La Llamada

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No siempre se puede tener total impunidad. Incluso siendo yo, debo responder a la Alta Mesa. Sabía a la perfección que mis actos serían cuestionados, pues la muerte de uno de los hijos de una casa noble era motivo suficiente para iniciar una cacería de brujas, importaba poco si el hijo era un bastardo o un hijo legítimo. El español era un hijo de puta y su padre, es un cerdo despreciable que solo roba oxígeno; no obstante, es uno de los mayores proveedores de servicios sexuales y el líder en venta de contenido sexual legal, lo cual le da un lugar entre los doce grandes.

No era una sorpresa que la casa Alemana haya informado de esto a la Alta Mesa, incluso si una parte de mi sangre pertenecía a la casa Alemana, su lealtad no era cien por ciento conmigo, aunque por derecho de nacimiento así era. Estaba segura que, esta vez, el precio a pagar no sería tan alto.

Por una parte, gozaba de ser hija de dos grandes familias, la Alemana y la Irlandesa. Soy heredera y primogénita de ambas casas, me gané mi lugar y posición a pulso y obediencia y pagué el precio para gozar de ambos privilegios. Para estar en una posición como la mía lo principal es mostrar lealtad y lo segundo más importante, es no dudar, incluso si la orden va en contra de tu propia familia. Por otra parte, tenía demasiados enemigos acumulados por el sadismo y determinación de mis adjudicaciones. Era determinante al hacer cumplir la ley y deseos de la Alta Mesa, por eso estaba segura que el crimen quedaría impune y no habría un castigo riguroso, pero había torturado y asesinado a las bestias que no habían hecho nada malo ni fuera de lo usual, entre ellos, el español. Los había matado por el placer de saber que nunca más volverían a tocarla y que ella viviría en paz al saber que ya no podrían hacerle jamás nada.

***

La noche pasó demasiado rápido y la mañana se precipito con aires siniestros, para cuando terminamos de limpiar todo el lugar y eliminar las evidencias, dándoselas de comer a los puercos, el sol ya estaba en lo alto, oculto detrás de las densas nubes que auguraban lluvia y tormenta. Fue cuando volví al cuarto para poder darme un baño, me encontré con el rostro y la ropa manchada en sangre. La herida de la boca se me veía inflamada, pensé en que podría tener una infección, pues era evidente que la sangre también había caído ahí. Necesitaba un doctor y poder descansar adecuadamente, por un segundo pensé en castigarla, pues ahora, bien podría convertirse en un problema serio. Al final descarté la idea, ya que no tuve ninguna buena.

No hay nada más difícil de sacar que la sangre seca, fue un proceso que dejó el cuarto de baño manchado y oliendo óxido. Desagradable en todo sentido, intenté ignóralo, pero me resultó imposible, salí en bata de baño y no queriendo despertar el lirón que dormía en mi cama, salí del cuarto para que limpiaran el lugar y quemaran las ropas que se encontraban en el suelo. Necesitaba tener todo en orden.

Me dirigí a uno de los estudios de la casa para sentarme a leer un libro y esperar al médico que me atendería. La punzada de la encía me estaba matando, sentía nauseas y el dolor se irradiaba a todo mi rostro. Podría decir que en ese momento me encontraba irritable. Oí la puerta abrirse y vi a Akira entrar, con mi máscara en la mano y aún manchado en sangre.

— Su máscara, Señora.

— Qué haces así de sucio.

— No he tenido tiempo de bañarme, Señora.

­­— Que ella no te vea así, ¿entendiste?

— Sí, Señora.

Se sentó delante de mí, fruncí el ceño y antes de que pudiera decir algo, él se adelantó, como si supiera lo que le diría.

— Esperaré hasta que el doctor llegue.

— No necesito que me cuides.

— Lo sé, señora. — Soltó en una risa fría.

Me miró inexpresivo, con esos rasgos asiático endurecidos. La seriedad de su mirada a veces me parecía una máscara, su voz era suave y dulce, pero no iba acorde a sus ojos. Era un sociópata por naturaleza, manipulador y engañoso, adecuado para este tipo de trabajo, frío y carente de empatía, sádico, organizado y eficiente. Es confiable en todos los sentidos y muestra un gran respeto hacia mí. Cerré los ojos para ignorar su presencia y antes de que pudiera entrar en un estado de relajación, recibí la llamada que desde antes había previsto que tendría.

Un sirviente entró entregándome un recado, tenía una llamada de mi padre, Darragh Rothul. No era el mejor momento, pero tampoco debía hacerlo esperar, ya sabía lo que le diría y pese al dolor que en ese momento sentía, todo sentimiento, consciencia y emoción se entumeció por completo, lo único que podía sentir era el fuego en mi piel, quemando mi rostro. Me levanté y me dirigí al estudio principal de la casa, una enorme pintura de "El Juicio Final" de Jan van Eyck se encontraba de cabecera detrás del escritorio. Muy acorde a mi situación actual.

— Padre.

— Por qué el español está muerto y no la perra, hija de puta, que hizo una noticia sobre la Alta Mesa.

— Porque la necesito viva.

— Debes matarla, Lena.

— La mataré cuando me deje de ser útil. Hasta ahora, ella y Ruffus Ren son los únicos que pueden conocer al perpetuador de esto. Solo son peones de Hobbes, como ya informé anteriormente.

— Crees que soy estúpido. Ningún rehén a gozado de tan buen trato, "Adjudicadora".

— Ningún Rehén había sido mi diversión personal.

— Hum, tal vez deberías presentarme a ese rehén para yo también divertirme, hija.

—...

— No recuerdo haberte cortado la lengua para que no tengas respuesta a mi propuesta, o acaso ese fue el motivo de la muerte del español.

— El español llamó demasiado la atención con el secuestro de ambos. Hay reportes de desaparición, eso es un problema y el español sabía que no debía mezclar el trabajo con el placer. Hay pruebas de gente que lo vio muy insistente con ella antes del secuestro y testigos oculares que lo vieron subirla a una camioneta. Ya me encargué de eso y pasado mañana estaré en Irlanda, puedes pasar a divertirte con mi rehén si así deseas.

— La familia española no está contenta. — Está vez me reí y él guardó silencio. — El primer ministro traicionó nuestra confianza, ve a visitarlo y encárgate del asunto.

Sin decir una palabra más colgó la llamada. La alta mesa había dejado el asunto en manos de mi padre y la familia alemana no había intervenido. A veces pensaba en si me querían muerta a mí en vez de a él. 

La AdjudicadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora