28. BRILLO

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Por primera vez en su vida, Merche había aceptado a lo loco aquella cita a ciegas. No era su estilo, le encantaba tener todo controlado y planificado al detalle. La idea de estar a solas con una completa desconocida le daba escalofríos. ¿Y si quería ir más allá? ¿Dónde irían? Ni por todo el deseo del mundo se metía en un cuarto cualquiera que no conociera sin saber lo que podría pasar. Y por supuesto no iba a abrir las puertas de su casa como si tal cosa. Le parecía muy bien que dijeran que era una exagerada y que estaba loca, pero con lo que se oye... mejor que te pongan motes a que te tengan que acompañar a urgencias (o algo peor).

¿Qué hacía entonces allí? ¿Por qué estaba camino a un barrio que casi no había pisado, a un restaurante que no había oído jamás y sola? La habían convencido unos amigos del trabajo. Decían que la chica era una antigua compañera, muy maja, muy mona y que seguro que se llevarían genial. Y por las fotos que la habían enseñado, de lo segundo no tenía dudas. Era de esas chicas que imponen, de facciones duras y sin pelos en la lengua. Por lo que contaban sus compañeros, nunca levantaba la voz, pero tampoco lo necesitaba. Trabajaba muy bien, aunque saliera siempre la primera por la puerta, y solo relegaba sus tareas en personas de confianza. A decir verdad, se la habían pintado como una estirada empresaria, pero también debía tener un lado divertido y cercano, con todas las anécdotas de ella que se escuchaban de vez en cuando en el bar de la esquina.

Volvió a comprobar la ubicación mientras borraba según qué imágenes de su mente y trataba de evitar prejuicios que no la llevarían a nada más que a irse antes de verla. Aquella zona de la ciudad estaba plagada de chalets y grandes casas con servicio. Dudó varias veces antes de llamar finalmente al timbre de la última puerta a la izquierda de la carretera.

La imagen que asomó tras ella la dejó en shock en el sitio. Era algo mayor que ella, con una melena castaña ondeándole levemente sobre los hombros de la americana. Se saludaron con dos besos cordiales y se repasaron mutuamente con la mirada. Pensó que era preciosa, mucho más que en las fotos, aquel estilo serio de camisa y americana estaba volviéndola loca.

Pasó dentro para dejar de pelearse con sus ojos para que miraran donde debían. Se excusó para ir al servicio, aunque después pensó que era una primera impresión malísima y salió lo más rápido que pudo, tras refrescarse la cara en la pila.

Aunque en teoría habían quedado en ir a un restaurante cercano, se las ingenió para que Merche se quedara allí a probar uno de sus maravillosos platos. ¿Cómo había conseguido que aceptara? Vale que era guapísima, muy simpática, que no conocía para nada el barrio y que seguramente dejara medio sueldo en cualquier platito de un sitio de aquella zona... Pero quedarse en una casa extraña a expensas de lo que quisiera hacerle aquella misteriosa chica no parecía propio de ella.

Pese a las dudas y los nervios, la comida estaba deliciosa y poco a poco fue relajándose y dejándose llevar por aquella mujer. Terminaron el café en el salón y fue entonces cuando vio la terraza. No podía creerlo. ¡Aquella casa tenía piscina!

Uno de sus mayores sueños en la vida era vivir en una casita molinera en la que poder poner una pequeña piscina. Bañarse todas las mañanas o al volver del trabajo, disfrutar con el grupo de amigos... O, gracias a The L Word, otro disfrute algo diferente. Se le vino a la mente ese primer capítulo en el que Shane araña orgasmos a una rubia en la piscina de sus amigas. Qué envidia le había dado y que morbo tenía desde entonces con la idea.

Pero no podía estar pensando ya en eso, ¿verdad? Si la acababa de conocer. No podía ser... Trató de distraerse mirando a su alrededor. Unas fotos en la mesa, un cuadro clásico en la pared, un par de fustas cruzadas sobre un perfecto lazo de cuerda sobre el hueco de la chimenea...

Su mente rebobinó como en una vieja cinta. ¿Fustas y cuerdas? No podía haberlo visto bien. Sin duda su cabeza le estaba gastando una broma por salida. Volvió a repasar la pared. El cuadro elegante, las fotos de gente que no conocía... y sobre la chimenea, efectivamente, un lazo de cuerda y unas fustas cruzadas como las típicas espadas de las películas americanas.

La dueña de la casa también se dio cuenta de lo que estaba mirando. Dejó de hablar sobre lo que quiera que estuviera contándole y le preguntó si sabía lo que eran.

Merche se puso colorada. No supo contestar de ninguna forma seria, así que le dijo que solo había usado algo parecido para una cosa en su vida, y no era algo que expondría alegremente en el salón de su casa para las visitas.

La mujer indagó un poco más hasta sacarle todos los colores a Merche, pero antes de dejarla confesar que se refería a usarlos en la cama, abrió el que había supuesto que era el mueble-bar. Para sorpresa de Merche, estaba repleto de juguetes, lubricantes, condones, cueros, máscaras, alguna toalla y varias pegatinas por dentro de las puertas (de los distintos locales de la zona por lo que Merche podía reconocer).

El brillo de un collar en concreto le llamó especialmente la atención. Había visto aquel cuero antes. A su derecha una máscara de gata con motivos tribales y unas plumas que no habría visto si no fuera porque conocía bien aquel vestuario.

De pronto todos sus miedos se esfumaron y comprendió por qué sus compañeros habían insistido tanto en que se conocieran. Aquella mujer no era otra que su mayor crush de la escena BDSM de la ciudad. Habían intercambiado cuatro palabras tras alguna actuación, pero estaba segura de que ella no se acordaba de Merche.

No dio rodeos, encontró rápidamente en su teléfono la foto que se habían hecho en el último espectáculo. Ella había desabrochado su collar y lo había puesto al cuello de Merche para la foto. Habían tonteado toda la noche y finalmente habían tenido un encuentro muy breve en el baño. Poco más que unos besos y la excitación causada por el juego de cuerdas sobre el escenario.

Sus miradas se encontraron y juntas se dirigieron a la piscina. No sin antes hacerse con la cuerda y un par de cosillas más. Antes de desnudarse al borde del agua, casi al unísono, se aseguraron de estar pensando lo mismo. Sonrieron, se unieron en un beso que podría robarles el aliento y La Gata X rodeó el cuello de Merche, colocándole el collar al tiempo que susurró a su oído las palabras que la hicieron estallar.

Sin duda, la mejor noche de su vida. Tendría que dar la razón a sus compañeros, para las citas a ciegas a veces había que mojarse. 

(K)Ink-tober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora