Casi, cerca.

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Crowley a veces olvida por qué eligieron esa propiedad. 

Está cerca del bosque y demasiado cerca de un intento de lago. Hace demasiado frío y hay neblina la mayoría de las mañanas. Sin mencionar que su único vecino, el molesto Bingley, está a mil metros de distancia. No es que lo quiera tener cerca tampoco.

Pero cuando se despierta primero que el ángel y baja a ver que todos sus perros y vacas hayan sobrevivido al coyote, recuerda porque la compraron. 

El intento de lago se agita lentamente, como si recién despertara también. Y los patos, los más madrugadores, inician a hacer sus primeras apariciones, agitando sus alas y estirando sus patas con la misma pereza con la que Crowley hace crujir su espalda. 

Las luces nocturnas comienzan a apagarse y su casa se baña de esa luz azul que existe antes que el sol haga su aparición. No puede evitar sonreír. El ángel tenía razón, aquel era el mejor lugar del mundo, un pedacito solo para ellos dos. 

— ¿Desde cuándo te despiertas tan temprano? —pregunta Aziraphale mientras se acerca. 

Crowley tiene un mordaz comentario que hacer pero el ángel le ha abrazado desde atrás. Y se muere de ternura porque sabe que Azira tiene que ponerse de puntitas para poder descansar la cabeza sobre su hombro. 

—Creí escuchar al coyote. —miente. No sabe por qué ha dejado dormir.

—Estoy seguro que todos están bien. —el ángel asegura mientras deja un beso en su mejilla. — ¿Se te apetece comer algo hoy? 

Crowley deja de ver el horizonte y se gira hacia su compañero que ha ingresado a la pulcra cocina. Y la verdad es que sí quiere comer. — ¿Waffles? —sugiere. 

— ¡Waffles en camino! —anuncia un feliz Aziraphale que inicia con su ir y venir para preparar los alimentos. 

El demonio sonríe para sí. Sin duda tomar aquellas clases de cocina fue una excelente manera de pasar el tiempo en la Tierra. Está tentado en ir a por el correo, pero hace demasiado frío afuera y el interior de su hogar empieza a oler exquisito. Además, si sus negocios tuvieran problemas, ya lo sabría. 

— ¿Irás hoy a la librería? —pregunta por inercia, porque sabe que la respuesta siempre es positiva. 

— ¡Por supuesto que sí! —Azira ha traído le té a la mesa. —Con esto de intercambiar y no vender, ¡hay muchísimo que hacer! 

Prepara su té. Que consiste en una taza de leche casi hirviendo y una bolsa de té negro flotando y manchando la leche. Normalmente tomaría seis expresos, pero esta ocasión no. Agrega no una ni dos, sino tres cucharadas azúcar a la taza que no deja de ahumar. 

— ¿Crowley, querido? ¿Escuchaste lo qué dije? —el ángel está frente a él y le coloca un plato con arándanos recién descongelados. 

Alza las cejas, luego las junta. — ¿Sí?

Aziraphale rueda los ojos. —Que si quieres ir hoy a la librería conmigo, desde que nos mudamos aquí no quieres salir. A veces pienso que ibas a la librería solo para dormir y ahora que estamos aquí, ya no quieres ir más.

—Tranquilízate ángel. —exclama casi con el mismo dramatismo que su compañero utilizó. —Sabes bien que me estresa el bullicio que hay ahora ahí.

—A ti te molesta la gente. —confiesa Azira dejando los waffles en el centro de la mesa. —Admítelo. 

Se encoge un poco de hombros pero no lo niega. — ¿Qué es eso de andar para arriba y para abajo? ¡Como si el mundo se fuera a acabar!

El ángel sonríe como solo lo hace para él. Primero el brillo en sus ojos y luego una sonrisa larga, adornada de rosados labios y sus perfectos dientes angelicales. —Eres un viejo cascarrabias, Crowley.

Y entonces pasa el mejor maldito momento del día: el primer beso. Hay que aclarar, el primer beso del día estando en sus cinco mejorados sentidos. Crowley se estira sobre la silla y Aziraphale sale a su encuentro. Es un encuentro mágico donde todo su fío ser se calienta y es enviado a una galaxia muy lejana donde lo único que importa es besar al más puro ángel. 

