22. ÁSPERO

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Vega llevaba meses rogándole a su Miss que fuera con ella al partido. Se lo pasarían bien, conocería a las jugadoras, comerían juntas y después harían lo que ella quisiera. No es que fuera un partido especialmente importante, tan solo un amistoso, pero era su equipo favorito, jugaban en casa y tenía las entradas desde hacía tiempo, no quería perdérselo... pero tampoco ir sola. Su compañera habitual había tenido un pequeño accidente doméstico y no podía ir, así que su entrada estaba libre y Vega se negaba a ir con nadie que no fuera esa maravillosa novia suya a la que adoraba (en todos los sentidos).

Ya apenas le quedaban argumentos en sus súplicas cuando, al fin, Noe aceptó. Con una "pequeña" condición. O, mejor dicho, a cambio de un "minúsculo" sacrificio.

Como ya os imaginaréis, Vega y Noe tenían una relación D/s. No es que fuera lo más formal, oficial y protocolario del mundo, pero sí mantenían ciertos aspectos típicos. Noe controlaba las salidas y los eventos a los que acudían. Vega tenía voz, y siempre era escuchada, pero la última palabra habían consensuado que la tuviera ella, como parte dominante de la ecuación. Les venía bien, era la más extrovertida, adoraba organizarlo todo y se le daba de miedo encontrar lugares interesantes a los que ir. Pero esta vez Vega estaba pidiendo cambiar los planes, y eso no solía gustarle demasiado a su Miss... así que tendría un precio.

Como quien habla del tiempo, terminando de cenar aquel viernes noche, los ruegos de la sumisa fueron escuchados. Noe se acercó su copa a los labios y, justo antes de beber un gran trago, explicó el pago que debería cumplir a cambio de que fuera con ella al partido.

«Tú quieres mi tiempo libre. Así que lo pagarás precisamente en eso, tiempo. Veamos si aguantas todo un partido o si tenemos que irnos antes. Lo harás mañana, cuando vayamos a comer a la finca. Y es sencillo. Tanto te gusta rogar que no creo que tengas problema en ponerte de rodillas para mí, ¿verdad? Estaremos allí en las gradas tanto tiempo como aguantes tú arrodillada. Y voy a ser buena. Por si decides moverte y perder esos valiosos minutos que consigas, cada vez que te muevas colocaré unos libros en tus manos o unos colgantes pesados a tu cuello, según me apetezca. Por supuesto, si no cumples bajo mis normas, habrá represalias. No quiero oír quejas, igual que tú no quieres que yo me queje en la pista, ¿correcto? Así que, si escucho algo que no me guste, adornaré tu precioso culo con mi joya a control remoto y lo llevarás hasta que apaguen el marcador.»

Vega cometió el error de hablar de justicia. Podía dar su opinión, claro que sí, pero si algo no soportaba su chica era que dijeran que sus castigos o retos eran injustos. Al fin y al cabo, siempre se guiaba por los acuerdos y límites marcados, cosa que tenía siempre muy en cuenta. Así que al castigo se le añadieron dos pequeños detalles que dejaron a la chica pálida y sin ganas de rechistar otra orden. Si quería allí a Noe, tendría que ir con la camiseta de las navidades pasadas. Esa de algodón malo que se había quedado casi como el mimbre, áspera y casi tiesa pese a lo bonita que se veía aparentemente. Ah, y por supuesto, sin sujetador, para que el roce excitara sus pezones sin barreras de por medio.

Sería una tortura, eso lo tenía claro, pero confiaba en poderlo sobrellevar y superar sin problema. Había aceptado hace tiempo que conseguir llevar a su chica anti-deportes a un estadio tendría un alto precio. Y estaba más que dispuesta a pagarlo, si así le hacía más divertida e interesante la jugada y la tenía cerca.

Aceptó con la cabeza gacha y besándole la mano como muestra de respeto. Luego terminaron de cenar con la cotidianeidad que les quedara. En momentos como aquel, la línea divisoria entre su relación de pareja y su relación en el BDSM era tan fina, que tardaban un buen rato en volver a la calma. Pero lo hacían siempre sonriendo y con las manos entrelazadas, dándose su espacio sin presionar en ningún momento. A veces se decantaba para el lado romántico y otras para una improvisada lamida de pies balbuceando frases de adoración. En ambos casos, felices de estar juntas.

