INTIMIDADNo deseaba despertar. El sueño le abrazaba con una dulzura indulgente, un refugio del mundo despiadado, pero un estrépito repentino, una perturbación proveniente de un rincón incierto y misterioso, lo sacudió de su paz.
La luz del amanecer, implacable y cruel, se filtraba a través de los cristales, bañando la habitación en un resplandor incesante. Aún enredado en el manto de la somnolencia, extendió su brazo con torpeza, intentando a ciegas proteger su rostro de esa intrusión luminosa. Sus párpados se abrieron con un esfuerzo titánico, y su ojo, aún torpe y no del todo despierto, buscaba desesperadamente el contorno familiar de su entorno.
Su corazón palpitaba con una intensidad casi frenética, una palpitación que se acompasaba al recuerdo de aquel ataque, como un tambor de guerra en su pecho. La preocupación por su marido lo hería, un dolor agudo que se enredaba en sus entrañas, mientras una furia latente burbujeaba bajo su piel, erizando los vellos de su nuca con una mezcla de ansiedad y rabia.
A través del velo difuso de su consciencia perturbada, creyó distinguir una sombra moviéndose al otro lado de la cama, una figura envuelta en una atmósfera de inquietud y vigilancia.
Alguien estaba en su habitación.
Sus labios murmuraban el nombre de un espectro del pasado, una evocación de viejas angustias, pero al enfocar su mirada, descubrió el rostro inconfundible de su marido.
La visión de Lucerys a su lado era un faro de certeza en medio de la tormenta. Aemond nunca había experimentado una sensación de seguridad tan abrumadora y necesaria como la que le ofrecía la presencia de su marido.
—Lucerys —exclamó en un murmullo suave, observando cómo las facciones de su marido se iluminaban con un destello de reconocimiento.
—Hola, Aemond —respondió Lucerys con un tono que, aunque cargado de preocupación, parecía casi mundano—. ¿Cómo te encuentras?
“¿Hola? ¿Eso es todo?” Aemond se sorprendió por la falta de emoción en la respuesta, habiendo esperado una reacción más acorde a la gravedad de la situación.
Un «Aemond, gracias por salvarme la vida» o un «Lamento lo sucedido, sé que es mi culpa» habrían sido respuestas más apropiadas, más significativas. Sin embargo, esta era la respuesta que ofrecía Lucerys, una frialdad inesperada. ¿Por qué, entonces, esperaba algo más de su esposo? Se preguntaba si era en verdad necesario esperar un gesto de su parte, una muestra de agradecimiento o remordimiento.
—Hola —repitió, esforzándose por sentarse con lentitud—. ¿De qué tanto me he perdido?
—La fiebre no ha cedido, y el dolor persiste —explicó Lucerys con una gravedad que teñía sus palabras—. El Maestre ha tenido que administrarte Leche de Amapola. Aemond, has estado inconsciente durante tres días.
Aemond asintió lentamente, absorbiendo la magnitud de la información. La comprensión se reflejaba en su rostro mientras asentía, aunque una ligera mueca de incomodidad cruzaba sus labios.
—Bueno, supongo que estuve lo suficientemente fuerte.
El comentario, envuelto en una capa de humor irónico, provocó una risa contenida de Lucerys, una risa que resonó con un eco de alivio y ternura.
—No estabas solo, ¿sabes? —continuó, sus palabras cargadas de una sinceridad que le daba profundidad a su gesto—. Siempre estuve aquí. Era lo mínimo que podía hacer, considerando que me salvaste la vida.
La expresión de Aemond se suavizó ante el ofrecimiento sincero de su marido, sintiendo un nudo en la garganta al considerar la dedicación y la fidelidad que Lucerys le mostraba, aún en su estado de debilidad.
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The blood of Duty. [Corrigiendo y actualizando]
FanficLa prometida de Aemond pereció en un trágico accidente, víctima de la mano de su hermano mellizo. Un giro del destino que condenó a todos. Así, la llama de la discordia entre los hijos de la casa Targaryen se avivó aún más, forjando en sus corazones...