Azira abre la boca y le deja explorar a su gusto. El demonio Crowley es capaz de sentir lo vellos de su nuca levantarse cuando el sabor del dentífrico a menta y el té dulce le envuelven. Oh por Satán, de verdad que es un demonio feliz.

—No. Se hace tarde. —el ángel ha colocado una mano sobre su hombro y le ha detenido justo ahí. 

—Eres un aguafiestas. —murmura casi con rabia. 

Cuando finalmente van rumbo hacia el corazón de Londres, Crowley tiene un extraño cosquilleo en su estómago. Espero que no sea el horrible suceso de hace dos días, no está dispuesto a pasar por la terrible sensación de que la comida salga por su garganta, no gracias. 

Desacelera el Bentley. Por Di- Satán, no puede repetir aquello otra vez. Respira profundo, oh no, tiene que ser... no. No son náuseas. Su estómago da un movimiento más y Crowley siente, por primerísima vez, hambre. Oh buen Satán, podría darle una mordida al concentrado ángel que trae al lado. 

— ¿Estás bien? —pregunta Aziraphale en cuanto se estacionan en frente de la librería. —Estuviste callado todo el camino y no condujiste como un demente, ¿Estás muriendo?

Posiblemente. —Te quejas sí conduzco rápido y te quejas sino lo hago, ¿Qué quieres de mí, ángel? —dramatiza mientras abre la puerta del edificio para que su precioso angelito ingrese. 

—Me preocupo por ti, querido. —enfatiza Azira con la mayor de las dignidades. 

Crowley gruñe como respuesta y se va a su sofá. Un sofá del respaldo alto y que está en frente de una de las ventanas que le permite espiar el mundo exterior desde su lugar seguro. Además en esa esquina puede juzgar a todos los locos que entran y sale de la librería. 

—Hola demonio Crowley. —saluda una feliz Muriel saliendo del interior de la tienda. —Hola Azira, ¡ya ingresaron las reimpresiones de Yates!

Crowley vuelve a gruñir. Aunque nunca va a admitir que lo último que imaginó que aquel invento suyo, crear el primer libro, sería algo tan amado y apreciado por el ser más importante de las galaxias. Así que admirará en silencio como Aziraphale va de allá para acá con los clientes que intercambian, no compran. 

Y sentado ahí, llega a su olfato el aroma que sale de la nueva panadería del Soho. Y tentado por el mismo, se escabulle. Había escuchado de aquel lugar pero nunca había tenido interés alguno. Por supuesto, hasta que estuvo ahí y se dio cuenta que el fascinante aroma provenía de unos pasteles en forma de garra de osos recubiertos de azúcar. 

Y el aroma no les hace justicia. Exageradamente dulces y de consistencia tan suave que pareciera que muerde una nube. Oh buen Dios, gracias por darle a los humanos esa capacidad de hacer maravillas con sus mundanas manos. Compró una para el ángel y una para él, pero tuvo que regresar porque se le olvido la de Muriel y porque se comió la que era para Aziraphale.

—Cariño, ¿Dónde estabas? —pregunta Azira dejando un par de libros en el estante más próximo. —Estaba hablando contigo y de pronto ya no estabas.

— ¿Escuchaste de esa nueva panadería? Es una maravilla. —y le extiende la bolsa de papel que contiene el pastel. —Vas a morir cuando lo pruebes. 

El ángel junta las cejas al observar el interior de la bolsa. — ¿Desde cuándo comes pasteles? 

— ¡Pruébalo! —pide casi emocionado. — ¡Te va a encantar! 

Aziraphale prueba el pastel y concuerda inmediatamente. Aunque no le quita la vista al demonio que vuelve a deslizarse entre la docena de personas y va a pasar horas enrollado en el sofá. No es que el ángel sea desconfiado, pero un escalofrío en su nuca despierta sus instintos de detective y está casi tentado a ponerse su gorra de Sherlock Holmes. 

Azira-papá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora