Frambuesa.

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Apareció una mañana cualquiera. Era evidente para un ojo crítico, observador, chismoso. Aziraphale procuró fingir a la perfección que su demonio no tenía una ligera inflamación en lo que era un planísimo abdomen. 

Lo fingió re bien hasta que Crowley vio su reflejo en el espejo y gritó. No era mucho y no era para tanto, pero para alguien que había sido de una delgadez rayando lo enfermizo, fue la gran cosa y casi casi el fin del mundo. 

Aziraphale, que es un hombre que ha leído una grosera cantidad de libros, tiene entendido que eso es completamente normal y solo el inicio de aquello. Así que pretende también que su compañero no lo mira con odio la mayoría de horas del día.

—Crowley, cariño, se hace tarde. —lo llama desde el primer piso, al pie de las escaleras. 

Han transcurrido dos largas semanas desde su conversación. Están, definitivamente, en un mejor lugar, pero sabe que aún hay una brecha larguísima que recorrer. Afortunadamente encontraron ayuda en quién menos podían imaginar. 

—No estoy seguro que tan confiable es el médico de Anathema. —asegura Crowley desde arriba, aunque ha iniciado a bajar las escaleras. —Dice mucho de un médico que no hace demasiadas preguntas, ¿no te parece eso sospechoso?

Pero el ángel ha quedado sin palabras. Para su primera visita médica, en un intento de tratar con el milagroso embarazo como sí fuera uno humano, consultaron con la humana que más podía entenderlos y sin dudarlo ofreció respuestas. 

Pero para no hacer aquello más raro de lo que ya es, Crowley decidió que debía disimular cuánto podía y dentro de su propio razonamiento, aseguró que parecer lo más femenino posible sería lo mejor. Así que desciende y esta vez no lleva su clásico jeans entallado, sino un elástico pantalón acampanado. 

Obviamente el pantalón es negro, pero usa Converses de blanco color que combinan con el abrigo que lleva sobre los hombros. Lleva una elegante camisa de negro color con botones dorados que ha combinado con el borde de sus oscuros lentes. 

Sí algo hay que reconocer, es que Crowley siempre ha tenido una estilizada figura un tanto femenina y que el demonio tiene su propia moda. — ¿Qué? —pregunta mordaz. —Yo también tengo Pinterest. 

—Luces espectacular. —asegura Aziraphale mientras toma su mano y deja un beso sobre el dorso de la misma. 

—Ya basta. —ordena Crowley con las mejillas incendiadas. —Se hace tarde, ángel. Camina. 

Les toma más de treinta minutos llegar al edificio indicado. Y mientras espera paciente su turno, Crowley se entretiene con su reflejo en el mostrador. Se ha hecho un par de trenzas para suavizar un poco más su rostro, pero no es eso lo que lo hace diferente. No sabe sí es el curioso color que ahora tienen sus mejillas o el labial que ha usado para pasar lo más casual posible.

—El doctor Black está listo, señora Fell. Pueden pasar. —la recepcionista es amable y les indica el camino a seguir. 

— ¿Señora Fell? —pregunta curioso mientras atraviesan el pulcro pasillo. — ¿Soy la señora Fell?

—Pedían un nombre y un apellido, ¿Qué esperabas? —se defiende Aziraphale escondiendo sus manos dentro de su abrigo. 

Crowley quiere gruñir, pero han llegado y un sonriente señor de redondas mejillas les da la bienvenida. Aclara que es familiar de Anathema y les asegura que nada de lo que le digan le sorprenderá porque él mismo ha sido testigo de buenos y acertados actos que aseguró una bruja que vivió hace trescientos años.

Aziraphale está tentado en aclarar aquel asunto y manejarlo lo mejor posible, pero Crowley gruñe y esa idea se descarta. 

—De acuerdo, esto es bastante fácil y sobre todo indoloro. —asegura una vez que recostó a la señora Fell en la camilla. —Solo retírese la camisa hasta debajo de sus pechos. 

El demonio ya sabe qué es aquello. Ya vio un centenar de videos, está listo y preparado pero igual sisea cuando el frío gel cae en su vientre. Está verdaderamente emocionado en ver qué saldrá, cómo será su interior, saber sí de verdad hay estrellas en él.

Pero no. El monitor muestra líneas oscuras que agitan con cada respiración. Es casi igual a lo que ocurrió unas semanas atrás en su sala de estar. La diferencia es que puede oír los fuertes latidos resonando. Y se mueve, Crowley no lo siente, pero ve como mueve lo que parecen ser sus piernas. 

—Ahí está. —exclama un emocionado doctor. —Está grande, fuerte y en el lugar correcto. —afirma sin dejar de ver el monitor. —No hay nada que temer. 

— ¿Se... se mueve? —pregunta Aziraphale. Crowley no había reparado en el ángel por tener la vista fija en el monitor, pero al oírlo tartamudear, gira hacia el y la vista lo enternece. 

El ángel tiene los ojos casi líquidos y su sonrisa es tan grande y llena de amor, que Crowley se termina de convencer en que ha tomado la decisión correcta. —Sí, pero como es muchísimo más pequeño que está imagen, sus movimientos son imperceptibles. 

— ¡Es maravilloso! —entonces Crowley se vuelve en centro de atención del ángel. —Oh cariño, es fantástico. ¡Esto es increíble! ¡Eres increíble!

Crowley quiere hacer uno de sus característicos gestos sarcásticos, pero no puede. Únicamente logra sonreír con sinceridad. —Nuestro bebé...

— ¡Nuestro, Crowley! —en un breve instante está siendo aplastado por el ángel y recibe cientos de besos en su trenzada cabellera. 

— ¡Basta! ¡Espera, interrumpes al doctor! —exclama un abochornado demonio. 

El médico le resta importancia al asunto con un gesto de manos. — ¡Sé lo emocionante que es este momento! ¿Desean capturar una fotografía?

— ¡¿Se puede?! ¡¡Por supuesto que sí!! —el ángel contesta por los dos y Crowley se dedica a limpiar el exceso de gel que ha quedado en su vientre. 

Cuarenta minutos después de lo que parece una exitosa primera visita médica, Aziraphale propone un decente celebración en, obviamente, el Ritz. Crowley, sintiéndose extrañamente agotado, accede porque está vez el hambre le gana al cansancio y milagrosamente se ha desocupado una mesa a la hora del almuerzo. 

— ¡Fascinante! ¡Fascinante, querido! —Aziraphale está a nada de estallar de felicidad. —Esto es... es increíble.

—Relájate ángel, habrán más de estas. —señala la lámina brillosa donde se ha impreso su... pequeña bendición. 

—Lo sé, ¡pero es la primera de todas! —el ángel tiene las mejillas encendidas y Crowley no evita ser contagiado de aquella felicidad. 

— ¿Sabes? Sí me pone muy feliz saber que está bien. —confiesa una vez el menú ha llenado la mesa. —Estamos navegando a ciegas en medio de un lago negro y solo espero lo peor. 

Aziraphale tiene un larguísimo discurso sobre el positivismo y Crowley nota que hay demasiada seguridad en sus palabras. Así que no duda en preguntar durante el postre de dónde saca tanta confianza. 

—Bueno, sí es un regalo de tu mamá, ¿Qué podría salir mal?



Azira-papá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora