27. BESTIA

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La puerta se cerró a mi espalda y supe que era el momento. Llevaba todo el día esperándola, ese fin de semana era solo para nosotras y tenía muchas ideas en la cabeza. Ninguna de las dos estaba con la regla, habíamos comprado un par de juguetes nuevos que me moría por probar y, por primera vez desde que empezáramos esta relación, teníamos todo un fin de semana solo para nosotras.

Salté a sus brazos y, sin preámbulos, devoré su boca, agarrando con ansia su cabeza y presionando mi cuerpo contra el suyo. Ella no se quedó atrás, tiró las llaves allí mismo mientras se quitaba el abrigo sin dejar de besarme. Me agarró el culo con ambas manos en cuanto se deshizo de la prenda y trepé sobre ella, rodeándola con mis piernas.

Miró hacia la habitación, demasiado lejos ahora mismo... Me dejó caer sobre el sofá del salón, con los pies colgando de uno de los reposabrazos. Me gustaba ver que tenía las mismas ganas que yo, no me sentía tan bestia desbocada, aunque en verdad lo era, lo éramos, y habíamos esperado con ansia ese día. Mientras yo me deshacía de la camiseta, ella tiraba de mis pantalones y se llevaba también las bragas por el camino. No miré dónde fueron a parar.

En el momento en el que me vio desnuda del todo, me miró con deseo, me acercó a ella tirando de mis piernas y empezó a comerme el coño. Fue tan repentino que ni siquiera sé de dónde salió el primer gemido. Empujé su cabeza contra mí y agarré uno de los cojines con la otra mano. Con cada golpe de lengua yo encorvaba la espalda, jadeaba, estrujaba el cojín y la estrangulaba entre mis muslos.

A penas había acabado de correrme cuando me agarró la mano que tenía en su cabeza, la separó y me miró con los ojos completamente negros. Estaba cachonda, tenía el deseo dibujado en la cara, aquello era algo primal. Se secó la boca, relamiéndose con mi sabor, como un animal que acaba de morder al fin a su presa. Pero quería más, estaba hambrienta y acababa de empezar su festín. Por suerte para las dos, yo estaba deseando que me comiera.

Con un gesto en la cadera me indicó que me pusiera de espaldas, obedecí sin pensarlo. Alargó la mano a la mesita de té y sacó del cajón un rollo de cinta americana. Me agarró con ella a las patas del sofá para que no pudiera cerrar las piernas. Luego me cogió las manos y las ató juntas en mi espalda. Me dejé hacer mientras mojaba las fundas del sofá, demasiado cegada por el deseo para preocuparme de nada más.

Se quitó el cinturón y lo agarró por la hebilla. De pie a mi espalda, empezó a golpear mis nalgas, dejándome marcas alargadas de un rojo brillante. Entre golpe y golpe, más como una afirmación que como una pregunta, se inclinó un poco sobre mi espalda y cerca del oído preguntó:

—¿Te gusta mi cinturón nuevo?

Yo, aún con un gemido en los labios y queriendo que siguiera, atiné a contestarle que sí. Agarró mi coleta tensando todo mi cuerpo y levantándome del sofá hasta el pecho.

—Sí, ¿qué?

Sin duda y sin temblarle el pulso, soltó un latigazo en la espalda, sobre los brazos que tenía atados, para subrayar su pregunta.

—Mi Mistress. Sí, mi Mistress. Me... me encanta, Mistress

Cada frase estuvo acompañada por su golpe de cinturón, decorando mi espalda y calentándome al rozar la frontera entre el dolor y el placer.

