Lanta ampā (12)

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El ruido seco de las puertas le mando un escalofrío por todo el cuerpo, y salió de sus aposentos con las criadas siguiéndolo.

—¿Dónde se encuentra mi esposo? —les preguntó a las criadas.

—Entrenando en el patio, príncipe.

Lucerys asintió con la cabeza.

—Bien. ¿La traen?

—Como usted nos lo ordeno, príncipe.

Una criada alzó el instrumento que sostenía entre sus manos para que lo notase, mientras caminaban por los pasillos al salón frente al jardín de entrenamiento, el saber que volvería a tocar lo ponía nervioso. En su cabeza, sabía que causaría una reacción violenta de parte de Aemond y revivirían la discusión de anoche, pero la forma en como lo insulto y manipulo lo llevaron a donde estaba. Era una mala idea. Sin embargo, quería hacerlo sentir tan mal como lo había hecho con el.

«La música puede ser nuestro fin o nuestro nuevo comienzo —pensó Lucerys—. Siempre traerá problemas y será un placer interpretar las melodías».

Más ansioso que antes, se asomo a las ventanas de la sala que tenían vista al jardín, el entrenamiento de su esposo lo hacía sudar. Pero no desistió en su misión. Una de las criadas acomodaron una silla frente a la ventana cuando fueron abiertas por él, consiguió llamar la atención de alguno de los guardias y, por supuesto, la de su esposo. Mientras Lucerys se sentaba en la silla, Aemond ni siquiera se inmutó y más solo lo miró como si nada.

Se acomodó el instrumento en sus piernas y volvió la mirada a su esposo, sus ojos chocaron en un instante burlón y Aemond hizo una mueca con los labios, pero no se lo impidió. Un solo suspiro después y resbaló los dedos tocando la primera nota.

Las notas resonaron a su alrededor acompañadas del acero encontrándose entre sí, ese sonido estridente contra las dulces melodías arruinaban su canción pero siguió sin inmutarse, siguió tocando el arpa, sus dedos acariciando las cuerdas como los golpes frenéticos que Aemond daba a sus contrincantes, golpeaba cada acorde cada vez que el sonido del acero resonaba en el jardín.

Lucerys continuó tocando cada vez más rápido, acompañando el ritmo cada vez más frenético de Aemond, como si todo estuviera encajando y todo fuera armónico. Aunque en realidad, se oía más bien como un caos, como si las notas fuesen las palabras de un discurso apasionado, y los golpes en los aceros fuesen los gritos del público.

Era una dulce locura.

Sus ojos buscaron el suyo y cuando lo encontraron se hablaron en diferentes idiomas que no lograrían comprender.

Aemond fue el primero en deshacer el contacto, pero Lucerys continuo mirándolo. Veía como golpeaba a los guardias cada vez más furioso, como si su cuerpo fuese el instrumento y su mente fuese la música que dirigía su cuerpo, el movimiento era fluido y cadencioso, como si todos sus músculos estuvieran de acuerdo. Aemond se movía con rapidez, golpeaba con seguridad, la rutina de entrenamiento que había repetido miles de veces se continuaba incansable. Imperturbable aunque sabía que estaba siendo torturado con sus melodías.

Él no se detuvo, no paró ni un segundo, continuó golpeando, siguió sus movimientos, sin ver a nadie más que a su contrincante. La música de Lucerys acompañaba sus movimientos, las notas subían y bajaban, acompañaban el ritmo. Era una danza, una danza de mortalidad y salvación. Como su cuerpo se volvía uno con la espada, el suyo se convertía en uno con el arpa y ambos sintieron la música de maneras diferentes.

El sonido de los hachazos en el aire continuaba, aumentando la presión en el ambiente. Al lado, la expresión de su rostro seguía seria y agria. Pero Lucerys no estaba dispuesto a doblegarse, estaba allí para decir lo que deseaba.

The blood of Duty. [Corrigiendo y actualizando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora