El comedor se sentía vacío, igual que su plato, aunque apenas lo había tocado. Lucerys miró su desayuno, casi intacto, mientras la luz de la mañana se filtraba por las altas ventanas, proyectando sombras alargadas sobre la mesa de roble.
Podía oler el pan recién horneado, el té caliente, pero apenas lograban atravesar el denso manto de pensamientos que lo envolvía. Era como si todo a su alrededor estuviera envuelto en una neblina que no podía disipar. ¿Cómo podría, después de lo que había pasado?
Sentía una opresión en el pecho que no lograba aliviar, una mezcla de vergüenza y un dolor sordo que aún latía en sus costillas.
No podía quitarse de la cabeza la confusión y el desasosiego de la noche anterior. El agua tibia de la bañera seguía fresca en su memoria, entrelazada con la sensación de las manos de Aemond sobre él: primero posesivas, casi desesperadas, y luego... ausentes.
El eco del portazo con el que Aemond había abandonado la habitación aún resonaba en su mente, implacable, como una sentencia dictada. Cerró los ojos, intentando disipar la imagen de la mirada fría de Aemond, de la dureza con la que se apartó, dejándolo solo, vulnerable, una vez más. «¿Por qué sigo esperando algo diferente? ¿Por qué me aferro a la ilusión de que Aemond pueda cambiar, de que sus miradas ardientes alguna vez se tornen en algo más cálido?» se preguntaba en silencio.
Pasó la lengua por sus labios secos, sintiendo el amargor de la mañana en su boca. Apenas había tocado el té que tenía frente a él; ni siquiera recordaba haberlo servido. ¿Cómo podría pensar en algo tan trivial como beber té cuando la sola idea de enfrentarse nuevamente a Aemond lo aterrorizaba? No, no solo lo aterrorizaba; también lo enfurecía. ¿Cómo podía seguir sintiendo tanto por alguien que parecía disfrutar viéndolo sufrir, como si fuera un juego cruel del que él era el único perdedor?
Al menos, Aemond no había aparecido en todo el día. Eso era un alivio… una bendición disfrazada, supuso. No estaba listo para enfrentarlo, para ver esa fría indiferencia en su rostro, o peor aún, ese desprecio silencioso que Aemond le reservaba cuando el deseo se desvanecía y dejaba solo vacío en su lugar.
Sus pensamientos se vieron abruptamente interrumpidos por el sonido de unos pasos firmes que se acercaban por el pasillo de piedra. Lucerys se tensó de inmediato, su corazón dando un vuelco. Por un momento, pensó que podría ser él. Su respiración se aceleró, y su mente se llenó de imágenes confusas: la frialdad en la mirada de Aemond, el portazo que había dejado resonando en su memoria. Pero cuando alzó la vista, vio que no era Aemond. Era Alastor. La decepción, mezclada con un retorcido alivio, lo invadió.
Su estómago se contrajo al ver el amigo cercano de Aemond. La presencia de Alastor lo inquietaba, no solo porque no lo conocía bien, sino porque, tras lo ocurrido anoche, se sentía expuesto. Y esa sombra de burla y crueldad en su voz aún resonaba en su mente. ¿Qué sabría Alastor que él no sabía?
Alastor se detuvo al borde de la mesa, con su habitual mueca en el rostro. Siempre parecía estar al borde de una sonrisa burlona o de un comentario ácido. Lucerys sintió una punzada de incomodidad recorrerle la espalda. Su sola presencia le hacía sentirse incómodo, como si estuviera siendo examinado, evaluado, no solo porque no lo conocía bien, sino por lo que había ocurrido anoche. Había algo en él que le recordaba demasiado a Aemond, esa misma mezcla de arrogancia y desdén.
Lucerys notó que sus hombros se tensaban, preparándose de manera instintiva como si se protegiera de un golpe invisible.
—Sería un honor desayunar juntos, príncipe Lucerys —dijo Alastor, su tono educado, aunque cargado de una sutil condescendencia.
Lucerys dudó por un instante, las palabras que había escuchado la noche anterior volviendo a su mente. ¿Debería permitir que este hombre, que claramente sabía más de lo que decía, se quedara con él? Aun así, no tenía ganas de confrontaciones esta mañana. No cuando aún sentía las heridas frescas de la noche pasada.
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The blood of Duty. [Corrigiendo y actualizando]
FanfictionLa prometida de Aemond pereció en un trágico accidente, víctima de la mano de su hermano mellizo. Un giro del destino que condenó a todos. Así, la llama de la discordia entre los hijos de la casa Targaryen se avivó aún más, forjando en sus corazones...