Llegó el día de comer en la finca y las puertas se cerraron al resto del mundo. Noe retiró sin prisa la ropa de su chica y le indicó el lugar elegido para su pago. Por supuesto, fue la zona de terreno arenoso en la que habían echado la gravilla aquel verano para delimitar el camino al merendero. A Vega se le enrojecieron hasta las orejas, pero no se quejó. Apoyó sin muecas sus rodillas desnudas en aquel suelo digno de un faquir. Dejó caer su peso y sintió cada roca bajo su piel. No llevaba ni dos minutos y ya sentía que aquello dejaría marcas, pero merecía la pena.

Noe no pensaba contentarse solo con eso, por supuesto. Se acomodó en una silla cercana a disfrutar de un libro y con los pies repasaba la espalda de Vega. Hasta el punto en que ésta perdió la postura y tuvo que recolocarse. Triunfante, la Miss se levantó a por un libro pesado y se lo plantó a su chica con una sonrisa malvada en los labios. Lo mantuvo frente a ella para no desequilibrarse, pero el peso extra hacía que se le cansaran más las piernas, así que no tardó en llegar el segundo. "Para compensar" dijo Noe.

Las piernas le temblaban, sudaba por el esfuerzo, pero mantenía la fuerza, estaba segura de poderlo hacer. Pensaba en el premio, en compartir su pasión con Ella. También en lo orgullosa que estaría de que hubiera superado el reto. Se centró en esa imagen poderosa de su chica presumiendo de ella en sus círculos.

El suelo rasgaba su piel y no parecía calentarse con el tiempo. Se le empezó a dormir un pie, pero no quería más libros que sostener. No solo por el peso, sino por tenerlos que aguantar. Se le escaparon pequeños gruñidos de esfuerzo, pero fue en vano. Finalmente tuvo que recolocarse una vez más y esta vez le cayeron dos libros (más finos, uno a cada lado). Resopló y sintió la caricia de su Miss diciéndole lo bien que estaba aguantando. "Ya solo te queda un cuarto, a menos que quieras que nos vayamos en el descanso".

La cabezonería, el orgullo, el placer masoquista de servirla... Una combinación de todo le dio las fuerzas para continuar su batalla inmóvil contra el dichoso suelo. Ya le dejó los riñones una vez y venía a llevarse también sus piernas.

No debía de quedar mucho más para conseguirlo, cuando cayeron sobre su espalda las primeras gotas. Al principio pensó que sería sudor. De hecho, alguna había caído en su cara y no estaba segura de que no fueran lágrimas. Entendía por qué aquello había sido un castigo en la época de sus abuelos, le dolían los brazos, las muñecas, las rodillas y hasta el culo de aquella posición.

Escuchó a Noe levantarse rápidamente y siguió sintiendo las gotas frías en su espalda. Un mechón mojado le pasó frente a los ojos y entonces entendió que se había puesto a llover.

«Venga ya, seguro que quedaban solo unos minutos. ¿No podía esperarse unos tristes minutos?»

Alguien liberó el peso de sus manos y volvió a salir corriendo. Desde el porche, protegida de la lluvia, vio a Vega aguantar la posición. No es que hiciera frío, pero cada gotita era un pequeño latigazo después de tanto tiempo con el cuerpo trabajando y sin cubrirse. Sintió una mezcla de satisfacción, porque su chica seguía allí aguantando para ella, y cierta culpabilidad por no darle la orden de refugiarse en la casa. El caso es que la escena era admirable y quería grabársela un poquito más en la cabeza.

Cuando ganó la sensatez al vicio, comprobó el cronómetro. Se acercaba rápidamente a los 55 minutos. Volvió al camino, ordenó que terminase aquello y la ayudó a levantarse. Contaba con que le fallarían las piernas, pero hizo de bastón hasta llegar a la silla del porche. Allí descansaron agotadas mentalmente hasta que pasó la nube.

Después de eso, por supuesto, Noe le recordó a Vega que sí se había quejado, aunque fuese de la lluvia. Y esta no pudo protestar, pues también le había regalado algún minuto de más y había estado curándole las heridas con mimo después.

Dos semanas después, asistieron contentas y llenas de buenas vibraciones al estadio, donde los aplausos, alaridos y abucheos eran un pretexto maravilloso para acallar gemidos, juguetes y besos robados cuando nadie miraba. Los pezones de Vega no perdieron detalle del partido y nada más llegar a casa, se deshizo de esa camiseta de lija y se dejó hacer mientras Noe, impresionada, la follaba, lamía y liberaba todas las tensiones que había creado. 

Eso sí, nunca admitiría que en el fondo le había parecido muy interesante aquel partido y tal vez hasta pensara en acompañarlas más veces. Además, le encantaba cómo a Vega se le iluminaba la cara animando y celebrando con su equipo.

(K)Ink-tober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora