26. ELIMINAR

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Se encontraba perdida en aquella habitación. Esa que le había dado tantas aventuras y que había sido casi su hogar durante tantos años. Reconocía cada rincón, cada objeto, cada adorno de las paredes... Y, sin embargo, sentía que ya no encajaba. Llevaba mucho tiempo en la escena de la ciudad. Había ido incluso a algún espectáculo internacional, tanto entre el público, como de invitada especial. Hacía menos de cuatro meses había estado contenta y en su salsa, allí mismo, dando el que sería su último curso. Se le empañó la vista y cogió aire para contener las lágrimas.

Era sin duda la mejor decisión, pero no por ello dolía menos. Sus manos ya no eran tan hábiles como antes. Su cuerpo no aguantaba igual y había llegado la hora. De hecho, lo hacía siguiendo sus propios consejos. Siempre defendería que lo primero era la seguridad y la salud. Estaba lista para dejar todo aquello atrás. Allí acababa su vida en la dominación profesional. Se jubilaba. Tan sencillo como eso, el tiempo pasa para todos y había llegado el momento de retirarse.

Cerró los ojos y suspiró una vez más. Luego se encaminó a la puerta y cerró. Sin más. Por última vez. El local lo había comprado un viejo compañero que continuaría su labor, manteniendo a su gente y sus valores. Todo iría bien. Aquel camino a su casa nunca le había parecido tan largo y extenuante.

Abrió la puerta y hasta se olvidó de anunciar su llegada. Tampoco se sorprendió cuando su pastor alemán no salió a saludar tan efusivo como de costumbre. Fue a la cocina y dejó su mochila mientras se preparaba una infusión para templar los nervios.

Con la taza en la mano, salió directa al sofá del salón. Entonces, su mujer le dio la bienvenida que tanto se merecía. Dejó la taza torpemente en el recibidor y una sensación cálida y conocida le recorrió la columna. Su maravillosa esposa, su compañera y la mujer que había estado con ella en todos sus baches y cada una de las celebraciones. Su niña, dijera lo que dijera la fecha del carné, estaba esperando como tantos años atrás, como su primera vez en aquel hogar, con un conjunto que copiaba el de aquella exhibición que las hizo famosas en la escena.

Su cuerpo tenía varias arrugas más que entonces y su pelo blanco brillaba bajo la luz del salón. Pero el efecto de aquel liguero negro casi dibujado en la piel, junto con el "sujetador" de cuero trenzado y SU collar... Daban igual los años, su cuerpo perdió los nervios, la tristeza, el miedo. Sus manos supieron exactamente donde querían ir. Tantos años después, se conocían a la perfección y seguían compartiendo el deseo la una por la otra, aunque el lubricante fuera algo más necesario que en el pasado.

Acarició la piel que su mujer le ofrecía, sintiendo la suavidad de otra época. Con calma y sin perderse en la estética, rodeó su cuerpo con las cuerdas de cáñamo. El nudo era precioso, reflejo de los años y la sabiduría. El placer en la mirada de ambas era hipnótico. Aquel hilo rojo del destino del que hablan las leyendas, en ellas había sido siempre un cordón algo más grueso, con el que atarse a la vida. Y aunque ya no hicieran suspensiones ni tuvieran el mismo aguante, seguían manteniendo su adicción, su relación, su amor por el bondage y lo que les transmitía: libertad, conexión, seguridad, confianza, placer.

Las horas pasaron, la noche siguió a la tarde y siguieron meciéndose en prácticas conocidas. Tras recoger las cuerdas con maestría, su mujer se arrodilló una vez más, apoyándose en su cojín, para regalarle uno de esos masajes tranquilos que les encantaban. Masajeó sus pies adorando cada dedo, cada palmo, cuidando su piel y besando sus "imperfecciones". Fue como si el tiempo no hubiera pasado. A sus ojos, seguían siendo aquella pareja atrevida y entregada que se conoció al terminar la escuela.

Cuando finalmente se enredaron entre besos, sus labios sabían salados tras la sonrisa. Y fue entonces cuando aquella recién jubilada, feliz, extasiada y tremendamente enamorada, recibió un regalo que cambiaba todo su futuro. Una simple nota, susurrada por la voz suave a la que los años no habían podido ensuciar. Un mensaje que le abría la puerta a un futuro mucho más claro y suyo de lo que había dibujado en su cabeza. Unas palabras como estas:

"Siempre seremos nosotras, nadie podrá eliminar lo que sentimos cada vez que vuelvo a entregarme a mi guía, maestra y compañera. No pienses, por favor, que borras esa parte de ti. Mistress, creo que nunca te he fallado, así que recuerda que siempre me tendrás aquí a tus pies, hasta cuando ya no pueda agacharme. Incluso entonces, encontraremos nuevas dinámicas. Siempre seré tuya, en cuerpo y alma. Contigo, hasta donde nos alcancen las cuerdas, hasta donde me guíen tus manos. Tu fiel servidora."

(K)Ink-tober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora