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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 15

Me sudan las manos.

Creo que después del día de mi boda y del nacimiento de Sam, este es el siguiente en la lista como «el día en que más nerviosa estoy».
Hace dos semana Diane llegó casi gritando a Nevermore, totalmente histérica de emoción. Me dijo que el detective acababa de notificarle que tanto Georgia como Camille habían accedido a reunirse con nosotras. Y así lo hicimos. Por un fin de semana pusimos nuestra vida en pausa para ir en busca de la verdad.

Fue todo un fiasco. Ninguna de las dos mujeres es nuestra hermana. Ambas investigaron por su cuenta y sus madres aseguran que nunca en la vida mantuvieron una relación con nuestro padre. Lo conocieron, sí; la madre de Camille solo coincidió una vez con él en un congreso y la madre de Georgia estuvo un tiempo como secretaria en la empresa de construcción. Pero nada más. Nunca hubo nada.

Aunque Nicholas parecía acosar a Lauren —la madre de Georgia—, ella nunca cedió a sus invitaciones. Precisamente por eso abandonó el trabajo, porque estaba empezando a preocuparle su seguridad. Cuando nos lo dijo, Diane se alteró, y yo conseguí odiar un poco más a mi «padre».

Hace una semana que le pedí al detective que iniciara una investigación paralela, esta vez enfocada en Ellen Ruppel. Hasta el momento no ha obtenido nada. Sin embargo, logró que también Luz y Andrea aceptaran reunirse con Diane y conmigo. Así que ahora nos encontramos en el aparcamiento de un centro comercial, casi histéricas. Pero además de esto, hay otra cosa que me inquieta.

—Entonces... —me quito el cinturón de seguridad y vuelvo el rostro hacia Diane, que está en el asiento del acompañante, escribiéndole quién sabe a quién, con una sonrisa sonsa—. Si resulta que Andrea es nuestra hermana... ¿Después de esto te irás?

—¿Quieres que me vaya?

No me mira. Ni siquiera creo que me esté prestando mucha atención.

—No, por supuesto que no —contesto—. Por eso lo pregunto. Porque si es así entonces debería irme haciendo a la idea de que voy a tener que despedirme de ti. Y si te soy sincera, odio despedirme de ti.

—Pues no. No me voy a ir —apaga el teléfono, lo pone en su regazo, con la pantalla hacia abajo y me mira—. Y para que estés más tranquila y convencida, quiero que sepas que ya empecé a buscar empleo.

—¿Empleo? —alzo las cejas en un reflejo—. ¿Tú? ¿En verdad piensas trabajar?

—Para algo saqué un título —se encoge de hombros y extiende el brazo para bajar el espejo. Saca el labial de su bolso para retocarse—. Y ya que he desistido de viajar, ya que me voy a quedar en un solo lugar y ya que te he contado lo de... —su mano se paraliza en el aire, dejando el labial quieto sobre sus labios. Se pierde por un segundo—. Ya sabes, lo de los abusos...

Me enderezo en mi lugar y asiento.
Han pasado dos semanas, pero no consigo procesar todo lo que mi hermana me confesó. Y en este punto no creo superarlo jamás.
Dos semanas para mí, y veintitrés años para ella. ¿Cómo pudo lidiar en silencio con ese dolor por tanto tiempo?

Una verdadera agonía.

El caso es que he pensado en unirme a un bufete —añade—. Pero también he considerado la idea de crear uno propio.

—Crea el tuyo —le animo sin dudarlo—. Haz que tenga tu esencia. Ayuda a todas esas niñas y mujeres. Nadie más que tú para hacerlo.

Los ojos de Diane brillan. Me muestra una sonrisa repleta de ilusión y asiente.

—Lo tendré en cuenta —contesta. Regresa el labial a la bolsa y vuelve a subir el espejo—. Ahora es momento de descubrir la verdad.

Andrea es alta, sí, pero no tan alta. Tiene piel clara, pero no tan clara. Su cabello no es rubio ni platinado. Es negro. Negro en todo su esplendor. Y sus ojos son castaños.
No tiene ni una salpicadura Weems.
Esta mujer tampoco es nuestra hermana.

𝐏. 𝐃. 𝐀𝐮𝐧 𝐭𝐞 𝐚𝐦𝐨 | 𝐋𝐚𝐫𝐢𝐬𝐬𝐚 𝐖𝐞𝐞𝐦𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora