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𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 23


—No creo que sea una buena idea.

Martha está inclinada sobre la barra en dirección de Diane.
Es curioso encontrarlas cuchicheando con tanta confianza después de todas esas absurdas discusiones que se crean por cualquier tontería.

Ayer durante la cena, por ejemplo; Martha se encargó de servir el vino, y llenó la copa de todos excepto la de Diane, lo que la hizo que mi hermanita estuviera insoportable por las siguientes horas. Y ahora aquí están, como si nada, diciéndose secretos al oído como un par de grandes amigas.

—Buenos días —saludo.

Apenas doy un paso, Diane esconde con prisa algo entre sus muslos. Martha, por su parte, se yergue de golpe y retrocede tanto como puede.

—Estoy preparando el desayuno —contesta—. Le dije a la señora Becca que mientras yo esté aquí me corresponde hacerlo a mí.

—Te lo agradezco, ya necesitaba un descanso.

—Sí.

Mientras termino de entrar, Martha me muestra una sonrisa que me resulta extraña. Sin embargo, prefiero restarle importancia, y acabo sentándome en el banco que está al lado de Diane. 

—¿Has dormido bien? —le pregunto.

—Totalmente. ¿Y tú?

—Bien, gracias.

La veo removerse, incómoda. Apoya los brazos en el mármol y ladea la cabeza hacia mí. Aún viste la pijama y lleva recogido el cabello en un moño bajo. Tiene ojeras. Anoche tampoco vino a dormir, y en realidad no es nada sorprendente; lo que se me hace curioso es lo hermética que se ha vuelto. Es como si compartir el techo con Martha la hubiera contagiado de su aura misteriosa.

—¿Tienes planes para esta noche? —pregunta.

—Me parece que tengo una cita en el spa de Amelie y Sam.

—Qué casualidad, yo también —comenta Martha. Me río, mirándola, y en seguida vuelvo a ver a Diane.

—¿Por qué?

—Quiero presentarte a alguien.

Por instinto devuelvo mi atención a Martha. Ahora está de espaldas, sirviendo café en mi taza. Cuando la señalo, Diane me baja la mano con prisa. Niega de inmediato, con los ojos muy abiertos.

—Su nombre es Tom —aclara—, de quien te hablé el otro día. Había pensado en invitarlo a cenar, ¿estás de acuerdo?

De pronto, el silencio que empezaba a crearse es interrumpido por un sonido estridente. Ante ello cierro los ojos y doy un saltito en mi lugar. Es Martha que ha cerrado la portezuela de la alacena con fuerza. La miro voltearse con vergüenza. Pero también hay algo más; hay enojo. Cuando se disculpa yo solo asiento. Entonces Diane continúa hablando.

—Tom está sacando la residencia de ginecología y obstetricia. ¿Puedes creerlo? Siendo tan joven. Es un genio.

—Es interesante —comento, viendo a Martha de reojo.

Puede que esté siendo paranoica pero no se la ve contenta con presenciar esta conversación. Está haciendo demasiado ruido al picar la fruta para la avena de Sam. Sus movimientos son demasiado grotescos y en momentos, cuando alcanzo a verle la cara, es difícil pasar por alto su ceño fruncido. Me yergo y alcanzo la taza de café que me ha dejado sobre la barra. Diane tuerce los labios en una mueca.

—¿Yo no existo, acaso? —cuestiona con molestia. El hecho de que Martha la ignora hace que se irrite más—. Oye tú, yo también vivo en esta casa. Sírveme un poco.

𝐏. 𝐃. 𝐀𝐮𝐧 𝐭𝐞 𝐚𝐦𝐨 | 𝐋𝐚𝐫𝐢𝐬𝐬𝐚 𝐖𝐞𝐞𝐦𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora