FRICCIÓNRhaenyra nunca había escuchado una propuesta tan inusitada, que involucrara a los hijos de su madrastra y a los suyos en un arreglo matrimonial. Era como tratar de juntar piezas que no encajaban en absoluto, forzando una solución en un rompecabezas roto.
—Esta decisión ha sido ardua de tomar, pero resulta esencial —declaró Alicent, su voz resonando en la sombría sala del consejo como un eco de siglos pasados.
—¿Esencial para quién? —retó Rhaenyra, arqueando las cejas con una mezcla de escepticismo e incitación—. ¿Para ti?
—Para todos —replicó con un desdén cortante que parecía perforar el aire—. Sabes que la fractura entre nuestras casas es profunda, y este matrimonio es la única solución viable. Lo sabes bien en el fondo.
Rhaenyra sintió la tentación de reírse, una risa seca y amarga que se ahogó en su garganta, pues era un gesto que no podía permitirse.
—Eso hicimos —contestó con una ironía contenida—. Te propuse unir a Jace y a Helaena, una oferta que desechaste sin miramientos.
—Di la palabra, Rhaenyra. Solo una simple palabra.
Aunque intentó aparentar desinterés, no podía ignorar el mensaje subyacente en las palabras de Alicent. La Reina estaba clara en su intención: como heredera del trono, Rhaenyra debía cumplir con las expectativas que le imponía su posición. Sin embargo, como hermana, había mostrado una presencia escasa y esporádica, dejando mucho que desear en las raras ocasiones en que se habían encontrado.
Pero, en su papel de madre, Rhaenyra se mostraba implacable. Todo lo relacionado con sus hijos lo consideraba un territorio sagrado, donde no permitía ningún desafío.
La cuestión que Alicent se planteaba era si Rhaenyra estaba allí por razones más profundas que el simple acuerdo matrimonial. En el juego que Rhaenyra estaba jugando, ella dictaba las reglas, y Alicent se veía obligada a aceptar sus condiciones.
—No puedes esperar que acepte esto sin más —repitió Rhaenyra, sacudiendo la cabeza con desdén. —¿Acaso mi padre ha dado su bendición para este arreglo?
—Lo ha hecho —respondió Alicent, su tono cargado de una confianza casi arrogante. —Aemond y Lucerys son la clave para la redención de la Casa Targaryen.
Por el rabillo del ojo, Rhaenyra observó a su esposo fruncir el ceño en una expresión que parecía buscar orientación sobre la reacción que debía tener al escuchar las palabras de Alicent. Esperaba que la Reina reconsiderara sus propuestas. Rhaenyra, inmovilizada por el shock, no pudo articular una sola palabra.
—Este matrimonio es una alianza de paz —intervino Otto con un tono ceremonioso—. Una alianza similar a la que se forjó en tiempos pasados con su difunto esposo, princesa.
La voz áspera de Otto resonó en la sala, enviando un escalofrío desagradable por la espina dorsal de Rhaenyra. La mandíbula de su esposo crujió con tal intensidad que el sonido atravesó el silencio tenso, haciendo que todos los presentes se volvieran hacia él.
—No. Declino tu oferta —declaró Rhaenyra con firmeza, la ira y la incredulidad marcando cada palabra—. ¿Cómo puedes suponer que aceptaría semejante proposición?
Rhaenyra se veía atrapada en un orgullo obstinado. Si Alicent había rechazado la propuesta años atrás, ella no tenía por qué aceptarla ahora, sin importar cuán desesperada pudiera estar Alicent por una unión nupcial. Se reprochaba a sí misma por no haber considerado una idea similar antes.
Alicent, conteniendo una exasperación palpable, suspiró profundamente, su paciencia claramente al límite.
—Es algo... natural entre los Targaryen, Rhaenyra —dijo con una tranquilidad que apenas escondía su desdén—, existen matrimonios entre mujeres sin la necesidad de un hombre —añadió con una modestia calculada, manteniendo su mirada fija en la princesa.
ESTÁS LEYENDO
The blood of Duty. [Corrigiendo y actualizando]
FanfictionLa prometida de Aemond pereció en un trágico accidente, víctima de la mano de su hermano mellizo. Un giro del destino que condenó a todos. Así, la llama de la discordia entre los hijos de la casa Targaryen se avivó aún más, forjando en sus corazones...