21. CADENAS

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Lo mejor de aquel local era sin duda la sala inferior. No era un sótano asqueroso, sino una habitación creada y construida expresamente por debajo del nivel del suelo. Lo justo para que una leve franja de luz entrase por lo que vagamente podría llamarse ventana. Daba ese aspecto semi-tétrico, de lugar lúgubre (sin serlo en absoluto), de habitación en la que secuestrarían a alguien para pedir un buen dinero. Pero claramente cumplía todos los requisitos, quizá incluso ese aspecto fuera para mucha gente parte de esos requisitos.

Tenía metros, espacio, materiales, luz... y una acústica increíble. ¿Insonorizada? No, para nada, no lo necesitaba. Los gritos de aquel lugar recorrían media casa, envolvían la sala, se te metían dentro... pero jamás podrían escucharse desde el exterior. No preguntéis ni por qué ni cómo es posible eso, pero os aseguro que se cumplía SIEMPRE.

Así que... ¿qué me gustaba a mí hacer allí? Jugar. Jugar mucho con los sentidos. Jugar hasta hacer vibrar a Yum sin tocarla apenas. Sacar la voz que creía perdida, romper el silencio en el que vivía encadenada a golpe de ataduras mentales.

Yum... Yum es esa chica a la que el mundo hizo muda a base de no escucharla. Tímida por necesidad, simpática a rabiar y preciosa sin pretenderlo. En todos los sentidos.

Y yo, desde que el azar y la suerte me llevaron a ser su Miss, me propuse recomponer sus cuerdas vocales. Rompiéndolas de nuevo a golpe de gemidos para reconstruirlas juntas entre los labios.

Su adoración a mis besos, a mis pies, al placer de mi sadismo... fue lo que me dio esa herramienta perfecta para lograr mi objetivo.

¿Habéis oído gritar a alguien que se creía mudo? Yo con Yum descubrí lo atronador que es el silencio. Sobre todo, el impuesto. En cada grito sus ojos rompen mundos enteros, su cuerpo vibra de tal manera que parece renacer. Es algo terriblemente bello, que me llena por completo cada vez.

No existen gemidos tímidos, gritos ahogados, jadeos contenidos... Como orden mía y siguiendo la fuerza de su propio cuerpo, tiene prohibido dejarse nada dentro. Así es ella. Se da por completo, aúlla en cada orgasmo, ladra en plena sesión y hasta ronronea en los aftercares si se relaja por completo. Es esa persona que no pronunciará mi nombre nunca, pero llena mis oídos en cada sesión. Y eso... Eso no tiene precio.

Nunca sé de seguro si la ato o la libero cuando tenso las cadenas, que restallan a ras de sus oídos, entrechocando en ese aplauso metálico, frío, amenazador.

Pero para lograr ese efecto, todo (y digo TODO) debe estar cuadrado, preparado. Para ella, para mí, para ese nosotras especial que solo existe en las sesiones.

El espacio en esa sala se vuelve relativo, el tiempo se detiene, mi sadismo brilla más que nunca, invocado por sus alaridos. Y, de pronto, el ruido se hace hueco en la sesión, con los ojos cerrados, inmovilizada sobre la cama y con el cuerpo cubierto ya de marcas, deseo y mordiscos. La sesión cambia ella sola para rascar nuevos orgasmos. Puede que en el fondo sea nuestra parte favorita, sin duda un imprescindible.

Como agujas de un reloj imaginario, la vela mellada empieza su chisporroteo al llegar a mi marca, haciendo gotear la cera en las palmas de sus manos extendidas. El calor es lo último que le llega, pero la anticipación, el sonido agudizado por sus dones, el olor... todo ello mantiene a Yum tan alerta que veo temblar los grilletes de sus muñecas de pura tensión.

Pegada a sus tímpanos susurro que aguante, por mí. Ese apunte es la clave que necesita. Sin pensarlo, me cede de nuevo el peso y su dolor pasa a ser mi regalo, y entonces no parece tan duro. Su cara se relaja al instante, las gotas caen sobre cera seca, cada vez más rápido. El calor llena la habitación, pero ella aguanta por mí. Se vuelve atronadora la respiración, el jadeo, el goteo rítmico y el crepitar de la llama. Cada sentido te envuelve y te mete en un torbellino de sensaciones donde estallamos juntas, bajo el trueno de su gemido.

La mecha partida cesa la llama en el momento perfecto. Sacudo sus cadenas, tensando más aún el agarre y haciéndole girar la cara, aún con los ojos cerrados.

El sudor empapa su rostro y mis manos acarician la idea de abofetearla. La escena lo pide, pero contengo las ganas para seguir torturando sus sentidos, el dolor de un guantazo se llevaría la tensión, rompería el momento creado.

En su lugar, una fusta suave, casi de lengua de gato, repasa su cuerpo desde las plantas de los pies y hace que le rechinen los dientes. Conozco sus cosquillas, y por ello las cadenas agarran su cuerpo en el gesto que se muere de ganas por hacer, pero no puede. La sujetan para mí.

Golpeo tan cerca que duele más que si azotase su cuerpo y no la madera. Se le corta la respiración una vez más y la veo buscar su voz en una garganta seca.

Llega el momento en que me molestan sus bragas. Reconozco que son las que le he regalado, las que lleva expresamente para mí. Agarro el pliegue de la cintura con fuerza y mantengo la presión sobre su cuerpo. Me gusta así, expectante, que anticipe, que escuche (y, entre tú y yo, que tenga tiempo de marcar un límite, de decir que no, de darse por avisada...). Solo cuando sé que presta toda su atención, tiro y rasgo la tela abriéndome paso a través de la braga deshilachada. Acaricio el monte de Venus disfrutando la humedad que sé que he logrado.

Doy orden de que abra los ojos, le arranco un beso en un gemido compartido y monto sobre ella para obligarla a correrse para mí... Hasta que yo decida que pare.

Sí, definitivamente, no puedo esperar a la siguiente sesión en esa maravilla de antro. Tengo que volver a escribir a Yum para que se pase a reservarla antes de venir a casa. Seguro que consigo que vuelva a gritar de emoción. 

(K)Ink-tober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora