25. PELIGROSO

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Aquella salida "de chicas" había sido una idea terrible. Se suponía que iban a celebrar el ascenso de una de sus amigas, pero su novio se les había adelantado. Así que salieron, porque ya habían quedado, pero ya no había nada que celebrar y en parte había un cabreo general porque ese chaval no había pensado en ellas... Un drama terrible, que no habían dejado de comentar en toda la noche. Bea no podía entender qué hacía en aquel grupo, la única que parecía caerle bien era precisamente la que no estaba allí. Así que, desde la barra, se aferraba a su cerveza, viendo como el resto del grupo daba la brasa al DJ o trastabillaban en la pista.

Miró la hora en su móvil una última vez y decidió que ya había hecho suficiente acto de presencia con aquella gente. Levantó la vista buscando otra diversión más acorde con ella, pero no encontró gran cosa. "Malditos clubs heteros pijos" pensó, enfadada con el mundo. Un empujón a su izquierda terminó de sacar su mala leche. Llamó de todo a la pobre chica que intentaba hacerse un hueco para conseguir llamar la atención de la camarera, que estaba algo saturada en aquel momento.

Era una chica morena y bajita, con cara de niña y vaqueros ceñidos. Se disculpó con la voz cansada y siguió intentando pedir. Pero Bea estaba demasiado enfadada para dejarlo pasar, así que la encaró de nuevo de malas maneras. Sin ganas de montar ningún pollo, la morena la ignoró, pidió su bebida y una ronda de lo que estuviera pidiendo aquella "mal genio con pinchos", "por las molestias".

Bea se quedó sin palabras. ¿Cómo la había llamado? ¿Y se pensaba que se iba a librar de ella así? Apuró su quinto y agarró el nuevo que le servía la camarera mientras la otra pagaba y se marchaba. Tenía intención de seguirla, pero se escapó de su campo de visión antes de que se diera cuenta.

Sus ganas de irse del local desaparecieron, de pronto, todo su interés era volver a encararse con aquella chiquilla que la había intentado dejar en ridículo después de empujarla. Paseó la mirada por las mesas del fondo, sin suerte. Se acercó a la pista con la excusa de unirse a la celebración borracha del grupo de amigas a las que ciertamente casi había olvidado. Tampoco la encontró allí. Volvió a mirar a la barra, ni rastro de ella. Solo quedaba un sitio; el servicio.

Tras esperar la cola que parecía infinita y entrar, aprovechando la visita, pensó en darse por vencida. Pero entonces, justo cuando se encaminaba ya a la puerta, se dio de bruces con alguien. ¿Cómo no? Tenía que ser ella.

La escuchó reírse, terminar una conversación rápida y girarse a ver quién se había chocado contra su espalda. Su sonrisa sincera y la caricia en los hombros de Bea, para asegurarse de que estaba bien, la dejaron de piedra. Se esperaba algún grito, una contestación borde, algún tipo de queja... Pero nada. Aquella enana era todo calma y felicidad. Pensó que nadie podía ser así de verdad, aquello despertó su curiosidad. Ahora su reto era muy diferente. Quería conocer a esa chica, acercarse a ella.

Como siempre, utilizó las únicas estrategias para ligar que conocía. La chulería, el humor absurdo y esos aires de tía dura que tanto le gustaban. Y, aunque no parecía impresionada, se dejó convencer de salir a tomar el aire, a ver si con más espacio dejaban de chocarse.

La conversación empezó tensa, extraña, pero esa chica tenía un don. Su personalidad risueña fue ablandando a Bea sin que esta lo notara. Pronto paseaban por el parquecillo de la plaza hablando de las grandes preguntas de la vida. Bea hacía tiempo que no se sentía tan a gusto con nadie.

Se dieron los teléfonos y quedaron en volver a verse. Pasó el tiempo, hablaron de vez en cuando por mensajes, empezaron a conocerse un poco más y, por raro que parezca, sus personalidades tan aparentemente opuestas empezaron a encajar.

No tardaron en volver a quedar, aunque se hicieron mucho de rogar hasta que admitieron sentir algo la una por la otra. Con el primer beso vino todo lo demás. Después de varios meses conteniéndose las ganas, no era de extrañar. A Bea le pareció increíble la facilidad con la que fluían en la cama. A ella le encantaba dominar y estar encima, agarrarle las muñecas, apretarle las nalgas y robarle besos después de un maravilloso sexo oral. Y cada paso que daba hacia esa situación de dominación, hacia sus kinks y fetiches, era un paso que su compañera doblaba en la dirección complementaria.

Se desvivía en halagos y caricias, la trataba con un mimo extremo y en sus encuentros siempre tenía algún detalle preparado. Cada día se preocupaba por ella, la apoyaba e iba amansando ese lado oscuro que Bea había creado para sí misma por circunstancias de la vida.

Y con lo genial que sonaba y lo mucho que animaban a Bea todos los que la rodeaban... Ella no podía dejar de pensar en parar aquello antes de que se le fuera de las manos.


Esa chica... era peligrosa. Tenía todas las papeletas para hacerla perder la cabeza y saltar al vacío. Podía romper todo lo que llevaba años construyendo, esa pose estudiada y su fama de dominatrix por todos los garitos de ambiente de la zona. Su misterio y ese rollo de no estar nunca disponible, pero conseguir un polvo siempre que quisiera. Esa armadura que había creado para disfrutar de su soledad dependía de que jugara bien su papel. Pero aquella cría. Esa morena que no tenía nada del otro mundo... salvo su personalidad, su inmensa sonrisa, su forma de cuidarla como nadie antes, su manera de entenderla y apoyarla, sus manos, su lengua...

Esa chica siempre dispuesta y perfecta sin falsedades, poses ni postureos... Era definitivamente muy peligrosa. Pero no podía apartarse de ella, aunque lo intentara y se repitiera que quería ser fría y dura, como una Domme de verdad... Seguía volviendo a ella y era incapaz de hacer otra cosa que no fuera dejarse llevar por las llamas.  

(K)Ink-tober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora