No podía esperar a que llegara. Llevaba cosa de media hora en la estación, esperando el dichoso autobús que traería a mi niña de vuelta a casa. Tres meses sin vernos eran claramente demasiado tiempo. Echaba de menos todo de ella, cada lunar, cada pelo... Habíamos hablado, nos habíamos ido contando el día a día, pero nada era lo mismo con aquella maldita distancia. Necesitaba verla, poderla abrazar y ser extremadamente empalagosas ahora que nadie nos veía.
Pasaban los minutos y me sabían a horas. No sé la de veces que miré el reloj. Como le había prometido no destrozarme las uñas, no hacía más que deambular por las dársenas, incapaz de estarme quieta. Me sentaba, me levantaba, caminaba y volvía a mirar la pantalla de llegadas.
Una eternidad después —Bueno, cuarto de hora, sí, pero me pareció eterno— un autobús lleno de gente llegó a su parada. Me acerqué impaciente y observé cómo iban retirando maletas, amontonándose alrededor del compartimento lateral.
En el caos de viajeros buscando sus pertenencias, un empujón casi me saca volando. O así habría sido si no fuera porque alguien me agarró por la espalda e impidió que me callera. Antes incluso de volverme a darle las gracias, supe que era ella. Mi momento romántico y cuidado de ir a esperarla en la estación se vio eclipsado por mi eterna torpeza... Roja, como de costumbre, me dejé arropar por sus brazos antes de entregarnos a un beso cariñoso que silenció todo el bullicio.
Corrimos a casa para aprovechar el día al máximo. Mañana ya existiría el resto del mundo, hoy solo nosotras. Y sabíamos exactamente qué queríamos hacer.
Después de hablar y reír de camino a casa, toda la pasión y la espera de tres meses sin vernos explotó nada más cruzar la puerta. Me deshice de su ropa sin delicadeza y apoyé su espalda contra la pared. Ella se agarró a mis hombros y me devolvió cada beso, dejando que me acomodara entre sus piernas sin complicaciones. Mis labios recorrieron su cuerpo con ansias. ¡Cómo había echado de menos sus pechos y ese pezón perforado con un fino piercing en forma de daga! Pellizqué, mordí, besé y devoré aquel cuerpo que se callaba los gemidos. Sus uñas amenazaban mi espalda sobre el cuello de mi chaqueta, pero no hacía ningún amago de querer parar aquello.
La habitación más cercana a la entrada era la cocina y me alegré una vez más de vivir sola. Me subí de un salto a la mesa, bajándome los pantalones por el camino. Ella me ayudó a quitarlo y besó mi entrepierna con suavidad. Me coloqué para que llegara bien y agarré su coleta para invitarla a devorarme. Cada orgasmo, daba igual de quien de las dos, sabía a hogar y a reencuentro. Mis uñas acariciaban su piel, sus labios erizaban la mía. Conocíamos nuestros gustos y límites tan a la perfección que sabíamos leer perfectamente cuando estábamos en un rol más dominante o en uno más sumiso. Y los íbamos intercambiando sin medida, jugando con la fina franja que separa el dolor del placer.
La cocina ofrecía muchos juegos. Comió algo sobre mí mientras jugaba con los pelos cortos de mi pubis. Bebimos agua escanciada de mi boca a la suya arrodillada ante mí. Nos revolcamos por el suelo peleando por un trozo de comida. Nos volvimos verdaderamente locas entre orgasmos y placeres no expresamente sexuales. Vagamos por todos los fetiches que compartíamos hasta quedar completamente exhaustas.
Ya se apagaba la luz para cuando nos fundimos en un beso empapado en mil sabores. Nos abrazamos jadeando y decidimos terminar con un buen baño relajante y un último orgasmo bajo el agua antes de pensar en qué haríamos después. Ahora que había vuelto a casa, todo era posible y todo me parecía maravilloso.
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(K)Ink-tober 2023
De TodoUna idea loca que surgió al ver la lista del inktober de este año. En vez de dibujar, ya que no sé hacerlo, llevarlo a mi terreno y hacerlo en forma de relato. Erótico o relacionado con ese mundo, como suelen ser mis relatos. Con algo de Kinks y B...