¿Quién piensas que soy?

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Nueva York, la ciudad de noche, donde el bajo mundo y la riqueza se funden. Donde al más poderoso nadie le conoce y actúa como un agente de control dentro de la luz y la oscuridad. La Alta Mesa es un consejo de criminales que se enriquece y se mantiene impune debido a su capacidad para intervenir en distintos ámbitos políticos, económicos y sociales a nivel global. Representa la base en la que la sociedad se sostiene, porque no puede existir el bien sin el mal. Conformado por los miembros más influyentes dentro del mundo criminal y dirigidos por una sola persona que encabeza toda la organización. La interrogante, el misterio y la persona que solo los de más alto rango conocen, El Adjudicador, al que nuestro gobernador y presidente también sirven, por eso no es de extrañar las altas tasas de criminalidad en nuestra ciudad y país.

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Alguien había estado conspirando en nuestra contra, alguien estaba llamando demasiado la atención al punto de hacer que los diarios hicieran notas especulativas sobre algo de lo que no tienen idea, sobre un mundo que los podía enterrar vivos. "El Adjudicador", claramente no tenían ni idea de que era de mí de quien se hablaba, ni siquiera tenían la más mínima noción de que era yo, una mujer, quién mandaba en la Alta Mesa y mucho menos sabían lo que les esperaba. Investigar quién había sido el maldito o maldita que habló e intentó exponer nuestra organización no sería nada difícil, lo divertido estaba por comenzar y mi trabajo era hacerme cargo personalmente de esa persona. Lo siguiente más sencillo era encontrar a la reportera que tan despreocupadamente había escrito aquello sin temor a las consecuencias y pese a que solo hacía su trabajo, jugó con un fuego difícil de controlar y nadie mejor que yo sabe lo que el fuego puede hacer a las personas. Miré mi reflejo y me encontré con la grotesca imagen de mi rostro desfigurado por el fuego, cicatrizado y carente de piel, solo el hueso de los dientes, con la mandíbula expuesta y el maxilar carcomido por las llamas. Medio rostro destrozado y el resto lleno de cicatrices, solo la parte superior de los ojos, frente y pómulos estaba intacto. Mi peculiar situación me había orillado a usar una máscara de porcelana que cubriera la parte inferior de mi rostro y mi posición como máxima autoridad me daba el control de todos y cada uno de los que a ella se atenían. Mientras veía el trascurrir del tiempo en la luz solar y las luces que lentamente comenzaban a alumbrar la ciudad recibí el mensaje con los datos de la persona que se había atrevido a jugar conmigo y a exponer nuestra organización.

— Dimitri, llama al chofer, tenemos trabajo que hacer.

Lo único que recibí fue un gruñido de confirmación y un asentimiento de su parte. Entonces me quedé observando las infinitas calles de NY desde lo alto, y los cielos nublados que auguraban una tormenta. Dimitri es mi guarda espalda, un asesino de sangre fría, un hombre duro que me juro lealtad y servicio, perteneciente a la mafia rusa al servicio de La Alta Mesa. Él controla y maneja a los demás criminales que se encargan de servirnos como los perros fieles que son.

— Está todo listo. — me dijo en ese tono brusco tan peculiar de él. Diría que sonreí al oírlo, pero es difícil saberlo con este rostro.

— Bien. Manda a buscar a la reportara que publicó esto y a quien dirige este diario. — le dije mostrado el periódico que tenían en la mano— Los quiero vivos, ¿entendiste?

Volvió a gruñir y a asentir mientras me abría la puerta para salir de la sala de juntas y poder marcharnos de aquel lugar. La secretaria se levantó inmediatamente y a manera de respeto inclinó la cabeza sin decir nada más, pude ver su expresión de miedo al ver mi rostro y como es debido me coloqué la máscara. Ambos avanzamos sin decir una sola palabra, yo vestía con guantes negros de cuero y un vestido ajustado que lo adornaba una capa, una cola de caballo alto y un maquillaje profundo y oscuro, haciendo resaltar el verde de mis ojos. Mi máscara pálida casi tanto como piel estaba adornada con una pequeña boca pintada en un morado intenso. Dimitri, al igual que yo, vestía de negro, con guantes, con una capa morada y los ojos pintados en negro, sus tatuajes resaltaban a primera vista y su cabello, a diferencia del mío, era de un rubio intenso, casi platino.

Abajo nos esperaba un Rolls Royce negro, en cuanto el chofer nos vio abrió la puerta y esperó a que subiéramos para poder cerrarla, junto a él venía otro guarda espaldas, perteneciente a los yakuza, quien nos saludó con un asentimiento de cabeza.

— Al 953 Fifth Avenue.

Dimitri volteo a verme y una ligera sonrisa se dibujo en su rostro, ya sabía lo que pasaría en aquel lugar y lo que ocurriría después de eso. Como dije, no sería difícil saber quien era el que nos estaba fastidiando, Ador Walker, el hombre que me daría la información que buscaba. Lo primero que no debes hacer si estás inmerso en este mundo es tener familia y Ador hablaría por el precio de mantenerlos vivos. Los métodos de tortura suelen ser muy efectivos y los Yakuza tienen una peculiaridad muy especial en ello.

En el trayecto, la voz de Dimitri, en su natal ruso, nos acompañó, dando las órdenes necesarias para que me trajeran a aquellos dos que se les ocurrió jugar con fuego, debía ser imaginativa con ellos y aún no decidía si debía matarlos o dejarlos vivos. Podía hacer que cooperaran y guardaran silencio, primeramente, debían enmendar su error, después de todo el gobernador tampoco estaba contento con todo lo que se filtró sobre él. Tal vez, después de eso podían morir de una manera orgánica que no despertara sospechas.

— Está listo. — me dijo en ese tono brusco, con una mirada carente de cualquier emoción.

— Bien, ¿les dijiste a dónde llevarlos?

— Ya saben a dónde llevarlos.

— Quiero que tengan todo listo para cuando volvamos.

— Así será.

— Akira, quiero un trabajo limpio. — dije con una voz serena y firme.

Soltó una risa, viéndome por el retrovisor, se podía ver su emoción en esto y su postura denotaba el claro poder sádico que poseía en cada uno de sus actos.

— Sí, señora. — contestó con suavidad.

Para ser un asesino despiadado tenía una voz de lo mas dulce y amable, eran sus ojos los que denotaban esa locura. Los japoneses se caracterizan por su educación al servicio y por la lealtad cuando se la juran a alguien, él representaba a su familia y eso es lo que les daba honor a todos y cada uno de ellos, esperando algún día volver como uno de los mas grandes y tomar un lugar mas importante dentro del manejo de sus negocios. Peinó su cabello y cerró los ojos antes de llegar, concentrándose en lo que sea que meditara antes de un trabajo.

— Llegamos, señora.

El chofer nos informó, se bajó para abrir nuestra puerta y así comenzó la noche.

La AdjudicadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora