Juegos, gritos y trabajos.

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Personalmente creo que soy alguien simple para hacer esto, no me gusta el alboroto ni llamar demasiado la atención. El trabajo es sencillo, así que primero intento que todo sea lo más discreto posible, bajar del auto, tocar la puerta y esperar que nos dejen entrar sin mucha dificultad, ya adentro es cuando comienza lo divertido.

Lo interesante de mí es que nadie me espera, soy como la bomba que toca a la puerta, todos abren y cuando me ven puedo ver en ellos el entendimiento de que algo malo está por pasar y hacen todo lo posible porque no sea así. La diferencia, ahora, es que el que sea que haya hablado de más me ha hecho enojar y me ha intentado exponer y solo pudo haber sido alguien con una relación estrecha a La Alta Mesa. Ador Walker, no es el objetivo principal, sin embargo, su nombre aparece entre los sospechosos y es uno de los que trabaja directamente con la policía. Así que, solo hay dos posibles finales en esta historia; o me dice quienes son los involucrados y con quién habló o muere por tortura hasta decirme para quién trabaja.

En esta ocasión fue una mujer quién abrió la puerta, específicamente, la esposa de Ador Walker, quién no tenía la más mínima idea de quien éramos nosotros. Sus ojos negros, como la sombra que se estaba cerniendo sobre ellos, denotaban cierto miedo y recelo.

— Ador Walker.

Fue todo lo que se necesitó decir para que nos dejara pasar. Dimitri tomó a la mujer por la parte posterior del cuello y nos encaminamos escaleras arriba para empezar una agradable conversación. Lo primero de lo que nos dimos cuenta al subir fue que se encontraban cenando, sus dos hijos mayores no a quince años y una niña más pequeña no mayor de cinco. Con un movimiento de cabeza Akira tomó posición entre los dos mayores y la niña se levantó corriendo yendo con su madre.

— Todo está bien niños, son conocidos de su padre. — dijo con voz temblorosa.

— En realidad somos más que conocidos. ¿Dónde se encuentra Ador? — le pregunte con la misma serenidad de antes.

Sus hijos mayores hicieron el intento por levantarse y defender a su madre, pero fue en vano. Los voltee a ver con la mirada fría y mientras Dimitri sentaba a la mujer con cierta brusquedad, sacó su arma y apunto a uno de ellos. Con un movimiento de cabeza dio una orden silenciosa y Akira sacó unos cinchos de plástico para mantenerlos en su lugar.

— Parece que Ador tiene uno hijos que no conocen el respeto. — le dije con cierto cinismo.

— Son niños. — dijo entre lágrimas.

— Y la próxima vez que sus niños intente evitar lo que vinimos a hacer será la última vez que lo hagan. ¿Dónde está Ador? — pregunté con indiferencia a sus lagrimas y con serena dureza.

— No lo sé, trabajando. No ha vuelto.

— ¿Es así?

— Sí.

— Muy bien, llámelo, ahora.

Era una mujer dócil y bastante bella, se controlaba lo mejor que podía, una mezcla de miedo, odio y resentimiento embargaba su rostro. Sus hijos apretaban los labios mientras nos veían a cada uno de nosotros, la rabia y la impotencia inundado sus rostros. Era un juego cruel este, por sus expresiones era obvio que no sabían exactamente a que se dedicaba su padre y esposo, lo cual era un terrible problema. No podíamos dejar ningún cabo suelto.

— ¿Cómo espera que le marque con las manos atadas?

— Akira, ata también a la niña y tapa sus bocas.

Ahí estaba ese sadismo del que disfrutaba, no hacía falta decirlo dos veces, él lo hacia con rapidez y como un lobo que se disfraza de una oveja su forma de actuar no se parecía en nada a lo que sus ojos reflejaban.

La AdjudicadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora