Hāre (3): Torment.

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TORMENTO


—Hasta que te encuentro.

Lo miró de soslayo sobre encima del hombro y le dio un sorbo a su copa antes de mirar al frente, a la chimenea.

—No hay otro lugar en donde quiera estar —dijo él, arrastrando las palabras, con la mirada perdida. Parecía que estuviera cayendo en el efecto de la embriaguez.

¿Acaso habría recordatorio más humillante a lo que se refería su esposo como si su presencia fuera inoportuna? Después de todo ya estaban casados. Los nervios y el vino no eran sus mejores amigos cuando amenazaban con reaparecer. Respiró hondo y se obligó a retenerlos. Lo imitó quedándose en la silla que daba a su lado.

—Me dejaste plantado frente a todos los invitados. —Reprochó.

Lucerys notó estirada la piel de sus mejillas, como si empezara a desafiarlo.

—Ese es tu deber como mi esposo. Debes presentarte como buen marido, feliz y obediente.

—¿Crees que con una disculpa vulgar te perdonaré por tu falta de respeto? ¿A mí y a mi familia?  ¿O crees que ellos lo pasarán por alto? —Su voz sonó molesta y rasposa—. Lo que hiciste fue algo estúpido y de cobardes. ¿Crees que con un disculpa se arreglara todo?

—No debo disculparme por nada —murmuró Aemond.

Lucerys apretó el puño.

—Tenemos un deber con el cuál cumplir, Aemond —dijo con una voz que daba a entender lo obvio, sus ojos lo buscaban con ingenuidad mientras él ponía de todos sus esfuerzos por desviar la mirada de cualquier cosa. O eso fue lo que llegó a interpretar con su notable desinterés. —Te hubieras rehusado si no querías esto. Al menos tenerme advertido para no esperarte o dar la cara por ti.

—¿Por qué estás aquí? —soltó de zopetón, aún sin mirarlo. Las manos de Lucerys temblaron ante las palabras más al verlo tan inmóvil sin un chance de querer mejorar la situación.

—Nuestros padres esperan que consumamos este matrimonio —suspiró. Llevó la vista a las brasas de la chimenea. Cansado.

Lucerys se mantuvo en su asiento, a distancia de su esposo, tratando de hacer lo posible por no provocar un conflicto entre ambos, pero cargando con emociones contradictorias en su pecho. Intentó quitarse de la cabeza la crisis de su ahora nueva vida para centrarse en engañar a todos sobre su unión. Tampoco como si fuera importante. Al menos se sacaría a un par de encima. Dirigió una mirada furtiva hacia su esposo y a donde su vista era intrigada, más no intentó entenderlo. El silencio se hizo presente, con el eco de la música a lo lejos, acompañando una tensión en el aire.

Continuó mirando la danza perfecta de las llamas, tan similar a lo que pasaba en ese instante. Y de repente, la mano de su esposo se deslizó por su rostro, con ese verdoso ojo posado sobre él, penetrando sus ojos oscuros. Lentamente, casi perezoso, dejó que su mirada se cruzara con la suya, y en silencio, ambos parecían estar tratando de leerse al mismo tiempo, a través de las sombras, como dos lobos en cautela.

—¿Por qué siempre eres el protagonista de mis desdichas? —preguntó. Arrugó su respingona nariz al abrumador golpe de olor a vino, proveniente de Aemond.

—Es así como lo has querido. Yo no pedí nada de esto. De ninguna, de hecho.

Aemond asintió para después soltar una risa ronca.

—Ni parecemos parientes.

—¿Eso importa ahora? —replicó él.

—Importara.

The blood of Duty. [Corrigiendo y actualizando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora