Tōma ampā (15)

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AEMOND

Cuando por fin se despertó al día siguiente, la luz que entraba por el ventanal le indicó que era de mañana, y que se encontraba en completa soledad en la habitación, y al otro lado de la cama solo quedaba un hueco vacío que empezaba a enfriarse, miró entrañado su entorno. Sintió una punzada de incomodidad en su entrepierna y una oleada de recuerdos inundó su mente. «No fue un sueño —pensó—. Me folle a mi marido. De verdad paso».

—Lucerys —llamó con voz ronca, pero no hubo respuesta.

Le costaba mantener la concentración por culpa de la conmoción en el entorno, aunque no podía ser tan importante como se lo imaginaba, lo que debía considerarse una ventaja sino fuera porque se encontraba en completa soledad, y solo le causaba estragos en la boca del estómago. Mientras se acostumbraba a la incomodidad que estaba sintiendo ese momento, Aemond se dio cuenta de lo extraño qué se sintió, pero de cierta manera, realizado. Lo sucedido fue un suceso que traían consecuencias de manera desastrosas tanto como buenas, donde ganaría más que solo un puesto de comandante, tanto así de asustado a tales persecuciones que no se tomó a la ligera como se lo hizo ver su madre esa noche.

No sabía quién había sido el primero en sucumbirse a la lujuria; él por supuesto que no, ¿o sí? Puede safarze con el único pretexto de la debilidad a la fragilidad de Lucerys, podía ser de cualquier sentimiento vulnerable o un tercio de todo el ambiente del momento, o incluso, los dioses Valyrios no lo quisieran, una pequeñita parte de su ser deseaba que pasará. Pero, ¿de dónde pudiese nacer? Lo único que sentía al verlo era meramente repulsión. Podía inventarse cualquiera de las infinitas excusas con las que contaba tras la espalda para engañar a la chusma, e incluso, a su propio marido, aunque no había una con la suficiente demanda para convencerlo a él mismo de lo contrario.

A Aemond le era desconcertante lo que provocaba los acontecimientos a su cabeza. Como la habitación estaba vacía, abierta y cómo al parecer fue olvidado entre un par de sábanas blancas de un juego sucio que provocó los siguientes recuerdos a las tantas faltas de su padre, ¿lo había dejado a propósito? ¿Es que no fue suficiente? La incongruencia rompió a hervir a dentro de su pecho hasta perfumar la habitación en algo en lo que ya estaba familiarizado. El abandono sacudió sus fosas nasales y era repugnante permitirlo escalarse. Ni siquiera sabía si Lucerys estaba bien con lo que se había activado entre ellos. En cualquier caso, aquel sentimiento iba ser pasajero. Nada era para siempre y lo estaba aprendiendo de tan mala manera. Aunque ya era demasiado tarde, se había obcesionado con su poca eficiencia y lo que traería con el, tal vez era hora de poner una excusa. Y que Lucerys siguiera sin aparecer arruinaba más las cosas.

No estaba seguro, de lo que sí era que pronto tendria a enfrentarse al enfado y a la decepción del jugador al tablero y a su títere estrella, Otto y Alicent, que habían tomado la victimización para dejar de lado su valoroso esfuerzo para que le concedieran uno de los codiciados e importantes hijos de la heredera al peligroso trono. Además de ser el favorito de Rhaenyra, era hijo de Daemon qué, seguro al odio por su sangre y bajarlo hasta el subsuelo a la línea de sucesión él y sus hermanos, lo necesitaba para obtener más que una sola silla bajo el manto de su esposa. El más canalla de los hombres era impredecible, sobre todo cuando lo encolerizaba su sola presencia, y eso se daba a basto al hecho de dejarlo el día de la boda.

Tal extremista caso, ¿lo contemplaría sabiendo las posibilidades de estar por perder algo por lo que ha trabajado? Aemond temía que su insignificancia ante su familia sea un golpe que acabaría con su orgullo, al no dejar su semilla en su marido esperaba que se pusiera en recompensa la cobardía delante del deber.

The blood of Duty. [Corrigiendo y actualizando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora