Lo último que oí, antes de perder el conocimiento, fue el ruido del reloj, que parecía correr más lento que nunca. Después, perdí el conocimiento y la oscuridad me envolvió en sus agobiantes brazos, soñando que corría dentro de un espiral de reloj, como Alicia en el país de las maravillas, vuelta una pesadilla.
Y mientras caía y me desvanecía en la nada, oía los ecos de iglesias y voces rotas, oía los gritos de la noche y el susurro del viento en los árboles. Cada sonido me absorbía, haciendo estragos en mi mente, rompiendo todo a su paso. Oía su voz embravecida, enloquecida de ira y en la nada, bañada de oscuridad, sus ojos se dibujaron como un ser omnipresente que me veía. Asechándome, brillando en su crueldad, reflejo de su alma despiadada.
Cuando creía poder levantarme y abrir los ojos, una nueva oleada de calor corría por mi cuerpo, haciéndome caer y perderme entre la bruma del saber y no saber. Sabía que ella no era una buena persona, por mucho que intentara demostrar lo contrario, sabía lo suficiente para darme cuenta que era una mujer sádica, controladora y sociópata.
Las siluetas, que apenas lograba ver, no tenían forma. Solo extraños que me mantenían en un estado estupefacto e inconsciente, como una muñeca de trapo. Era una consciencia muerta, desconectada de la realidad y puesta en una alterna donde no veía, pero oía todo con demasiada claridad. Un alemán perfecto que me confundía de dónde me encontraba. Tal vez ella era alemana y era la razón de su extraño acento.
No obstante, en aquella incertidumbre, sentía que podía reflexionar sobre todo aquello que estaba pasando, podía ver y repetir una y otra vez todos los sucesos de lo vivido hasta ese momento, encontrándome siempre con lo mismo. En cada vuelta de esquina, en cada nueva puesta en escena, en cada mínimo cambio que realizaba, una y otra vez caía en sus brazos. Como si el destino me gritara que tarde o temprano terminaría estando con ella. Veía una sonrisa, debajo de aquella máscara, que se trasformaba y se desfiguraba como los dientes de un perro con rabia, expuestos y sangrantes. Entonces, nuevamente caía a la tierra e intentaba desatarme de esas cadenas que me impedían moverme y liberarme para nuevamente sentir algo caliente que me sumergía en esa oscuridad maldita de ecos interminables.
Cada vez era algo distinto, esta vez fue el llanto y el miedo. Como si todo lo vivido hubiera sido un sueño, una vez más me encontraba en esa celda llena de ratas, donde el olor de la humedad me sofocaba y provocaba nauseas; los lamentos me atormentaban y mis lágrimas se desbordaban por la frustración de no poder hacer nada. En ese momento estaba encerrada con uno de ellos, viéndome, sintiendo sus manos en cada parte de mi cuerpo. Sus palabras vulgares taladrando mi mente y, a lo lejos, más siluetas devorándome. En esta ocasión rogaba por que todo fuera una pesadilla, rogaba porque se detuviera de aquello que me haría, rogaba por despertar y que alguien me salvara de aquel dolor que quemaba mi alma. Y cuando lo más terrible estaba por ocurrir aparecía ella, de mirada fiera y fría, pero sin máscara, de una extraña y deforme manera que no entendía. Bañada en sangre me envolvía en su capa y el toque suave de sus manos me recordaban a la amabilidad de un abrazo. Entonces no podía parar de llorar.
— Pronto terminará esto, mi pequeño rayo de sol.
Oí su voz y pude verla a través de la niebla de mis ojos. Su mano limpiaba mi rostro de las lágrimas desbordantes que me impedían verla adecuadamente y peinaba mi cabello, secando el sudor que se adhería a mi frente. Una vez más mis ojos se cerraron, pero estaba vez había un sentimiento confortable que llenaba mi corazón, los temblores que sentía en mi cuerpo se apaciguaban y la oscuridad que me envolvía se sintió pacífica. Por un momento pude sentirme segura y a lo lejos, su voz se volvía el eco de mis pensamientos.
— Siempre me han gustado los girasoles.
No entendí cuál era el significado de aquello, pero sentí que tendría una oportunidad de vivir sin sufrir. ¿Se puede ser bueno, incluso siendo malo? Una pregunta que mi inconsciente arrojó al último resquicio que le quedaba a mi consciencia. Entonces caí, para despertar en un lugar que no conocía, dentro de una cama abocelada que tenía de vista al mar y un enorme jardín. Todo pintado de colores blancos, cremas y grises azulados. ¿Dónde estaba?
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La Adjudicadora
Fiksi PenggemarEn las sombras de Nueva York, donde el oscuro mundo del crimen se entremezcla con la opulencia, una misteriosa figura femenina lidera la Alta Mesa, un consejo de criminales intocables. Su rostro, marcado por el fuego, se oculta tras una máscara de p...