primer día ya se dejara atar y vendar los ojos, sin ningún límite. Pero dentro de sus roles, cuando prendía la llama y una de las dos iniciaba la dinámica con gestos sutiles y cambios en la voz... Lo demás llegaba solo, sin pensarlo siquiera.
Ambas sentían el cosquilleo en la piel, la excitación desde los pequeños detalles. Finley luciendo elegante ese collar con una disimulada C grabada, marca entre ellas de su relación. Cruz dándole algún regalo especial, con dobles sentidos: llevarle unas golosinas con forma de hueso a la salida del trabajo; una tarjeta en el regalo de cumpleaños con dibujos de equitación... Una pasión distinta en el beso, un apretón en el culo al saludarse... Nada del otro mundo, salvo que, para ellas, era una llamada a encerrarse en su otra realidad.
En su aniversario se intensificó esa relación aún más. Tras un año juntas y unos cuantos meses disfrutando de esas dinámicas de poder, Finley quería proponerle dar el siguiente paso, llevarlo a otro nivel. Algo que había visto en relatos, en películas, en fantasías que contaban por las redes sociales... Algo que siempre le había llamado la atención y sabía que sería impresionante vivirlo con Cruz.
Se lo propuso junto al postre, antes de llegar a casa. Le contó lo mucho que disfrutaba cuando se refería a ella como su "perra", cómo le excitaba dejarse guiar por ella, el hormigueo que recorría su piel cuando le daba de comer, teniendo Finley las manos atadas. Todo ello tenía un factor común que estaba deseando experimentar. Y resultó que a Cruz también se le antojaba muy apetecible.
Esa misma noche se acercaron a una tienda del otro lado de la ciudad. Compraron una preciosa cola blanca, con plugs intercambiables de diferentes medidas. Discretamente, en el baño de un bar cercano, Cruz ayudó a su chica a probarse el más pequeño (sin la cola, de momento). Contuvo un pequeño gemido mientras el aparato se colocaba en su sitio y, por supuesto, Cruz ayudó en el proceso poniéndola tan cachonda que se le resbalaban las bragas.
Solo se sentaron un momento, en lo que terminaban las bebidas. Pero comprobaron que podía hacerlo sin problema, aunque claramente lo notaba con la presión del asiento. Nadie más parecía darse cuenta, aunque la posibilidad en sus cabezas le añadía ese factor extra, que les dibujaba sonrisas pícaras y hacía que se mordieran los labios.
Ese día pasearon un rato por el parque. Aunque Cruz guiaba, en el fondo seguía el paso de Finley, porque no quería que estuviera incómoda. Para Finley eso no entraba siquiera en su cabeza. Se dejó guiar, sin soltarse de la mano suave de su chica. Se olvidó del resto del mundo y solo existían ellas y el aparatito de metal que llevaba dentro y rozaba su cuerpo con cada paso. Se moría de ganas por probar todo lo demás.
Aquello solo era el inicio, por supuesto. Poco a poco, con el paso de los días, fueron cambiando a otros tamaños, probando la cola, con ropa, sin ella... No tardó demasiado en acostumbrarse a llevarlo. Sobre todo en casa, en esa habitación en la que se transformaban y se dejaban ser.
Pronto llegaron el resto de regalos que complementarían a esa cola: un cuenco, unas orejas, unas mantas con huellitas que le hacían de cama en su rol... Pero lo que lo cambió todo, lo que abrió por completo la mente de Finley llevándola a un estado mental animal, fue la correa de cadena. El sonido cada vez que Cruz la cogía era suficiente para que Finley dejara lo que estaba haciendo y entrara en su papel, cola y orejas incluidas.
Cruz la sacaba a pasear por la casa, por el jardín alguna noche. Los fines de semana eran caninos, su momento de relajación. No precisamente física, eso sí, porque Cruz se tomó en serio su entrenamiento. Cada fin de semana jugaban, follaban, "la castigaba" como la perra que era: SU perra.
Su relación siguió siendo maravillosa en todos los sentidos, se querían, se cuidaban, ambas tenían su vida... Y cuando les apetecía, cuando el collar y la correa ocupaban su sitio, cuando la que estuviera cocinando cambiaba uno de los platos por un gran cuenco con el nombre grabado... entonces volvían a recorrer juntas ese camino que habían aprendido a disfrutar tanto.
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(K)Ink-tober 2023
RandomUna idea loca que surgió al ver la lista del inktober de este año. En vez de dibujar, ya que no sé hacerlo, llevarlo a mi terreno y hacerlo en forma de relato. Erótico o relacionado con ese mundo, como suelen ser mis relatos. Con algo de Kinks y B...