Con la espalda y los brazos colorados, plagados de líneas marcadas a fuego en la piel ligeramente cobriza, seguí repitiendo su nombre y su poder sobre mí. Noté entonces cómo soltaba mi pelo y me dejaba caer de nuevo sobre el sofá. Soltó el cinturón. Pasó sus uñas por mi espalda y arañó mis nalgas con fuerza. Lanzó un manotazo seco a una de ellas y observó con calma cómo la marca roja del golpe iba desapareciendo. Cuando se difuminaba y recuperaba su color natural, repetía el golpe, seco, directo y siempre en el mismo sitio. Se cansó de esperar a que desapareciera y golpeó la otra nalga del mismo modo. Cada azote era más fuerte y al separar las nalgas podía ver cómo yo me iba abriendo. Mi coño se ensanchaba y lubricaba cada vez más para ella. Yo gemía y repetía "Sí, Mistress", "Gracias, Mistress", "Perdóname, Mistress". Trataba de acariciar la palabra e inspirarle toda la sensualidad que pudiera. Eso le ponía más cachonda y pegaba con más fuerza, haciéndome temblar bajo sus manos. Y a mí me encantaba aguantar para ella, volver siempre a mi posición y dejarle mi piel para que la decorara a su gusto.

En uno de mis gemidos, posó su mano en mi vagina y empezó arrastrar mi propia lubricación hacia la entrada del culo. Las caricias de sus dedos al pasar por mi coño resbaladizo me ponían tan perra que temía correrme solamente con eso. No dejaba de chorrear y seguía lubricando cada vez más.

Separó con las dos manos mis nalgas para ver cuánto se abría mi culo y aprovechó para dejar caer dos azotes más. En el siguiente viaje de mi coño a mi culo acabó metiéndome un dedo. Vio que no oponía resistencia y repitió metiendo esta vez dos. Metía y sacaba dos dedos, yo gemía y le pedía "más, Mistress, dame más". Metió el tercero, el cuarto. Mi ano se dilataba entre el propio flujo de mi coño y sus movimientos constantes. Tenía 4 dedos entrando y saliendo de mi culo y con la otra mano acariciaba de vez en cuando por delante, por mi clítoris, por mis labios, para que no dejara de empaparlo todo.

Empezó a follarme el culo con más fuerza y notó cómo me estremecía de placer. La mano derecha entró en mi coño; primero dos dedos, luego tres, luego los cinco, hasta que toda la mano estuvo dentro de mí. Me folló por los dos agujeros a la vez con fuerza y conociendo mi cuerpo a la perfección. Yo gemía, gritaba, tensaba todos mis músculos y salpicaba con cada embestida.

Salió primero de mi culo mientras terminaba de correrme con su mano aún dentro de mí. Fue sacando dedo a dedo igual que los había metido.

—Buena chica. Así me gusta, perrita, que gimas y te corras para mí.

—Todo... para... mi Mistress—seguía gimiendo y me fallaba la voz

—Vaya, parece que tienes la voz seca.

Ya con las dos manos fuera de mí, me acarició la espalda con la punta de los dedos mientras se acercaba al reposabrazos donde apoyaba mi cabeza. Soltó la cinta americana que sorprendentemente había aguantado las embestidas. Me levantó tirando de la coleta y se sentó en el brazo del sofá, con las piernas a los lados de mi cara.

—Vamos a tener que solucionar eso.

Se desabrochó el pantalón con una mano y me agarró fuerte el pelo. Bajó sus bragas lo justo para enseñarme su pubis, marcando una línea fina de pelo rojizo señalando su coño. Terminó de abrirse la bragueta y pude ver su coño mojado y brillante.

—Vamos, perrita, no queremos que te deshidrates. Aquí tienes, bebe todo lo que quieras.

Me llevó la cabeza a su coño y bebí con ganas, saboreando, lamiendo, gimiendo de placer entre sus piernas hasta que se corrió en mi boca. Luego terminó, me dio un beso intenso y húmedo y dio por terminada la sesión... hasta después de la cena.

Me desató del todo entre caricias. Se aseguró de que todo estaba en orden y de que no se había pasado demasiado. Después, me ayudó a poner algo de frío en las marcas del cinturón mientras limpiaba un poco el estropicio del sofá. Decidimos ver algo en la tele, acurrucada a sus pies, aun desnuda, mientras me acariciaba el pelo. Ambas sonreímos como bobas mirándonos de vez en cuando y disfrutando de aquella otra parte de nuestra relación que nos volvía locas sin palabras.  

(K)Ink-tober 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora