RESURGIMIENTO-El príncipe estará bien. Es probable que tenga algo de fiebre por las noches, pero eso será todo -informó el Maestre Gerardys con voz serena, tratando de apaciguar la preocupación que asomaba en el rostro de Aemond-. Si hubiese permanecido más tiempo en el agua, el riesgo habría sido mucho mayor -añadió con gravedad, como quien imparte una lección amarga pero necesaria.
Aemond apenas asintió, su mirada fija en el Maestre antes de desviarse hacia el joven que yacía en la cama. Observó cómo el pecho de Lucerys se alzaba y descendía con cada respiración lenta y constante. Sus cejas, ligeramente fruncidas en su sueño, le daban un aire de vulnerabilidad que nunca admitiría en la vigilia. Los labios, sutilmente curvados hacia abajo, parecían debatirse entre despertar o seguir en los brazos del sueño.
Aemond dejó escapar un suspiro, sintiendo cómo el peso de la familiaridad se cernía sobre él como un manto invisible. La presencia de Lucerys siempre había sido una mezcla desconcertante de desafío y cercanía. Ahora, esa misma presencia, debilitada y febril, despertaba en él una sensación de inquietud que no podía ignorar. Dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo, como si intentara ahogar en ellos una emoción que aún no se atrevía a nombrar.
-Me quedaré aquí esta noche. Puedes retirarte -dijo, sin apartar la vista de su marido.
Se acercó lentamente a la cama, cada paso que daba lo llevaba más cerca de esa respiración pausada que, por un momento, parecía ser lo único que llenaba la habitación. Tomó asiento en el borde de la cama, dejando que su mirada recorriera los rasgos tranquilos de Lucerys. Su cabello oscuro, húmedo por el reciente rescate, estaba esparcido sobre su rostro como finos hilos de seda negra. Aemond no pudo evitar alargar la mano, aunque apenas rozó uno de esos mechones, sintiendo la humedad fría contra la punta de sus dedos.
De pronto, el Maestre carraspeó detrás de él, reclamando su atención con una insistencia suave pero firme.
-Lo más sensato sería notificar a la princesa Rhaenyra sobre el estado de su hijo, el príncipe Lucerys -sugirió con cautela.
Las cejas de Aemond se fruncieron ante la mención de su hermana. Un destello de molestia cruzó su rostro, tenso por la sugerencia.
-No -replicó con una brusquedad que sorprendió incluso a sí mismo. Se aclaró la garganta, buscando en vano una compostura que parecía eludirle.
¿Por qué esa idea lo irritaba tanto? ¿Acaso no era lógico informar a Rhaenyra? Pero en su fuero interno, Aemond sabía que no se trataba de lógica. Era una cuestión de orgullo, de una posesividad oscura que no podía racionalizar. No quería que Rhaenyra supiera nada, no quería que ella viniera a reclamar lo que ahora, al menos por esta noche, sentía como suyo. Lucerys estaba aquí, bajo su cuidado, en su presencia, y por un momento, en esa quietud cargada de tensiones no resueltas, eso era suficiente para él.
Veía a Lucerys envuelto en los gruesos edredones, en un vano intento por preservar el calor que tanto necesitaba su cuerpo febril. Las horas habían transcurrido con una rapidez engañosa, como si el tiempo hubiese decidido acelerar su curso en esa habitación cargada de silencios. Aemond había pasado la mayor parte de ese tiempo observando a su marido, siguiendo el compás de su respiración lenta y regular, aunque perturbada por esporádicos temblores causados por el cambio brusco de temperatura. Solo cuando el cuerpo de Lucerys se hubo calentado lo suficiente, los temblores finalmente cesaron.
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The blood of Duty. [Corrigiendo y actualizando]
FanfictionLa prometida de Aemond pereció en un trágico accidente, víctima de la mano de su hermano mellizo. Un giro del destino que condenó a todos. Así, la llama de la discordia entre los hijos de la casa Targaryen se avivó aún más, forjando en sus corazones...