7. GOTA

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Alicia volvió a sentir un escalofrío recorriendo su piel. Tensó sus muñecas, forzándose por no perder la postura. Estaba desnuda a cuatro patas junto al sofá. Con la espalda completamente recta y una vela presidiendo en el centro de su columna como único abrigo. Era un gran cirio blanco que alumbraba toda la habitación con un color cálido.

A su lado, su chica leía la última novela de su escritora favorita y le acariciaba de vez en cuando el pelo o las nalgas con cariño. Su risa daba fuerzas a Alicia para continuar en su papel. La piel suave y las palabras dulces de aprobación le llenaban el corazón de la paz que necesitaba para hacer aquel momento perfecto.

Ser su luz nunca había sido tan literal. Adoraba todo de aquella situación y aguantaba las gotas de cera que calentaban su piel sin moverse. No quería que la luz temblase y molestara la lectura de esa preciosa mujer con la que compartía tantas pasiones.

Se trataba de un acto mucho más allá de lo sexual. Les encantaba disfrutar de sus cuerpos y sus desnudos así, con actos de entrega y esfuerzo sin esperar ninguna recompensa en forma de orgasmo. Aquel era un regalo lleno de amor por ambas partes, de adoración, de complicidad.

En otras ocasiones, si querían perdonar un fallo o simplemente agregar algo de picante a la situación, Alicia estaría descansando sus rodillas en una superficie mucho menos lisa que aquel parqué. Un puñado de lentejas duras, unos guisantes congelados o incluso un puñado de tierra según la situación. Y en todas ellas Alicia había disfrutado ser su escabel.

No obstante, por mucho que le gustaba ser su apoyo, ser su luz era algo casi mágico. Recibir gota a gota el recordatorio de su papel en el momento de relax. Cubrirse del cálido abrazo de la cera entre las caricias de la persona que amaba. El sexo, para ellas, podía esperar, estaba bien para liberar otras tensiones, para otras necesidades físicas, otra intimidad... pero aquello. Ese hablarse sin palabras y demostrarse tanta devoción... No, no lo cambiarían por nada del mundo.

Alicia se perdió en las sensaciones hasta que sintió el olor del humo de la vela apagada. Su mujer cerró el libro, lo guardó en su sitio, y se agachó frente a ella a regalarle un beso precioso en el que derretirse ambas. Retiró con cuidado el cirio y limpió con mimo la piel de Alicia, agradeciéndole todo lo que hacía siempre por ella.

Una lágrima de felicidad goteó sobre el dorso de su mano antes de volver a su realidad. Se ducharon juntas y terminaron la noche abrazadas una vez más. 

(K)Ink-tober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora