Realmente.

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Los ángeles no nacen, se crean. No puede tener recuerdos o sensaciones de algo que nunca pasó. Pero puede sentir como le duele cada parte de su magnífico cuerpo, como si le hubieran desarmado en piezas y lo hubieran vuelto a armar en un microsegundo. 

Como si de verdad lo volvieran a hacer.

Tiene la boca reseca y comezón en todas partes. Pero sus brazos están demasiado adoloridos como para rascarse. El aire se siente frío y puede sentirlo entrar en sus metafísicos pulmones. Presiona sus parpados, sus ojos también arden y por Dios, su cuerpo ha sido exprimido en todas las formas posibles.

Respira profundo una vez más y está vez sí logra abrir los ojos. Está de regreso en la primera habitación. Su precioso ángel está de pie, cerca de la ventana. Tiene los ojos cerrados y Crowley suspira, está vivo. Realmente vivo, puede sentir su cuerpo despertar con lentitud. 

— ¿Ángel? —pregunta con la voz suave.

— ¡Crowley! —el rostro de Aziraphale se ilumina inmediatamente. Sonríe con fuerza, con orgullo. — ¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo?

Crowley examina a su ángel. Lleva el mismo suéter y tiene un ligero temblor en las manos. — ¿Dónde está?

—No tardará en venir. Crowley, fue maravilloso, ¡hubo un destello gigante y-

— ¿Qué? ¿No le has visto aún? ¿Cuánto tiempo llevo dormido? —la sensación de hormigueo en sus brazos se ha reducido y puede usarlos para apoyarse y levantarse de aquella cómoda cama.

Pero siente un doloroso tirón sobre su vientre bajo y su mano viaja hacia ahí. Una sensación de vacío lo invade un pequeño segundo al notar la ausencia de su redondo vientre. —No te muevas, debes reposar un poco. 

—Ángel... —mastica logrando acomodarse mejor. — ¿Dónde-

—Tranquilízate, solo han pasado quince minutos. —asegura Aziraphale. —No falta mucho para que... regrese.

Crowley nota que Aziraphale le estudia con intensidad, puede verlo sonreír una vez más, casi aliviado. — ¿Qué?

—Han vuelto... tus ojos. —el rostro de su ángel está lleno de color. —No creí que los extrañaría tanto. 

Es el turno de Crowley de sonrojarse. — ¿En serio? Me arde un poco...

La oración no concluye porque la puerta se ha abierto. El sonriente médico Black empuja la cuna hospitalaria donde un montón de blancas mantas resaltan. — ¿Están listos, papás?

Realmente no lo están. ¿Seres cómo ellos pueden estar listos para un evento de esa magnitud? Lo que sea que haya ocurrido no los preparó para ese momento. De repente la habitación multiplica su tamaño y el caminar del médico Black se hace en cámara lenta. 

La fuerte mano del ángel le toma y le presiona con fuerza, recordándole que más que vivo, realmente aquello está pasando. El demonio Crowley toma un bocanada de aire, regresa el apretón de manos y espera. 

—Tengo que felicitarlo, señora Fell... —dice el médico mientras toma el puñado de mantas que hay en la cuna. —Usted hizo un fantástico trabajo y nada me hace más feliz en el mundo que entregarle al fruto de su vientre.

Es por instinto estirar las manos, aunque su cabeza parezca llena de algodón, logra recibir con firmes brazos su tan esperado obsequio. Envuelto en blancas sabanas, usa también un pequeño gorro blanco y la pijama es del mismo color. Duerme con la mayor de las tranquilidades. 

Tiene una delgadísima línea de vellos donde deberían estar sus cejas. Aunque sus pestañas son largas y de oscuro color. Crowley contiene la respiración y se aventura a tocar con la mayor de las delicadezas aquella pequeña nariz perfectamente dibujada. Traga pesado cuando siente la constante y apenas perceptible respiración de su bebé.

—Dios... —murmura el ángel a su costado mientras también, con muchísimo cuidado, toma una delgada y pálida mano. —Crowley... esto es increíble, es hermoso.

Pero Crowley sigue inspeccionando a su creación. Se anima a retirar el gorro con lentitud y exhala sorprendido cuando mira la suave mata de rizos rojizos, casi naranjas, que se miran más como una delgada pelusa. —Es... cómo tú. 

Los ojos de Crowley viajan al ángel. — ¿Cómo? ¿Pelirrojo? ¿Está bien que sea pelirrojo?

—Más que bien, es perfecto, querido. —el ángel se inclina y deja un cálido beso sobre la mejilla del sensibilizado demonio. —Has hecho un fantástico trabajo. 

Crowley sonríe y regresa la vista al bulto de sabanas que sigue descansando con tranquilidad. El médico no deja de sonreír y entonces inicia a dar más buenas nuevas. —Tiene un perfecto peso de siete libras y mide cincuenta centímetros, además, es uno de los bebés más sanos que mis ojos han visto. 

Aziraphale está a un segundo del llanto. — ¿Y es...

—Un perfecto varón, señores. Felicidades otra vez. 

Un niño. Crowley sonríe nuevamente, deseó fervientemente que fuera un lindo y pequeño niño. Había visto un centenar de películas y videos donde padres con sus hijos jugaban al beisbol, o andaban en bicicleta, ¡o les compraban pequeños cochecitos todo terreno! Crowley podía verse con su bebé así, cazando arañas, molestando a los patos, durmiendo en la librería.

No hay que malinterpretar, no es que no pueda hacer todo eso con una niña. Pero realmente no tenía idea de cómo relacionarse con ellas, Anathema era la única mujer en su vida, y mucho menos criarlas. ¡¿Cómo iba ayudarlas con su cuerpo?!

—Opino que Anthony. —declara el ángel una vez el médico se ha retirado. 

Hay muchas cosas que Crowley tiene que procesar, pero cree que esa, la imagen de su ángel sosteniendo con todo el amor del mundo a su pequeño bebé, será algo que va a vivir en memoria para todas las eternidades que estén por venir. 

— ¿Anthony? —repite una vez logra respirar después de ver a su ángel con su angelito. —No me gusta Anthony.

—Tú te llamas Anthony. —Aziraphale juntas las cejas confundido. —Podríamos decirle Tony. 

Crowley vuelve a negar. —No, ya tiene suficiente de mi con lo pelirrojo. 

El ángel se ha quedado quieto y ha abierto los ojos apresuradamente. —Creo... creo que tiene más que lo pelirrojo... Hola, bebé. 

El temido momento había llegado. El bebé había abierto sus ojos, listo para poder entender qué sucedió y lo más importante, alimentarse. Crowley también vio otro centenar de videos, así que se sienta lo más recto posible y recibe con seguridad a su bebé.

Pero también se queda quieto y paralizado cuando nota lo que ha dejado en shock a su ángel. El pequeño bebé, de pálido color y bonita nariz, también tiene sus viperinos ojos. Son un poco más dorados y son resplandecientes. Como si dos estrellas del firmamento le fueron otorgadas. 

—Oh dios... —su metafísico cerebro trabaja mil por horas, se esfuerza por entender. 

—Es hermoso... Es, Dios mío, realmente perfecto Crowley. —Aziraphale es todo lágrimas finalmente. El ángel se limpia las lágrimas sin prisa. —Eres tú, pequeño, listo para aprender... ¡Eres tú!

El pequeño y diminuto Crowley bosteza, o lo intenta, y pareciera que no quiere más conversación. Se mueve, con fuerza y rigor, y lo ve expectante, casi emocionado por tener su primer alimento. Crowley está procurando no entrar en shock, otra vez. 

 

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Azira-papá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora